VOCES
entre VOCES
Sólo
valen las palabras. El resto es charlatanería.
Eugéne
Ionesco (1912 - 1994), dramaturgo francés de origen rumano.
TEMAS
TERTULIA 29-4-2016
FICCIONES
CARTAS
PO
ANDA QUE TÚ . . .
VOCES
entre VOCES
"La
sociedad más espiritual no es la que visten los sastres, sino los
encuadernadores". (Jean-Paul Richter, poeta
alemán)
TEXTOS
TERTULIA 22-4-2016
IV
CENTENARIO DE LA MUERTE DE CERVANTES: Don Quijote en el siglo XXI
BOMBEROS
PASADO
PASADO
Moría,
me desintegraba, me volvía a recomponer automáticamente. Al igual
que todos los que me rodeaban.
Y
estaba más preocupado en discutir que ya no se podía decir que
estuviéramos “vivos”, puesto que no podíamos morir, que en
alegrarme o alarmarme por la novedosa noticia de la inmortalidad.
(Filosofando
hasta la muerte)
Sara
ViTa
PASADO
"SOMBRAS
DEL PASADO”Vi
las sombras del pasado
y tú ya no estabas en ellas.
¡Dime hasta qué punto me has abandonado
vil fantasma de sombra niebla y luz!
Si me quitas los recuerdos, ¿qué me queda?
¿qué será de mí?
apenas seré la sombra de un pasado
sombra mía de lo que fui.
Tú, sombra, sólo tú me reduces a sombra
y aún a la nada, si pudieras, ni existiría
pero esos recuerdos
los defenderé como trincheras.
Recuerdos de aquel tiempo,
lejano, fugaz y feliz,
cuando yo lo era (eso decías)
todo para ti.
Recuerdos que se me agolpan,
que me hieren como flechas,
pero que son nuestra historia
y combustible para que mis penas
sean sólo eso: "Sombras Del Pasado"
Maria Martin
y tú ya no estabas en ellas.
¡Dime hasta qué punto me has abandonado
vil fantasma de sombra niebla y luz!
Si me quitas los recuerdos, ¿qué me queda?
¿qué será de mí?
apenas seré la sombra de un pasado
sombra mía de lo que fui.
Tú, sombra, sólo tú me reduces a sombra
y aún a la nada, si pudieras, ni existiría
pero esos recuerdos
los defenderé como trincheras.
Recuerdos de aquel tiempo,
lejano, fugaz y feliz,
cuando yo lo era (eso decías)
todo para ti.
Recuerdos que se me agolpan,
que me hieren como flechas,
pero que son nuestra historia
y combustible para que mis penas
sean sólo eso: "Sombras Del Pasado"
Maria Martin
PASADO
Qué
momentos pasados, tan felices, que hoy, cuando los recuerdo, me hacen
sentir nostalgia . . . Queramos o no, nuestro pasado siempre nos
acompaña.
Echo
de menos esos abrazos del pasado, ese cariño, esa comprensión
desmedida, ese carácter afable. Echo de menos la persona que me
preparó el camino para que fuera más fácil recorrerlo.
Siempre
estás en mi pensamiento, me decía ella.
Hoy
yo te digo: Perteneces a mi pasado, pero cada día estás en mi
presente.
María
C.G.C.
PASADO
Sólo
somos pasado, pero, paradójicamente, lo único permanente es el
presente condenado a un cambio también permanente y no hay esperanza
que no se alimente de futuro, luego, ¿qué somos?
Nekovidal –
nekovidal@gmail.com
PASADO
INVENTARIO"De
los siete enanos,
yo soy, él que más llega
a los labios de Blancanieves."
yo soy, él que más llega
a los labios de Blancanieves."
Tengo
un amigo invisible
que me susurra lo que escribo,
cuando le hago cosquillas
y le digo " que le quiero."
Tengo un gato que me da a comer sus ratones
y me ha prestado dos veces las siete vidas.
Tengo una planta sagrada,
por la que trepo en las noches oscuras
y le doy un beso en su cara oculta, a la luna.
Tengo una cama redonda
con sábanas de fantasmas conocidos.
Y un camión de bomberos
que me apaga ,cuando te llamo,
los infiernos.
Y debo los días.
Un pájaro sin jaula,
que me despierta de mis peores insomnios.
Un armario lleno de sonrisas,
que se mueren
si no anidan en nuestro rostros.
Pero amanece
y me falta un hervor
en el fuego de unos labios
que me susurra lo que escribo,
cuando le hago cosquillas
y le digo " que le quiero."
Tengo un gato que me da a comer sus ratones
y me ha prestado dos veces las siete vidas.
Tengo una planta sagrada,
por la que trepo en las noches oscuras
y le doy un beso en su cara oculta, a la luna.
Tengo una cama redonda
con sábanas de fantasmas conocidos.
Y un camión de bomberos
que me apaga ,cuando te llamo,
los infiernos.
Y debo los días.
Un pájaro sin jaula,
que me despierta de mis peores insomnios.
Un armario lleno de sonrisas,
que se mueren
si no anidan en nuestro rostros.
Pero amanece
y me falta un hervor
en el fuego de unos labios
Juan
Jiménez Caballero
PASA
DO
No
te extrañes si me viste muy pálido...
Tuve que enterrar mis vísceras.
Y congelar mi sangre en tuper de plástico.
Para no sufrir.Me queda el delirio de tu cuerpo,
que me da la vida
y me quita el hambre.
Mientras tú duermes
mojo mis ojos en un café largo,
para sentir muy despierto,
que en la madrugada
sigues a mi lado respirando.
Después de comernos, en una noche
todos los ángeles
y todos nuestros demonios.
Que no todo fue un sueño.
Pero por favor,
hoy dime donde están las llaves
de las esposas...
Tengo que ir a pintar las calles
para ti de soles y rosas.
Tengo que convencer a los unicornios
de que existes.
Y me amas...
Tuve que enterrar mis vísceras.
Y congelar mi sangre en tuper de plástico.
Para no sufrir.Me queda el delirio de tu cuerpo,
que me da la vida
y me quita el hambre.
Mientras tú duermes
mojo mis ojos en un café largo,
para sentir muy despierto,
que en la madrugada
sigues a mi lado respirando.
Después de comernos, en una noche
todos los ángeles
y todos nuestros demonios.
Que no todo fue un sueño.
Pero por favor,
hoy dime donde están las llaves
de las esposas...
Tengo que ir a pintar las calles
para ti de soles y rosas.
Tengo que convencer a los unicornios
de que existes.
Y me amas...
Juan
Jiménez Caballero
BOMBEROS
Claudia
era una mujer de mediana edad con tantas frustraciones como tiempo
libre. Casada desde hacía siete años con un ejecutivo que sólo
sabía amar el dinero y que pasaba más tiempo en aeropuertos y
despachos que en su hogar, la pobre Claudia ya no sabía que hacer
para que su vida cotidiana dejara de ser un aburrido infierno.
Gimnasios, peluquerías, tiendas de moda, reuniones sociales de todo
tipo y, en general, muchos lugares chics llenos de gente in
en un mundo tan aparentemente cool como, en realidad, off.
