domingo, 30 de julio de 2023

 

VOCES entre VOCES

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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD

"Egalité", de José Asunción Silva (Colombia, 1865-1896)


Juan Lanas, el mozo de esquina,

es absolutamente igual

al emperador de la China:

los dos son el mismo animal.


Juan Lanas cubre su pelaje

con nuestra manta nacional;

el gran magnate lleva un traje

de seda verde excepcional.


Del uno cuidan cien dragones

de porcelana y de cristal;

Juan Lanas carga maldiciones

y gruesos fardos por un real.


Pero si alguna mandarina,

siguiendo el instinto sexual,

al potentado se avecina

en el traje tradicional


que tenía nuestra madre Eva

en aquella tarde fatal

en que se comieron la breva

del árbol del Bien y del Mal,


y si al mismo Juan una Juana

se entrega de un modo brutal

y palpita la bestia humana

en un solo espasmo sexual,


Juan Lanas, el mozo de esquina,

al emperador de la China

es absolutamente igual:

los dos son el mismo animal.


José Asunción Silva en Gotas amargas (1908), incluido en Antología crítica de la poesía modernista hispanoamericana (Ediciones Hiperión, Madrid, 1992, selec. de José Olivio Jiménez).

https://franciscocenamor.blogspot.com/



TEMAS TERTULIA -4-8-2023

RECUERDOS

SUEÑOS

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.

TEXTOS TERTULIA 28-7-2023

SUPERACIÓN

TRANSICIÓN

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



SUPERACIÓN


El concepto superación es, siempre, subjetivo; por ello, no hay nada más absurdo que seguir las indicaciones de otros para el buen vivir, ni nada más soberbio y prepotente que otorgarse el derecho de decir a los demás qué deben hacer con su vida. Cada uno sabemos exactamente dónde nos aprieta el zapato, dónde nos flaquea la voluntad y dónde nos duele el corazón.


Por otro lado, la superación no significa medirse con los demás. De nada vale responder a provocaciones, discutir con gente que no habla el mismo idioma, desafiar a manipuladores, provocar a iracundos o desgañitarse para ser entendidos por aquellos que nada tienen en común con uno, eso sólo conduce a vivencias poco digeribles marcadas por la insatisfacción y la desesperanza.


Superarse a sí mismo es tomar conciencia de la debilidad de las emociones y concederse, entre ellas y la acción, el tiempo necesario para medir las consecuencias de aquello que vayamos a decir o hacer. No se trata de mucho rato, unos pocos segundos, tal vez milésimas de segundo, para que la razón tome el poder y permita que salga la verdadera esencia humana limpia de irracionalidad.


Últimamente he adquirido bastante rapidez en este proceso -aunque no siempre lo consigo, claro está- y, para mí, es muy satisfactorio lograrlo, me produce una reconfortante sensación de equilibrio que no sólo se instala en mi ánimo, es que, además, crece con cada nueva superación y me hace los días más amables.


Muchas personas conocen esta forma de actuar, otras, ni la conocen ni están interesadas; yo sigo la idea de Saramago y no trato de convencer a nadie, sería una falta de respeto, un intento de colonización del otro; así es que, cuando me topo con alguien dominado por el impulso de las emociones que lejos de preguntarse por qué tropezó echa la culpa a la piedra del camino, sencillamente y con diplomacia me retiro del juego; salvo en el caso de que sea una persona querida, entonces me mantengo a su lado hasta que se pasa la marea -siempre se pasa- para acompañarlo en su felicidad o confortarlo en su tristeza.


Tal vez ésa sea la mejor forma de explicar el significado que le doy al concepto superación.


29/julio/2023 – Vicki Blanco para «VOCESentreVOCES»


SUPERACIÓN

Negación

Vuelve, no sabemos de dónde, más individual y menos dividida que nunca. Busca en ollas negras la bicicleta que una vez fue refugio, aunque de eso haga ya mucho; lo suficiente como para que la herida haya dejado ya de doler, de sangrar, de escocer; ni siquiera de recordar.

