sábado, 13 de octubre de 2012


NO SÉ DE DONDE VIENE

Cuando la felicidad, ocasionalmente, nos sonríe, ni la sabemos apreciar en su frágil y esporádico ser, en su inevitable caducidad, ni la disfrutamos en su efímera grandeza.

No sé de donde viene esa extraña forma que tenemos de sobrellevar la vida, de navegar, sorteando frustraciones e inmersos en las tormentas del tiempo, esa forma tan nuestra de escondernos en las cuevas de las sombras y el miedo, mientras alabamos la belleza de la luz.
No sé de donde viene esa costumbre de naufragar reincidentemente contra cuantos acantilados emocionales vamos encontrando en nuestro camino.

Hoy, la felicidad de ayer ya ha pasado, y es, ya para siempre, tan sólo pasado, mientras que la de mañana, no siendo más que una posibilidad, se transforma en nuestra mente en un imprescindible y continuo ritual de esperanza.

Nunca volverá la nieve que vimos sobre las montañas el pasado invierno, ni las desbocadas ilusiones de la juventud, ni una tarde tan sólo de aquellos mágicos juegos infantiles . . . nunca volverán, aún cuando sean parte indisoluble de nuestro ser.

¿Aprenderemos algún día que el hoy es el ayer de mañana?

 

EL GRAN LIBRO DE LA VIDA 

Ese libro al que llamamos Vida, escrito a veces con renglones torcidos, y otras muchas con cuidada letra e impecable ortografía, es todo cuanto tenemos.
Tal vez cada persona sea, dentro de ese libro, tan sólo una palabra, o una simple letra, quizás una sonora vocal, o un tímido pero imprescindible acento, nada más.
En eso tan sólo consiste el juego de aprender a vivir: en averiguar el sonido y la grafía de nuestra letra y conseguir hacerla vibrar lo mejor posible dentro del canto universal de las palabras, de esa inmensa canción compartida.
El Gran Libro de la Vida se escribe a menudo con lágrimas, pero nunca faltan en él las imprescindibles risas ocasionales, las emociones y caricias que mantienen encendida la hoguera de las ilusiones humanas.
Se escribe con dolor, paciencia, amor y memoria, y nadie, ni el humano más sabio, más fuerte, o el más poderoso, puede borrar o cambiar ni una sola coma de sus páginas.
El Gran Libro de la Vida, que conoce bien nuestra naturaleza, nunca olvida, antes de permitir que cada una de nuestras letras o palabras pasen a formar parte de la eternidad, que sólo de dos cosas somos dignos los seres humanos: de respeto, y de lástima.



EL ROBO DEL SIGLO

 
Ya hace cientos de siglos que se está cometiendo el robo del siglo: lo llevan continuamente a cabo los críos miedosos de siempre, los que padecen todos los síntomas del miedo: codicia, autoritarismo, envidia, necesidad de controlar, mandar o manipular, necesidad de un dios único excluyente, en definitiva, tristeza.
Recluídos en sus prisiones mentales crean guerras, dolor y pobreza, saquean y almacenan compulsivamente riquezas materiales que necesitarían vivir siglos o milenios para poder utilizar. Su filosofía es monótona y repetitiva: “el mundo siempre ha sido así y nunca cambiará, si yo no robo, otro robará”, y de tanto repetirla no sólo terminan creyéndolo ciegamente, sino que acaban por crear parte de ese mundo alienado y agresivo del que hablan.
Su ceguera les impide ver que nada ha sido así como es ahora, que cambia a cada instante y que el cambio de esta época es tan evidente y acelerado que basta recordar como vivían nuestros abuelos para comprobarlo. Pero para ver es necesario abrir los ojos.
Los crios asustadizos roban y sus miedos les impide ver que nunca podrán robar nada de especial valor. Salvo el alimento, el resto no llegarán a alcanzarlo, ni a imaginarlo siquiera, porque con cada ración de comida, vacuna, dólar o euro que acumulan sin necesitarlo, están comprando un billete que les aleja del resto de las riquezas, esa que nos conmueve mediante un escrito, un cuadro, una melodía o un gesto de amistad, esos pequeños placeres que los pobres crios miedosos no pueden sentir ni compartir, por eso se consuelan robando.
Y lo más extraño es que son esos los seres que más llaman la atención, a los que llamamos alteza o señor ministro, a los que algunos besan su anillo, a los que tanto admiran cuando ven llegar en sus automóviles enormes transportando espíritus diminutos.
No deberíamos olvidar lo que tan acertadamente nos avisara Von Hardenberg: “Cuando veas un gigante, examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un pigmeo”.



Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net
ECONOMÍA SOSTENIBLE Hasta hace poco, una economía sostenible era, aparentemente, tan sólo una opción idealista, una forma alternativa de vivir y manejar los recursos materiales disponibles. Podemos retrasarlo, como mucho, una generación más, pero desde ahora, o es una economía sostenible o no es, y la plaga que supone nuestra especie se transformará en una epidemia patológica en la que nosotros mismos nos uniremos irremediablemente a la lista de las tantas especies que hemos hecho desaparecer. Cierto árbol de la jungla tropical segrega un zumo azucarado sin otro fin que remunerar su trabajo a una especie de hormiga que le defiende del ataque de pulgones, que le parasitarían y secarían. El árbol, si se cuida y respeta, siempre produce y regala su azucarado manjar, incluso cuando no hay ningún peligro a la vista, cumple honestamente el pacto con sus socios. El árbol, como cualquier ser vivo, como cualquier planeta, siempre encontrará un cómplice, tal vez un simple virus, que complete su círculo de equilibradas necesidades vitales. Suenan las sordas pero implacables trompetas de un previsiblemente cruel pero justo juicio final, ya pasó la alocada adolescencia de nuestra especie, se acabó el despilfarro. Como bien se ha dicho, quien crea que es posible un "crecimiento" ilimitado en un planeta limitado es un loco o un mal economista. El planeta y, sobre él, los supervivientes, seguirán girando algunos millones de años más, indiferentes a nuestra arrogancia juvenil. Ya sólo nos resta decidir si queremos ser hormigas o pulgones.   Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net