A
Claudia le habían enseñado desde la infancia a conseguir siempre
cuanto se propusiera, “tener iniciativa”, le decían, y sin
pararse en muchos miramientos éticos.
Una
tarde, mientras ojeaba desganada una de las tantas revistas sobre
asuntillos sociales que componían su biblioteca, vio un anuncio en
que aparecía un musculoso bombero anunciando algo, un detalle, lo
que anunciaba, en el que Claudia ni se fijó.
Fue
entonces cuando se le ocurrió la idea: Pondría una olla al fuego,
se iría al otro extremo de la casa y, cuando empezara a verse el
humo, llamaría a los bomberos, igual tenía suerte y aparecía el
del anuncio aunque, en realidad, cualquiera le serviría para
combatir su aburrimiento vespertino.
El
plan, en principio, parecía ir bien. Sentada relajadamente en un
sofá tomando un Martini, ya oía las sirenas acercarse cuando se
levantó a quitar el cerrojo de la puerta para que no tuvieran que
echarla abajo, “Carpinteros y cerrajeros nunca salen en los
anuncios, por algo será . . .”, pensó haciendo uso de su
inteligencia habitual.
Y
tuvo suerte, el primer bombero que entró, solo y sudoroso, tendría
unos treinta años y estaba de muy buen ver. Claudia necesitó unas
décimas de segundo tan sólo para comprobar que no llevaba anillo de
casado, lo que hubiera reducido en más o menos la mitad la
posibilidad de llevar a buen fin su plan. Cuando el joven bombero
respondió con una sonrisa al parpadeo constante de Claudia mientras
susurraba con voz sensual: “Creo que voy a desmayarme”, supo que
había conseguido su último capricho. Mientras caía aparentemente
desmayada le dio tiempo de arreglarse disimuladamente el pelo,
abrazarse al bombero y correr a su espalda, con cuidado de no
estropearse las uñas, el cerrojo, a fin de que no les importunaran
en los minutos siguientes.
Apenas
había pasado un cuarto de hora cuando se oyó un estruendo que no
era otra cosa que la puerta derribada y otro algo menor de una patada
en otra puerta, esta vez del dormitorio. Era Rogelio, un bombero
veterano que, al ver la situación, se limitó a decir, con el
cansancio de quien ya había pronunciado la misma frase antes en
varias ocasiones: “Joder, Rafa, como se nota que eres novato. En
estos casos, lo primero es quitar la olla del fuego y luego te tomas
el tiempo que quieras, que ya está ardiendo el apartamento de al
lado, coño. Anda, que como se entere el jefe . . .”
“Y
usted señora, vístase un poco, que se va a enfriar, y deje de
mirarme con esos ojitos, que ya soy un hombre casado y aquí no vamos
a montar un trío se ponga usted como se ponga”.
Nekovidal
– nekovidal@gmail.com
IV
centenario de la muerte de Cervantes: Don Quijote en el siglo XXI:
AMO,
LUEGO EXISTO.
El
caballero iba en pos de una tal Dulcinea y decía que yo era su
amada. Una y mil veces le expliqué que ella no existía, que no
podía amarle porque no existía y el caballero, tapándose los
oídos, negaba con la cabeza. Llegó a mí tan enamorado que sentí
clemencia; calmé su sed con vino y acaricié con ternura el bacín
de sus andanzas. Me miró como se mira un tesoro. Un beso en sus
labios y una daga en su espalda al unísono. Sólo sintió el beso.
Dulcinea y yo lo amábamos. Reposó en brazos de la felicidad.
Victoria
Blanco
IV
centenario de la muerte de Cervantes: Don Quijote en el siglo XXI:
UN
ANCIANO
Aquel anciano no era de los que podía añorar buenos tiempos, la vida no le había regalado mucho, más bien nada.
Había conocido la arrogancia de la juventud y el cansancio de alguna batalla, ocasionalmente las mieles de los festejos y más a menudo las hieles de las cárceles. Había sido soldado de un rey y mercenario financiero de un reino, tanto como proxeneta protector de su propia hermana en tiempos de hambre y miseria.
Por
ser, había sido hasta espía de su majestad, que quiso aprovechar su
experiencia de cautivo de su enemigo. Frecuentaba amigos entre
gandules y ladrones, entre taberneros y nobles de baja estirpe, entre
escritores y poetas frustrados.
Aquel anciano había tenido una hija fuera del matrimonio y un matrimonio sin hijos, vio nacer y morir a su única nieta y su legado no habría de ser de sangre sino de experiencia, saber, papel y memoria.
Aquel hombre, siendo ya viejo, había visto como le sonreía levemente la fortuna y se burlaban los envidiosos de su genio y su apego al vino, de su mucha hambre y sus pocos dientes.
Aunque hoy día le tratemos de don, no se le consideró en vida digno de tal respetuoso tratamiento.
Aquel anciano había sabido desgajar de sí las dos naturalezas que todo humano lleva dentro y escribió un libro en el que todos ellos se sienten reflejados y que nadie puede leer sin rememorar parte de su vida, sin mirarse en un espejo que permite sonreír con cierta amargura ante lo patético y grandioso de nuestra naturaleza.
Aquel viejo, no muy respetable ni respetado en vida, pasó, como buen español, a ser reverenciado tras la muerte cuando, la que él consideraba su novelilla, hizo reír tanto a siervos como a reyes, pues los unos y los otros son, les guste o no, algo Quijotes y algo Sanchos.
En algunas partes del mundo, aún hoy en día, ciertos estudiantes poco aplicados le confunden con su creación, y creen que Cervantes sigue cabalgando incansable al lado de Don Quijote, al que aconseja y proteje, sobre todo, de si mismo.
Aquel anciano había tenido una hija fuera del matrimonio y un matrimonio sin hijos, vio nacer y morir a su única nieta y su legado no habría de ser de sangre sino de experiencia, saber, papel y memoria.
Aquel hombre, siendo ya viejo, había visto como le sonreía levemente la fortuna y se burlaban los envidiosos de su genio y su apego al vino, de su mucha hambre y sus pocos dientes.
Aunque hoy día le tratemos de don, no se le consideró en vida digno de tal respetuoso tratamiento.
Aquel anciano había sabido desgajar de sí las dos naturalezas que todo humano lleva dentro y escribió un libro en el que todos ellos se sienten reflejados y que nadie puede leer sin rememorar parte de su vida, sin mirarse en un espejo que permite sonreír con cierta amargura ante lo patético y grandioso de nuestra naturaleza.
Aquel viejo, no muy respetable ni respetado en vida, pasó, como buen español, a ser reverenciado tras la muerte cuando, la que él consideraba su novelilla, hizo reír tanto a siervos como a reyes, pues los unos y los otros son, les guste o no, algo Quijotes y algo Sanchos.
En algunas partes del mundo, aún hoy en día, ciertos estudiantes poco aplicados le confunden con su creación, y creen que Cervantes sigue cabalgando incansable al lado de Don Quijote, al que aconseja y proteje, sobre todo, de si mismo.