Re-cordis, vuelta al corazón, que sigue bombeando con la misma fuerza o más, aunque le queden menos latidos.

Como los corales, colonias de colonias, nos miran desde fuera y… ¿y? ¿Dónde está la belleza? En el ojo que mira, por supuesto. O no: en el ojo que ve. El ojo que sabe ver.

Hablaron hace años de las fibras de un corazón hipotecado, cuando aún no había empezado a pagar la primera cuota. La primera mensualidad. La primera letra de una palabra que se convirtió en cuento, en novela, en reflejo de las memorias de las mil vidas no vividas y a la vez… de las únicas incrustadas en su piel.

S.V.T.

https://iderinaweb.wordpress.com/



SUPERACIÓN

Me marcaron con una patria, yo no elegí ninguna, pero intentaron hacerme creer que existía, en mi infancia lo creí, hasta tuve dos, luego lo superé.

Me marcaron mis padres con sus miedos, hijos, como todos, del miedo o la ignorancia, no superé nada, pero aprendí que era, como todos, miedoso e ignorante.

Me marcó la escuela, el instituto, la universidad, cada una con diferente marca pero el mismo hierro: aprende a obedecer mientras finges crecer viviendo.

Me marcó el estado, omnipresente, despótico, antinatural, enseñándome a ser esclavo, peor aún, a ser un esclavo que cree ser libre, el esclavo perfecto.

Me marcó el amor, cuando no fue sufrimiento fue decepción, hasta que comprendí que a los demás, como a mi, nadie nos había enseñado a amar, apenas refugio, sexo, soledad compartida, sólo algo que se confunde con los instintos.

Me marcaste tú al cruzarnos por la calle, ignorantes ambos de cuanto estábamos condicionando nuestras vidas.

Me marcó comprender un poco como funcionaba la vida, su eterno complejo de Ave Fénix, su lastimero canto de esperanza, su efímera eternidad.

Me marcó la guerra, nunca digna, nunca hermosa, nunca útil, sólo la dramatización de la peor locura humana, sólo miseria y terror, morir o matar a tus semejantes por ideas y negocios ajenos, si has sido convenientemente domesticado ni siquiera las ideas propias son mejores.

¡Tantas cosas nos marcan: cada golpe, cada caricia, cada palabra leída, oída o pronunciada, cada instante de vida!

¿Qué es la superación salvo ser conscientes de las cicatrices?

Nekovidal nekovidal@gmail.com 

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SUPERACIÓN

NAMA-RUPA

No soy mi cuerpo, ni mi mente, ni mi nombre.

Me despojo como de ropa vieja de mi nama-rupa.

Dejo de ser para Ser,

y en el Ser vuelvo a encontrar un nuevo nama-rupa.

Se llama Nada, se llama Todo,

se llama Paradoja de la Vida.


Para hacer un camino espiritual es necesario desprenderse de la identidad de uno, formada por el nombre que se nos da y la forma que tenemos. En sánscrito el nombre se llama “nama” y la forma “rupa”. Cuando abandonamos ambas cosas nos sumergimos en la Conciencia Pura o Dios, nos volvemos parte de todo lo que existe.

Alexandra Di Estefano Pironti. 

Un salto al infinito” Ediciones Carena.

TRANSICIÓN

Metal de transición

(Todo parecido con la realidad son juegos de las Diosas del Azar)

Eran aquellos tiempos en que, cual bandoleros de un siglo atrás, se robaba para entregar el dinero a una causa ideológica, convencidos de que así cambiaría el mundo a mejor, había que abastecer las cajas de resistencia que hacían posible que los trabajadores pudieran utilizar su única e infalible arma: la huelga indefinida, para conseguir derechos que hoy consideramos cotidianos y obvios, hasta hace poco el mundo nunca ha sido así, todos los derechos se conquistaron con lucha y dolor.