Nekovidal – nekovidal@gmail.com
EN
UN LUGAR DEL FUTURO: Don Quijote en el siglo XXI (I)
En
un punto o lugar del cercano futuro, de cuyo nombre por razones
obvias no puedo acordarme, apareció, víctima de un accidente
espacio temporal provocado por las todavía primitivas máquinas del
tiempo, uno de los tantos personajes que creíamos de ficción, pero
que resultó ser tan real como la estrella que nos alumbra, un
personaje que, ya en la época que le tocó vivir, se encontraba un
tanto marginado entre sus contemporáneos pues, negándose a padecer
un presente que sentía lleno de injusticias, decidió abandonar la
comodidad de su hogar para recorrer el mundo intentando subsanarlas.
Fue
a caer este pobre hombre a principios del siglo XXI. Le acompañaban
su escudero Sancho, su jamelgo Rocinante y el estoico burro rucio,
que a Sancho cargaba sobre su lomo.
Tras
una semana deambulando por los campos, arribaron todos ellos a una
gran ciudad, y he aquí algunos diálogos y aventuras que vivieron:
“Sin
duda, amigo Sancho, todo esto es artificio y traza de los malignos
hechiceros que me persiguen. Mira a que sitio tan triste nos han
traído, que el mismo infierno parece: mira el semblante de esos
hombres, sin un gesto, sin una sonrisa que denote que tienen alma,
por eso será que llevan al cuello una soga atada, como presagio de
su condena.”
“No,
mi señor, he observado que a la soga la llaman corbata y la tienen
por símbolo de nobleza, pues quienes la portan son aquellos que no
viven de su sudor, sino del ajeno”.
“Extraña
costumbre que no hace sino confirmar mis sospechas. Observa esas
altas torres que no es posible haya construido ser humano alguno, y
esas luces que brillan sin que ningún fuego las alimente, y esos
niños hechizados, que el que no ataca o vocifera a sus padres está
bajo el poder de esos extraños artilugios que portan en sus manos,
del que no separan la vista durante horas, mientras los golpean con
los dedos como llamando a una puerta que no puede llevarles sino a la
necedad o a la locura”.
“Todo
esto es tan contra natura que no puede ser sino venganza de Frestón,
ofendido y envidioso por los entuertos que deshice y las injusticias
que reparé.”
“Mas
lo peor es sin duda esas ruidosas bestias de metal que ensucian el
aire con venenosos humos mientras galopan, todas entre ellas mismas
entreveradas, y los pobres condenados que dentro padecen su
cautiverio. En esto apreciarás la crueldad a que pueden llegar magos
y hechiceros cuando se sienten ofendidos en su vil arrogancia.”
“Y
mira aquellos follones y malandrines, que con estruendosos pitidos se
plantan en medio de las bestias de metal y fingen dirigirlas, cuando
no hacen sino enturbiar más el ánimo de los pobres condenados que
van dentro. Oh, Sancho amigo, grandes maldades debieron cometer para
merecer tan cruel castigo. Por mi fe que en el mismo averno estamos.”
“Mas
también pudiera ser, reflexionó Don Quijote, puesto que cautivos
somos todos del malvado Frestón, que sean buenas gentes condenadas
sin más delito que la mala fortuna de haberse cruzado en el camino
de tan vil encantador. Liberémoslos, Sancho, y rompiendo su
maleficio podremos tal vez liberarnos nosotros, haciendo de paso el
bien suficiente para que hoy sea un dia digno de un buen caballero
andante y su fiel escudero, que eres tú Sancho, aunque a veces no
parezcas apreciar la dignidad de tu oficio”.
“Mire
vuesa merced que por la velocidad endiablada a la que van, varios
corceles deben llevar dentro tan extrañas criaturas, y no será
menester ponerse en su camino, no vaya vuesa merced a sufrir
accidente semejante al de los molinos . . . “
“Calla,
Sancho, que éste es el día en que se ha de ver el bien que me tiene
guardada mi suerte y se ha de demostrar el valor de mi brazo, que
nunca fue el miedo compañero de ningún caballero andante”.
Y
diciendo esto arremetió Don Quijote con tal fuerza contra un Nissan
Primera que circulaba por la plaza, que a duras penas pudo el
conductor evitarle. Pero menos suerte tuvo un Mercedes que venía a
continuación, pues enristrando Don Quijote su lanza, tomó la
estrella de la marca como punto de mira y fue como alma que lleva el
diablo a encajar su lanza y su cabeza en el parabrisas del automóvil
cuyo aterrorizado conductor, a punto de caer inconsciente, acertó a
preguntar:
“¿Esto
es de alguna película que están rodando?”
“¿Película,
decís, incauto, ¿qué es eso? ¿sinónimo de encantamiento o
hechicería? Dejad de hablar y corred para recobrar la libertad que
injustamente os fue arrebatada, que yo os defenderé de los esbirros
de Frestón.”
Desmontado
del pobre Rocinante, que una vez más había pagado las consecuencias
del ímpetu de su amo, saltaba Don Quijote de lado a lado del
automóvil empuñando la espada y pinchando y cortando con ella a los
airbags que se iban desplegando uno a uno, mientras gritaba:
“De
nada te servirán tus malas artes, Frestón, que por muchos odres o
vejigas de carnero que pongas en mi camino, he de liberar a este
condenado y con ello romperé el maleficio que a esta extraña tierra
me tiene atado”.
En
esto estaba cuando fueron llegando ambulancias y coches policiales
hasta rodear la rocambolesca escena que nuestro incomprendido
Caballero de la Triste Figura había creado.
Media
hora después ya se encontraba el pobre Sancho declarando en una
comisaría sin comprender la mitad de las preguntas que le hacían, e
intentando explicar que nada malo pretendía su señor, sino liberar
a los cautivos de las endiabladas criaturas.
Don
Quijote, ya internado a las pocas horas en un centro psiquiátrico,
no dejaba de vociferar:
“Vente
a mi, Frestón, que un caballero solo soy, y de solo a solo quiero
probar tus fuerzas y quitarte la vida en pena de la que das a todos
estos pobres cautivos. ¿Crees poder engañarme vistiendo de blanco
inmaculado, cual si ángeles celestiales fueran, a éstos, tus
malditos esbirros?”
Nekovidal
- nekovidal@gmail.com
EN
UN LUGAR DEL FUTURO: Don Quijote en el siglo XXI (II)
Apenas
unas semanas transcurrieron antes de que Don Quijote se encontrara de
nuevo en la calle, pues el automovilista del Mercedes decidió que el
seguro cubriera los gastos del accidente y no ese pobre hombre, sin
bienes ni domicilio conocido, y que se creía Don Quijote, quien,
despojado de sus armas, y atiborrado de pastillas, que mezclaban en
su comida, resultó ser, a criterio de los psiquiatras que le
examinaron, un pobre trastornado que ningún daño provocaría si se
evitaba que volviera a vestirse con su armadura y a empuñar la
espada, pues al parecer era entonces cuando la ira ante toda
injusticia afloraba y amargaba su carácter.
En
esas semanas hizo Don Quijote muchas amistades en el que llamaban
centro de reposo, y que él veía como una extraña prisión
encantada, pues por mucho que dijeran que unos eran enfermos y otros
médicos que les trataban, en poco o en nada se diferenciaban algunas
veces ambos colectivos.
Curiosos
fueron los diálogos con los internos y el personal sanitario durante
los primeros días. Así, cuando se le acercó una mujer
susurrándole: “La Virgen María me ha hablado, la Virgen María me
ha hablado . . .”, Don Quijote, en vez de ignorarla y seguir su
camino, como hacían todos, le preguntó con sincera curiosidad:
“¿Y
que os dijo, buena mujer?”, a lo que la pobre, no acostumbrada a
que nadie le hiciera el menor caso, se alejó turbada, repitiendo la
que habría de ser su nueva obsesión y consigna para los meses
siguientes: “No recuerdo que me dijo, no recuerdo que me dijo, no
me acuerdo . . .”
Otro
hombre de mediana edad se paseaba con mirada altiva gritando: “Soy
el rey, y mi voluntad es la ley”, a lo que le aconsejó Don Quijote
en voz baja:
“Cuidado
con lo que decís, caballero, que por menos he visto azotar a muchos,
que no es la gente poderosa tan condescendiente como tal vez creáis,
que el poder y la riqueza endurecen el corazón tanto como ablandan
la sesera, y os podríais ver en cualquier momento preso de la Santa
Hermandad”, a lo que el pobre hombre no supo que contestar, aunque
tras unos instantes de silencio sonrió, seguramente pensando: “Este
está todavía peor que yo”.
Allí
conoció nuestro hidalgo también a Julián, un joven veinteañero
con el que hizo tan buenas migas, que pronto fueron amigos
inseparables.
El
joven le tuvo sincero aprecio desde el día que entabló una
conversación con Don Quijote a propósito del personal sanitario y
aquel le dijo:
“Es
ciertamente difícil, joven, saber quienes son aquí los galenos y
quienes los enfermos, puesto que hospital dicen que es, que tanto de
unos como de otros he oído historias y despropósitos que, si las
contara, pocos me creerían. Si extraño es ese pobre hombre que vaga
por el patio gritando que es el rey y poniendo así en manifiesto
peligro su vida, no lo son menos las conversaciones de los supuestos
galenos, que de todo parecen preocupados menos de la salud y auxilio
de a quienes se supone que han de sanar y auxiliar. Así, unos
discuten enconadamente y sin descanso sobre algo que me pareció
deben ser justas o duelos, a los que ellos llaman fútbol, y donde
grandes apuestas se deben cruzar, pues discuten en ocasiones con tal
furia y pasión, que pareciera que en ello les fuera la vida”.
“Y
cuando no hablan de ese fútbol, hablan de mozas, que parecen venados
en celo, y por lo que se ve, poca cosa más llena sus cabezas”.
“No
menos extrañas resultan las conversaciones de las damas galenas,
oficio que nunca había visto en mujer, que son casi todas sobre
formas de tornarse más delgadas, como si la naturaleza les hubiera
sorbido el seso y no comprendieran que si quieren estar más flacas,
por la extraña razón que fuese, con comer menos basta, y es cosa
que hasta un chiquillo sabe. Y también ellas, válgame Dios, parecen
obsesionadas con el asunto de la coyunda, como una que me gritó
ayer, al saludarla con todo respeto: “Nada de doncella, viejo, que
ya hay igualdad, y me he tirado a unos cuantos tíos”, me pareció
entender que la igualdad va creciendo más en la necedad de los unos
y las otras que en las virtudes de ambos”.“Extraño mundo es
éste, ciertamente”.
“Lo
que pasa es que ahora tanto hombres como mujeres tenemos los mismos
derechos, abuelo”, le explicó Julián.
“Sabio
me parece, que pensar lo contrario, o negar el valor de cualquier
mujer como criatura humana no es sino idea rancia de cura de pueblo,
que casi siempre suelen ser quienes luego, aunque con disimulo, más
miran a los mozas, y algunos hasta a los niños, con un ollar poco
digno de quien se dice siervo de Dios”. “¿Cuál es, pues el
conflicto, joven, para que esa igualdad no haga brotar lo mejor de
cada hombre y lo más digno de cada mujer?”
“El
problema es que muchos tíos no se adaptan, quieren conservar
privilegios y algunos bestias llegan incluso a matar a sus parejas”.
“Digna
del peor castigo es tal bellaquería, por mi fe”, observó Don
Quijote, que si a uno de esos gandules ante mi espada tuviera, daría
buena cuenta de él, que bien es cierto que hay mujeres, como hay
hombres y hasta niños, que al mismo demonio parecen llevar dentro,
más no es esa razón suficiente para quitar la vida, que es ése el
asunto más grave de cuantos se puedan tratar”.
“Y
luego, prosiguió Julián, también algunas mujeres creen que la
igualdad consiste en que ahora les toca a ellas repetir las mismas
injusticias y abusos que antes padecieron, y eso trae problemas y
conflictos de convivencia”.
“Extraño
es, dijo Don Quijote, que tengo observado que en muchas cuestiones
que afectan al espíritu, a los sentimientos, e incluso al arte,
suelen ser las mujeres más sabias y sensibles que los varones . . .
¿no será que a esas hembras les negó la naturaleza ese gran don
natural que les es propio, y a cambio les regaló los defectos
masculinos?
“Gran
crueldad y castigo del destino sería, sin duda, si así fuera . .
.”, concluyó.
Interminables
conversaciones como ésta tenía Don Quijote con el joven cada día,
para alivio del aburrimiento de ambos.
El
tal Julián fue tomando confianza y le desveló un día a nuestro
desconcertado hidalgo su secreto: “Soy el único que está aquí
por su voluntad, abuelo Quijote, que así le llamaba, pues todos los
demás son traídos a este edificio por la fuerza, pero yo decidí,
hace ya casi tres años, vivir de esta manera, pues en este extraño
mundo, que usted llama hechizado, las personas venden su libertad por
un salario, como los más pobres campesinos de su época, y yo,
viendo ésto, tomé la decisión de hacerme el loco para poder vivir
sin sufrir esa condena, pero a cambio de tener que soportar a los
arrogantes psiquiatras, todos los cuales, salvo el pobre Alfredo, un
médico sindicalista que vive y deja vivir, parecen necesitar nuestra
presencia para dar sentido a sus alienadas vidas, sentirse superiores
y alimentar su engreimiento”.
No
acababa de comprender muy bien Don Quijote lo que le decía su joven
amigo, y así se lo hizo saber.
“La
cuestión, abuelo, y espero que me dé su palabra de caballero de que
este secreto quedará entre nosotros, es muy simple”.
“Mi
palabra tenéis, joven amigo, y bien sabéis que con mi palabra de
caballero por medio, antes arrancarán de mi la vida que una sola
letra de cuanto me encomendéis”.
“Es
que yo, abuelo, cada vez que me sueltan, porque dicen que ya estoy
curado, rehabilitado y lo bastante idiotizado como para vivir en esta
sociedad hipócrita y alienada, salgo a la calle, espero unos días,
y me paseo en pelotas, o sea completamente desnudo, por alguna parte
de la ciudad, casi siempre frente a un banco, con lo que vuelven a
encerrarme durante otra temporada”. “Aquí tengo techo, comida y
una biblioteca con la que alimentar el espíritu, y con eso me llega
y sobra para vivir”.