Eran los tiempos de la Transición en una España que se debatía entre un perdón injusto o la nada y el miedo porque la justicia era, simplemente, imposible después de cuarenta años de dictadura y miles de asesinados en las cunetas por el único delito de mantenerse al lado del gobierno entonces legal. Se resolvió con una amnesia que el tiempo demostró doblemente injusta. Algunos, además de vivirlo, sobrevivimos.

Aquella tarde de verano el metal, siempre frío, parecía quemar. Todo había salido mal: la entrada, la reacción de los empleados, ese miedo descontrolado de los otros que, a los que teníamos alguna experiencia, nos daba más miedo que el propio.

La salida fue un cúmulo de errores y la huida, su consecuencia inevitable. Luego, el final previsible: dos lecheras de frente, otra a nuestra espalda, y a continuación la falla, como llamaba con su jodido humor mediterráneo Miguel a los tiroteos.

Ni supe entonces ni sé aún hoy como pudimos salir de allí, con Miguel con un tiro en la pierna y colgado de mi hombro. Se le había quitado su eterno buen humor.
Los otros dos, a los que desde el principio no había visto claro dejar entrar en el tema, parecían campeones olímpicos de los cien metros vallas y un par de auténticos cabrones que saltaron sobre el compañero herido, ya en el suelo, para salir huyendo.
Pero lo peor estaba por llegar. La parejita desapareció, arrastré a Miguel hasta la furgoneta y conseguí meterlo en la parte de atrás.

Un torniquete rápido con el cinturón detuvo en parte aquella fuente de sangre.
Un grito de “al loro” de Juan nos dejó congelados: se acercaban dos maderos hacia nosotros.
Y el hierro comenzó a calentarse como si acabara de salir de la fragua.
Monté el arma ya convencido de que aquello iba a terminar muy mal, Miguel, tirado en el suelo, con dificultad, hizo lo mismo. Hasta ahora no habíamos derramado sangre, sólo la nuestra, era una norma ética a cumplir siempre que fuera posible, y Juan, el único visible desde fuera, sentado en el asiento del conductor, hizo alarde de su formación dramática. Al fin recogeríamos el fruto de tantas veces que, durante años, habíamos tenido que acompañarle a mil pueblos perdidos para sus representaciones de él y su compañía “Teatro Libre”.

Antes de que ninguno de los dos policías dijera nada, se adelantó él:

"¿Puedo ayudarles en algo?", preguntó con sangre tan fría como debía estar esa cerveza que tanto nos apetecía a los tres.
"Han atracado un banco ahí detrás, ¿No habrá visto a dos hombres, uno cojeando?"
"No, qué cabrones, robando a gente honrada en vez de trabajar. Habría que colgarlos a todos".
"¿Va a estar aquí más rato?"
"Sí, un ratillo".
"Anote este número, si ve algo raro, llámenos inmediatamente".
"No se preocupen que si les veo igual les paso por encima yo mismo con la furgoneta".
"Gracias, nos ahorraría trabajo. Lástima que no haya más gente como usted".
"De nada, a mandar".

Miguel me miraba sin poder creerlo.
Mi mano dejó de sudar agarrotada a la empuñadura del arma y el metal fue recobrando, poco a poco, su frío habitual.

Por una vez, habían ganado los indios.

Nekovidal nekovidal@gmail.com 

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MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.


La arrogante realidad: crisis democrática y asedio del lenguaje

No hay democracia posible sin un ‘demos’ armado de un andamiaje teórico capaz de debatir y rebatir la mentira y la manipulación

Cibrán Sierra Vázquez 11/07/2023

<p>Aula universitaria. /<strong> sunganga</strong></p>

Aula universitaria. / sunganga

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Vivimos tiempos confusos, en los dos sentidos que el diccionario otorga a esta palabra. Confusos por la falta de claridad, orden, rumbo y razón con la que parecen suceder los acontecimientos, y confusos porque ante esta realidad de contornos culturales tan difuminados y borrosos –que ya ha traspasado la liquidez de la que nos habló Zygmunt Bauman, pues desborda cualquier recipiente conceptual, desparramándose, quedando fuera de foco, convertida en un desconcertante holograma carente de nitidez– nos movemos erráticamente, por impulsos irracionales, aparentemente incapaces de armar un andamiaje crítico y reflexivo con el que estructurar nuestros pensamientos y al que amarrar nuestras acciones. 