Don
Quijote le miraba asombrado, y al poco le contestó: “Recuerdo que
hace ya años, en mi aldea, había un joven que tenía la misma
costumbre que vos, más en su caso lo era por ser corto de
entendimiento, o porque le placía tomar el sol despojado de sus
vestiduras, sabe Dios, pues sólo en verano lo hacía, y su actitud
dió lugar a muchos debates y habladurías.
Los
aldeanos y los niños le reían la ocurrencia y, en general, a nadie
molestaba, hasta que un día llegó un cura nuevo al pueblo, que le
perseguía a garrotazos cuando el joven se despojaba de sus ropas, no
sin recibir críticas de los aldeanos, pues si bien es cierto que el
joven faltaba al decoro, no lo es menos que no es ésa razón
legítima para doblar a garrotazos a un pobre muchacho, pues lo que
mostraba no era, si bien lo miramos, más que la obra de Dios, y nada
que haya sido creado por Él ha de ser malo, pues todo tiene su sitio
en el mundo y su oficio en la naturaleza.”
“Como
el joven no cambió su actitud ni con los palos, prosiguió Don
Quijote, aquel cura, al que ya Dios habrá juzgado, mandó avisar a
la Santa Inquisición y un día el muchacho salió del pueblo para no
volver.” “Yo, que ya era entonces caballero andante, no volví a
acudir a misa alguna de aquel párroco, desplazándome cada domingo a
una villa cercana para tal cometido, y no volví a entrar en esa
iglesia hasta que aquel hombre, que disfrutaba dando iracundos
sermones, fue enviado por el obispo a otro destino, creo que ya
camino de una mejor posición en la Iglesia, que parece que el poder
y los títulos nunca van de la mano de la misericordia y el buen
hacer en este mundo.”
“Sí
señor, con dos cojonmes, abuelo, así se hace, y en aquella época,
quien le plantara cara a los curas, se la jugaba.”
Reflexionó
unos instantes Don Quijote y prosiguió: “Pero triste historia es
la vuestra, amigo Julián, que un hombre entregue su libertad a
cambio de techo y sustento, que es la libertad el mayor bien que a
los hombres han regalado los Cielos”.
“Sí,
es jodido, abuelo, pero no soy menos libre que esos que ve por ahí
en sus coches, ésos a los que usted intentó liberar, que sólo de
pensarlo me parto de risa. . .”, dijo sonriendo.
“Justo
es decir a vuestro favor, concluyó Don Quijote, que la libertad
incluye el derecho a renunciar a ella, aunque es ésta una
contradicción y misterio que ningún filósofo ha sabido desentrañar
acertadamente”.
Así
pasaban los días Don Quijote y el joven Julián, charlando y
paseando por el patio del centro, un reposo que el pobre hidalgo
agradecía y el joven Julián apreciaba, pues su inteligencia natural
le hizo ver muy pronto que, tras ese anciano de ideas extrañas, se
escondía un espíritu justo y de gran humanidad, especialmente
teniendo en cuenta la época de la que, al parecer, provenía.
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EN
UN LUGAR DEL FUTURO: Don Quijote en el siglo XXI (III)
Pero
también encontraron ambos hombres enemigos entre aquellas paredes,
siendo sin duda el peor de ellos la pareja formada por una doctora de
tan baja estatura como amplitud de miras y su inseparable enfermera,
una mujer mal encarada que repetía obsesivamente: “A éstos habría
que castrarlos a todos”.
La
tal doctora trató con todo tipo de cortesías a Don Quijote durante
los primeros días, pues veía alimentado su ego por la forma cortés
de hablar de nuestro caballero, que con expresiones como “noble
señora” o “respetable dama” alimentó más en ella, si era
posible, su engreimiento y arrogancia.
Ponto
observó el anciano que la tal señora buscaba constantemente quien
alabara sus supuestas virtudes, y que en el momento que dejaban de
hacerlo, salía de ella tal rencor y agresividad, que quien no lo
viera, dificilmente podría alcanzar a imaginar que cupieran dentro
de una persona tan menuda y de formas tan exteriormente amables.
“Esa
es la que está peor de todos los que paramos aquí”, le explicó
Julián, “Me enrollé con ella hace un par de años y luego me hizo
la vida imposible porque no quería seguir acostándome con ella,
cuando me di cuenta que era una egocéntrica, que no sabe uno si
sentir lástima o desprecio por ella. Al principio se pasó meses
enviándome cartas y mensajes amorosos diciendo que era lo mejor que
le había ocurrido en la vida, y luego, al sentirse despechada,
empezó a mandar otros tantos mensajes diciendo que todo lo que antes
era maravilloso, resultaba que ahora era horrible”.
“Triste
es ciertamente, amigo, contestó Don Quijote, la vida de las
personas, sean hombres o mujeres, que no comprenden que la libertad
ha de ser siempre la primera condición del amor, y no
comprendiéndolo, siembran dolor y discordia, que cada ser ha de
elegir libremente su compañía, y ese derecho inalienable conlleva
el deber de respetar esa decisión en otros, aún cuando resultase en
extremo dolorosa, como siempre es doloroso no verse correspondido por
la persona por nosotros amada”.
“Dicho
saber, bien lo tengo observado, no pertenece al campo del estudio o
la erudición, sino que es un regalo de la Providencia a quienes por
la vida pasan comprendiendo que cuanto se consigue con engaños,
manejos y mentiras, poco dura, y que muy contrariamente a cuanto
suele decirse, que en el amor y en la guerra todo vale, es en el amor
el campo donde hemos de jugar con lo más noble de cuanto podamos
sacar de nuestro interior, pues un engaño o un insulto quitan una
piedra del puente de la convivencia, y algunos más lo hacen
desmoronarse”.
“Bien
sabéis, amigo Julián, pues me consta que conocéis casi todas mis
aventuras, que mi corazón pertenece a la sin par dama Doña Dulcinea
del Toboso, más si una vez tan sólo ella me pidiera, para dolor y
muerte de mi corazón, que de ella me alejara, no haría más que,
como mucho, rogarle me diera una razón, más si ni esa respuesta
quisiera concederme, de ella me alejaría, destrozado mi corazón,
pero guardando la dignidad que conlleva el respeto a la libertad del
otro, por doloroso que fuese, que es esa dignidad el más valioso de
los bienes humanos”.
“Claro
que sé de sus andanzas y sus amores con Dulcinea, . . . “
“Doña
Dulcinea, joven amigo”, corrigió Don Quijote.
“Perdón,
Doña Dulcinea quería decir, que vuestros desvelos han pasado a la
historia como ejemplo de amor platónico, de mitificación y hasta de
fantasía, pero también de respeto”.
“¿Por
qué no intentáis dialogar con esa mujer, que es la palabra el mejor
sustento del espíritu y no hay mejor medicina para una mente
enferma?”, preguntó Don Quijote.
“No
una, sino decenas de veces intenté dialogar, pero de poco sirvió,
se limita a repetir una y otra vez que nadie me ha amado tanto como
ella y que el problema es mío por no saber apreciarlo, por lo que
tuve que optar, aconsejado por otros pacientes e incluso médicos que
la conocen mejor que yo, por el silencio”.
“Como,
para colmo, va de feminista por la vida, cuando ya llevaba meses
acosándome, dejándome mensajes, llamando por teléfono y hasta
molestando a mis familiares, intenté hacerle comprender un día que
no había ninguna diferencia entre lo que ella hacía y lo que hacen
a diario esos bestias acosadores que a veces terminan matando a su
pareja. Su respuesta me hizo comprender que estaba realmente mal de
la cabeza: “Es que soy una mujer libre y hago lo que me da la gana.
Tu problema es que no sabes apreciar mi gran capacidad de amar”,
remató con su modestia habitual.
“Sí,
eres tan libre como ese animal que esta mañana ha matado a su pareja
en Valencia”, le contesté, “y tu capacidad de amar es tanta, que
no eres capaz de trasladar a tu vida cotidiana, no ya algo de amor,
sino de respeto hacia quien se niega a compartir tu vida o tu cama, y
eso es lo más básico, es el respeto a los derechos humanos”, le
contesté.
“Desde
entonces me hace la vida imposible, o lo intenta, al menos, y ni se
da cuenta de la agresividad pasiva con la que carga".
“A
veces me da pena, pero más pena me da cuando pienso en las personas
que manipula o ataca, que aquí hay una buena amiga, Clara, que está
en coma desde hace meses sólo porque se enrolló conmigo y la bruja
esa la metió una sobredosis de esa basura que nos inyectan para
tenernos callados”. “Era la chica más guapa de aquí, y la más
inteligente, sin duda, un verdadero espíritu libre, por eso la
envidiaba tanto, y no le ha perdonado que no entrara en su juego de
decirle lo maravillosa que se cree que es”. “La vida se lo
cobrará a la muy bruja”.
Don
Quijote escuchaba atentamente, y cuando su amigo, ya con lágrimas en
los ojos, dejó de hablar, aprovechó para tomar la palabra.
“Digno
de lástima es cuanto me contáis, joven amigo, pues por vuestra
mirada deduzco que queríais bien a esa doncella, y de ello deduzco
también que esa mujer amargada que a diario intenta incordiaros debe
ser una enviada del mismo Frestón, una de sus peores brujas, sin
duda. Deduzco finalmente, y correjidme si yerro, que “enrollarse”y
“follar” llamáis en esta tierra y época a conocerse
carnalmente”.
“Sí
abuelo, también lo llamamos “hacer el amor” o . . . y hablando
de Roma, por ahí asoma . . .” dijo mirando a la susodicha doctora,
que se dirigía con paso resuelto hacia ellos.
“Buenos
días noble caballero”, dijo con una sonrisa irónica.
“Buen
día nos dé Dios” contestó secamante Don Quijote.
“¿Ya
no me llamáis “noble dama”, como hacíais al llegar?
“La
nobleza, señora, no es patrimonio de la fuerza, ni de la riqueza, ni
mucho menos de la crueldad, ni de quien no sabe respetar a sus
semejantes, ni la sagrada libertad de elección que a todo humano ha
regalado Dios. Tampoco es monopolio de la aristocracia, pues un
villano puede ser noble de espíritu si nobles son sus acciones.
Más
vos, señora, las bellaquerías que habéis hecho, según a mis oídos
ha llegado, nunca os permitirán ser más noble ni más dama que la
cortesana más hipócrita de la corte más corrupta del reino más
miserable al que alumbre el sol. Si al menos fuérais una persona
modesta, tal vez la vida os fuera enseñando cuanto vuestro espíritu
necesita aprender para seguir caminos y enseñanzas más saludables
para vos y quienes con vos conviven”.
”En
el pasado, a mí me embaucásteis con vuestras formas suaves y hablar
sereno, más cuando no conseguís de mi, o de mi amigo aquí
presente, cuanto vuestro capricho o engreimiento os dicta, comienza a
salir de vuestro interior la ira malsana que desde hace mucho sin
duda allí anida, posiblemente por no haber encontrado cariño y
respeto sincero, que al fin, nadie os pudo dar, pues a quien os lo
ofreció muy posiblemente quisísteis transformar en un bufón que
cantara vuestra música enajenada, o en una víctima en quien
desahogar vuestras frustraciones”.
Ya
algo encolerizado, continuó don Quijote: “Bien recuerdo haber
conocido en mi visita a la corte damas como vos, que han hecho de la
mentira y la hipocresía su triste forma de vida, y sin sospecharlo
siquiera, porque cuando un acto se transforma en costumbre, para bien
o para mal, se torna ley, y ciertamente difícil es librarse luego de
tal yugo”.
Recuerdo
bien aquellas damas, que a lo largo de su vida se acostumbraron a
insultar o degradar al caballero que tenían a su lado, agriándoseles
así poco a poco el carácter, de tal forma que, cuando encuentran en
alguna persona un sano e igualitario respeto, como siempre debe ser
entre hombres y mujeres, no saben reconocerlo, y se obsesionan en
poseer o intentar destruir, si no pueden poseer, una amistad de la
que, en el fondo, saben que nunca estarán a la altura, pues la
amistad no se compra, vende o arrienda, y es regalo del Cielo para
las almas que, siendo modestas, saben mirar y aprender de la
naturaleza humana, que es una de las cosas más complejas y dignas de
estudio que Dios ha puesto en este mundo”.
“Si
estuviera aquí mi fiel escudero Sancho, al que seguramente vos o
alguien como vos esté robando la libertad o amargando la vida,
encontraría un refrán oportuno con que ilustrar vuestro lamentable
estado, diría algo así como: “Apártate como de la peste de mujer
que no ha parido y de la que de varón la felicidad no ha conocido”o
cosa similar, que es Sancho sabio para esas cosas del vulgo.
La
doctora, al comprender que Julián había informado a Don Quijote de
lo sucedido con Clara, le dirigió tal mirada de odio al joven, que
no hizo más que confirmar cuanto el caballero sospechara y dijera:
tanto rencor no podía anidar en una persona ni buena, ni noble, ni
sana.
Un
par de sesiones de electroshock fue el precio que tuvo que pagar
Julián por su atrevimiento, de tal forma que cuando le vió al día
siguiente, todavía tambaleándose, y con la mirada perdida, Don
Quijote, a punto estuvo de perder la compostura y montar en cólera.
“¡Voto
a tal!”, exclamó, “¡Que ser tan infame es capaz de torturar así
a un hombre sólo porque sus ideas y gustos no coinciden con los
suyos, y por no querer compartir su lecho, que al mismo Torquemada
recuerda esta mujer!”
“No
se preocupe, abuelo, que aunque mañana mismo me matara, un día de
mi vida, o de la de Clara, o de la de usted, valen más que toda la
triste existencia de esa mujer, y la vida es más justa de lo que
parece, que son su arrogancia y egocentrismo los que le impiden salir
del oscuro agujero en que se metió su mente, cualquiera sabe cuando.