Es el verbo, la palabra, el lenguaje, lo que crea nuestra realidad. Si no tenemos palabras para un sentimiento, una idea, o incluso un objeto, ese sentimiento, idea u objeto no es algo realmente existente. No tiene forma y, en su indefinición, se mueve en el territorio desenfocado y sin perímetro de la confusión. Al carecer de perfil, se vuelve escurridizo, y sus límites se tornan inaprehensibles a las artesanas manos del lenguaje con las que amasamos la realidad. De hecho, la etimología de definir está vinculada a la noción de fin, de límite. Así, definir es establecer los márgenes, el trazo y las curvas de un concepto, lo que lo hace particular y único. Hay quien asegura que definir está, además, emparentado etimológicamente con el concepto de defender, razón por la cual defender lo indefinido es un oxímoron, una misión imposible. Y es aquí donde lo confuso se vuelve peligroso, porque una sociedad despojada de la precisión del lenguaje es una sociedad indefensa. Cuando nuestro entorno cultural empieza a asediar a la palabra, y a quienes pretenden poner en valor y educar en la sutileza del lenguaje –y del conocimiento que de él se deriva–, deberían saltar todas las alarmas, porque se está legitimando una cosmovisión en la que cualquier despropósito no sólo se hace posible, sino inmune al debate y, por tanto, políticamente metastásico. 

Los indicadores son múltiples y severamente preocupantes. No es infrecuente ver cómo se desprecian, desde las más altas tribunas públicas, los debates serenos, los discursos matizados, los que incluyen escalas de grises, los que intentan refinar el análisis. El imperativo del titular, de la respuesta monosilábica, del zasca parlamentario o electoral, del maniqueísmo político y cultural, del pensamiento a golpe de tuit, de la velocidad como valor supremo está –al contrario de lo que irresponsablemente nos pretenden vender– condenando a muerte a la claridad. No se es más claro por responder solamente  o no a una pregunta. No se es más preciso, ni por supuesto más honesto, por únicamente posicionarse a favor o en contra de tal medida, tal idea o tal acción interpretativa. Es fundamental reivindicarlo con vehemencia: esa simplificación interesada, ese empobrecimiento del lenguaje, ese desdén a los matices, ese ataque frontal a la reflexión, hija del sosiego, es la estocada fatal que le estamos dando a la claridad, y la coronación definitiva del reino de la confusión. El desprecio a quien puntualiza, a quien reclama precisión, a quien agrega complejidad, ciencia y conocimiento a la conversación, inunda el discurso mediático, cabalgando desbocado sobre el lomo dopado de las redes sociales, e impregna el debate político y –¡horror!– las artes y el mundo académico, desde la escuela primaria a la universidad. El grito inquisitorial de “¡hereje!” ha sido sustituido por el de “¡arrogante!” y es blandido con llameantes lenguas de odio contra quienes se atreven a introducir el rigor gramatical o etimológico, la sutileza analítica, la duda metódica o el peso factual de la ciencia contrastada. La voz experta no sólo ha sido desplazada del ágora pública por la opinión banal y desinformada de una creciente plaga de doxósofos –como diría Pierre Bourdieu– que sientan cátedra de cualquier disciplina y desprecian con displicencia ignorante la argumentación calmada del saber y la investigación, sino que es constantemente deslegitimada, interrumpida, descontextualizada y hasta insultada con una soberbia pretendidamente democrática. En música, artes plásticas, escénicas y visuales, literatura, periodismo, en la crítica artística o en el discurso político, hemos convertido la caza y pesca de “me gustas”, seguidoresestadísticas de visualización y votos en la única brújula que nos guía, elevando a community managers, agencias de relaciones públicas y estudios de demoscopia a la categoría de comisarios dictadores de contenidos culturales, currículos académicos y programas políticos. Paralelamente, como explica brillantemente Alessandro Baricco, al canonizar la gamificación como única metodología válida para las experiencias humanas, estamos sacrificando toda actividad humana al mantra anfetamínico de que sólo lo que provoca satisfacción inmediata es socialmente relevante y culturalmente aceptable, reduciendo a una sola dimensión, a un pensamiento superficial de velocidad suicida y voracidad cocainómana, la serena y compleja pluralidad de las expresiones artísticas y las realidades sociales, y desestimando miopemente el rigor, el apasionante viaje desde la formación humanística a la especialización y la profundización, y la inversión de tiempo y sosiego como herramientas esenciales de acceso al inmenso placer del conocimiento.