Como dice el refrán, en el pecado está la penitencia”.
“Veo
que también sois dado a los refranes, joven amigo, que mucho a
Sancho me recordáis, y gran verdad es que en las mismas ganas de
hacer daño está el castigo, aunque difícil asunto es para ser
tratado a la ligera, pues si bien es cierto que nos enseñan a poner
cristianamente la otra mejilla, también es cierto que la naturaleza
nos ha dado sólo dos, y no es menos cierto que toda persona tiene
derecho a lavar una afrenda, y a recibir disculpas y reparación por
el daño sufrido, pero no olvidemos que, consideran quienes con
esclavos trafican, que no hay peor delito u ofensa que el intento de
éstos por huir y recobrar su libertad . . .”
Así
transcurrieron las semanas que Don Quijote pasó recluído, según él
en una prisión llena de trampas, engaños y encantamientos.
Allí
pudo enterarse nuestro caballero de muchas cosas del mundo y época a
los que había ido a parar y, aunque no fue tarea fácil, consiguió
convencerle Julián, aficionado a la lecturas de ciencia ficción, de
que, aunque engaños y trampas no faltaban en este mundo, él venía
de otra época, y de que era posible viajar en el tiempo como se
viaja a través de un camino.
“Extraña
cosa es cuanto me decís, apreciado amigo, que si otro me lo dijera,
pensaría que deliraba, más no es menos cierto que mil datos y
conocimientos tenéis de la época de la que vengo, que sólo siendo
como vos decís, que fue una época pasada, y por los habitantes del
presente conocida, explica cuanto está sucediendo”. “Más seguro
que ese viaje del que me habláis, es obra de Frestón y no de otro,
pues tal crueldad sólo a tan malvado mago se le puede ocurrir”.
“Sí,
abuelo, eso seguro . . .” respondió Julián sonriendo resignado.
Mientras
tanto, tras el incidente de Don Quijote con los automóviles, Sancho
había pasado varias horas respondiendo preguntas en una comisaría
cercana al centro psiquiátrico, pero de nada le pudo acusar la
policía, ya que ningún delito había cometido, salvo no comprender
cuanto estaba sucediendo.
Al
pobre Sancho, llegar a identificar a los policías como guardianes
del orden, u hombres de la Santa Hermandad, como finalmente les
llamó, le costó un buen rato, y aguantarse la risa al observar el
tamaño de sus armas de fuego fué lo que más le costó, pues
habiendo recibido de ellos una manta, un café y algo de comida, le
pareció poco respetuoso hacerlo.
“¿A
quién pretenderán detener o cargar con cadenas con esos arcabuces
tan minúsculos, que su disparo ni a un gorrión podrá abatir?,
reflexionaba Sancho para sus adentros. “Y tantos papeles llevan y
traen, que más parecen escribamos que hombres de armas”. “Mas
son gente cortés, y mientras no reciba orden en contrario de mi
señor, será mejor seguirles la corriente”, pensaba Sancho,
mientras sonreía mirando a los diferentes policias que iban y venían
por la comisaría.
Una
razón para hacer que la estancia de Don Quijote en el centro
psiquiátrico no se prolongase demasiado en el tiempo, y tal vez la
razón de más peso, fue que el pobre Sancho llevaba durmiendo en los
jardines situados frente al hospital desde el día siguiente al
internamiento de su señor, pues allí, una vez libre, instaló un
pequeño campamento, dejando pastar a Rocinante y a su burro en las
cercanías, abonando éstos abundantemente, a cambio del alimento
recibido, el césped del centro hospitalario.
Pero
no fue muy apacible la estancia del pobre Sancho, pues a los pocos
días de encontrarse allí, se le acercó un grupo de jóvenes con
malas pintas y las cabezas tan escasas de pelo como de ideas, que se
dirigieron a él en estos términos: “Oye tú, gordo seboso,
vuélvete a tu tierra con tus burros, que aquí no queremos
cerdos”.¿Qué eres rumano o sudaca?
“En
mi tierra estoy, respondió Sancho, que éste es el Reino de
Castilla, según bien me han informado. Romano no soy, ni nunca he
estado en esa ciudad, a la que llaman santa, y sudar, sudo, como
todos, cuando trabajo, afición ésta que no parece que tengan mucho
vuesas mercedes, que parecen gastar su ocio en otros menesteres de
menos provecho”. “Y burro es uno, que el otro es rocín, y sólo
un burro no sabría ver la diferencia”, concluyó el escudero, algo
molesto con las malas formas de los jóvenes rapados.
“Mira
que gracioso el gordo”, dijo el más alto, que por la forma de
hablar seguro que es sudaca, pero habrá que enseñarle educación,
que de allí llegan todavía medio salvajes”, y diciendo esto, dió
un empujón a Sancho que le hizo rodar hasta los mismos cascos de
Rocinante.
El
animal llevaba ya días en los que su carácter iba empeorando,
mostrándose arisco, pues notaba la ausencia de su amo, que desde
potrillo se acercaba a diario a hacerle una visita y acariciarle el
lomo.
Rocinante,
de natural dócil y apacible, era de esos caballos que, si por la
razón que fuere, se le notara nervioso, mejor apartarse de él, y
viendo a Sancho rodar por los suelos, dejando de pastar, se avalanzó
con furia sobre el grupo de cabezas rapadas, dando a unos mordiscos y
a otros coces, que un experto karateca parecía el flaco animal.
Ninguno
de los jóvenes neonazis salió indemne, que el que menos recibió,
se llevó un buen bocado en las posaderas, que con certeza le
impidieron sentarse en, al menos, un par de semanas.
Mientras,
Sancho seguía en el suelo, pero ahora retorciéndose de risa, al
tiempo que les gritaba a los jóvenes: “¡Tornad, mozos, tornad y
preguntadle a Rocinante si le place llevaros a Roma, o si suda o no
suda, o si es o no es de Castilla, de La Mancha o de Navarra!" Y
aún siguió riendo un buen rato, pues con la risa se le soltó el
vientre, y pasó a reírse de una ventosidad que se le escapó,
mientras les gritaba: ¡Eh, mozos, preguntadle a este pedo si es de
aquí o extranjero, ahí os lo mando! Y siguió riendo hasta que el
dolor de barriga le hizo parar.
Los
cabezas rapadas corrían mientras gritaban: “¡Ya nos veremos,
sudaca cabrón!”
Rocinante,
mientras tanto, seguramente envalentonado por las risas de Sancho,
relinchaba altivo como si fuera el mismo Babieca tras salir
victorioso de una dura batalla.
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EN
UN LUGAR DEL FUTURO: Don Quijote en el siglo XXI (IV)
Aún
varios días tuvo que esperar Sancho hasta ver salir por la puerta
del psiquiátrico a su amo, caballero y amigo.
Cabizbajo
y demacrado apareció Don Quijote, todavía bajo los efectos de la
medicación, que le había mantenido tan tranquilo como ausente
durante los últimos días, pues había decidido negarle el saludo a
la desquiciada doctora tras las sesiones de electroshock a su amigo,
y aún estaba pagando las consecuencias de su osadía.