La batalla fundamental por la democracia como la construcción más lograda para nuestra convivencia cívica pasa necesariamente por recuperar política y culturalmente la urgente dignidad del saber y, con ella, la de la complejidad y el refinamiento del lenguaje, librando una lucha cultural sin cuartel contra la mediocridad empobrecedora de un discurso que va camino de ser ya hegemónico en cualquier ámbito de la sociedad. Confundir democracia con ciencia o conocimiento es el resultado de una cínica y falaz deriva instigada multimillonariamente por quienes saben que tal confusión es el caldo de cultivo perfecto para el triunfo de los totalitarismos, los fanatismos y los oligárquicos intereses privados que operan en contra del bien común. La ciencia, el conocimiento y el rigor en la búsqueda de la verdad factual no responden a arbitrios “democráticos”. Lo verdaderamente democrático es entender que no hay mayor nobleza política, ni más eficiente vacuna contra la pandemia del fanatismo, que defender una educación –pública, accesible y bien dotada– que forme a una ciudadanía militante en la racionalidad y en valores lamentablemente desprestigiados por el posmodernismo pedagógico pero esenciales en la artesanía del pensamiento crítico: la disciplina intelectual y cívica, y la muy ilustrada y democrática ética del esfuerzo, única oposición posible a la ética malcriada del privilegio. No hay democracia posible sin un demos armado de un andamiaje teórico capaz de debatir y rebatir la mentira y la manipulación de quienes niegan los hechos, tuercen los conceptos y confunden torticeramente nuestro derecho inalienable a la participación política y a la opinión pública con el demagógico enaltecimiento de voces que desprecian sistemáticamente la autoridad de la ciencia y el rigor racional, y denigran –como si fuera una frivolidad altiva, elitista y presuntuosa– el uso cuidadoso, reflexivo y matizado del lenguaje, vilipendiando así el conocimiento que de tal uso se deriva e insultando subliminalmente la inteligencia de la ciudadanía. 

No hay pluralidad sin sutileza. No hay comprensión ni comunicación posible, ni en la vida, ni en la política, ni en el arte, sin la precisión de una gramática compartida. La palabra es el último recurso de quienes no somos propietarios de los medios de producción. Sin ella sólo hay caos. Y sólo educando en su valor ilustrado es posible vislumbrar la claridad de un futuro, ahora confuso, en el que la democracia, hija del sueño enciclopedista y republicano de libertad, igualdad y fraternidad, sea compatible con una existencia sostenible en un planeta en crisis, de recursos finitos, cuya salud pública, emergencia climática y deriva medioambiental no entienden ni atienden –¡qué arrogancia!– a titulares ciberanzuelo, simplificaciones monosilábicas, corazoncitos de Instagram y encuestas demoscópicas. 

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Cibrán Sierra Vázquez es Catedrático de Interpretación y Música de Cámara de la Universidad Mozarteum de Salzburgo, Premio Nacional de Música 2018 con el Cuarteto Quiroga y autor del libro El Cuarteto de Cuerda: Laboratorio para una sociedad ilustrada (Alianza).

https://ctxt.es/es/20230701/Firmas/43305/cibran-sierra-vazquez-palabra-educacion-demos-pensamiento-critico-arrogancia.htm

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