Con
lágrimas en los ojos recibió Sancho a su señor, besándole las
viejas botas y diciendo: “Por el amor de Dios, mi señor, sacadme
de este mundo endemoniado y volvedme a la paz de mi aldea, que ya no
me cabe duda que el Fresón ése ha decidido hacernos víctimas de
una cruel venganza, y hace semanas que me siento como un puerco la
víspera de San Martín”.
“No
desesperes, Sancho amigo”, le respondió, con voz aún gangosa por
las pastillas ingeridas, el pobre Don Quijote, “que mucho he
meditado en mi cautiverio sobre lo que nos ha sucedido, y he llegado
a la certera conclusión de que cuanto en la vida nos acontece, no
son desgracias, sino lecciones que hemos de aprender, y que en todo
dolor se puede encontrar un consuelo, tanto como hay un dolor
agazapado tras cada placer, y sólo en la paz de la lectura y el
recogimiento encuentra el hombre la medida de su ser . . .” “Me
consta, además, Sancho, para nuestro regocijo ante tanta adversidad,
que también habitan buenas y sabias gentes esta tierra y este
tiempo”.
“De
que extraño modo habláis, mi señor, que no parecéis vos, y si no
fuera porque conozco vuestro arrojo y valentía, juraría que os
habéis dejado robar el alma dentro de las paredes de esa prisión”.
“Bien
dices, Sancho, que también yo me siento extraño, como fuera de mi,
y juraría que he sido víctima de envenenamiento, que bien sabe
Frestón que sólo con encantamientos y brujas no puede acabar con la
grandeza de mi empresa ni la nobleza de mi propósito”.
Atropelladamente
le contó Sancho a Don Quijote lo sucedido en su ausencia, cómo se
alimentaba de la comida que encontraba en los contenedores de basura,
suficiente, según él, para alimentar diez aldeas y hasta las
bestias que en ella habitan, y le puso al tanto también de lo
sucedido con los cabezas rapadas, a lo que el hidalgo, tras
reflexionar un momento, dijo:
“Sé
por mi buen amigo Julián, un caballero de quien ya te hablaré, que
en este reino cada cual puede decir cuanto piensa, libremente y sin
temor de acabar en galeras encadenado de por vida, y que hasta del
rey y del papa se puede hablar sin reparos ni miedo, y he de decirte,
Sancho amigo, que es de las pocas costumbres dignas de alabanza que
he encontrado hasta ahora en esta extraña tierra. Y haciendo uso de
ese derecho legítimo de este reino que hoy habitamos, te diré lo
que nunca me hubiera atrevido a decir en la Castilla que nos tocó
vivir, que si muchos yerros cometieron nuestros reyes, pues errar es
humano, por mucho que les guíe la mano de Dios, ninguno fue tan
grande y dañino como echar de sus reinos a quienes no son nacidos en
él, o a quienes, siendo tan nativos como tú o como yo, guardan una
fe diferente a la nuestra”.
"Recuerda
Sancho como, tras expulsar a los judíos, vinieron años de
carencias, pues esas gentes eran sabias en el comercio y el manejo de
los dineros, que tanto puede ser un bien como un mal, según se haga,
y al poco estaban nuestros reyes pidiendo crédito a banqueros de
otras tierras, con lo que a otras tierras también iban a parar los
beneficios”.
“Luego
fueron los moriscos los expulsados, y tú mismo recordarás, Sancho,
cuantos campos yermos encontramos en nuestros andares, que tan sólo
un año antes tenían trigo y frutales, y no quedaba de ello más que
un amargo recuerdo”. “Y no eran moros invasores, Sancho, como nos
decían, sino tan españoles y tan humanos como tú y como yo, que a
su dios lo llamaban de otra forma, y de otra forma le adoraban, pero
en nada se diferenciaban de nosotros”.
“Y
por mi fe aseguro, que tantos hombres buenos y malos he encontrado
entre cristianos, judíos o moriscos, sin más distinción entre
ellos que la diferencia de sus gustos y su mejor o peor carácter”.
“Por
eso me entristece, Sancho, saber que aún hay en este reino, que me
han informado que es el muestro, aunque en otra época, rufianes y
malas gentes que siguen pensando como antaño, y creen que echando
lejos a forasteros o a quienes como ellos no piensan, o a quienes no
tienen su misma fe, pueden mejorar la condición de un reino y sus
gentes, cuando no hacen sino debilitarlo y deshabitarlo”.
“Ese
mal y locura es parte de la misma naturaleza humana, Sancho, el no
saber respetar y convivir con quien no piensa como nosotros, y aunque
todos llevamos dentro esa parte del infierno, sólo en los débiles
de espíritu crece, pero siendo muy pocos, hacen tanto ruido y tanto
mal, que a menudo acaban provocando guerras y todo tipo de
desgracias”.
“Muy
sabio es cuanto decís, mi señor, y sabéis que también pienso como
vos, y desde el otro día, aún más, que si no fuera por Rocinante,
aún estaría doliéndome de los palos que me habría llevado, pero
creo que el tiempo en prisión algo os ha trastornado, si me permitís
que os lo diga, o al menos cansado, que lo de que estamos en Castilla
pero en otra época, me lo tendréis que explicar de forma que no
acabe creyendo que, como dice vuestra ama y el cura, tal vez en algún
golpe se os haya desencajado un poco el juicio, quiera Dios que no
mucho”.
“Descansemos
hoy Sancho, que tiempo tendremos de hablar, y mañana habremos
recuperado las fuerzas que el cuerpo requiere para poner en práctica
los fines del espíritu. Mas alejémonos de esta oscura prisión para
pasar la noche, aunque no mucho, que al amanecer hemos de volver a
recuperar mi espada, que un caballero sin armas es como un hogar sin
lumbre, y muy poco servicio puede hacer al mundo”.
Y
así se alejaron nuestros amigos, recogiendo el campamento y cargando
los variopintos enseres del mismo sobre sus cabalgaduras, en tal
mezcla de objetos, épocas y colores, que igual asomaba por un
bolsillo del pantalón de Sancho una servilleta con el logo de una
cadena de hamburgueserías, como colgaba de Rocinante un teclado
informático, que Sancho creía un libro, pues letras sabía
reconocer en él, aunque no leerlas.
Don
Quijote, por su parte, empuñaba cauteloso un palo de escoba, que por
igual le servía de bastón como de espada, y así recordaba su mano
la sensación de seguridad que le permitía seguir adelante por un
mundo tan sumamente desconcertante, que no sabía muy bien si en todo
se diferenciaba del suyo, de cuatro siglos antes, o en todo se
parecía.
Nekovidal
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POETS
DAY
P
– Piss
O
– Off
E
– Early
T
– Tomorrow
S
– Saturday
Autor:
Brian, un inglés que estaba en la barra (perdón por la redundancia)
con Marisol, que acercando el texto a la mesa de la tertulia hizo así
su primera aportación a la misma. Gracias, siempre son de agradecer
unas gotas de humor en este desierto.
Thanks,
Brian, hips . . .
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