domingo, 6 de agosto de 2023

 

VOCES entre VOCES

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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD

Si quieres ser feliz un día, emborráchate.
Si quieres ser feliz un año, cásate.
Si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero,”
(Proverbio taoísta)

 "Una canción a Carl Sandburg", de Farhad Pirbal (Kurdistán, 1961)


A lo largo de mi vida en exilio me he preguntado a mí mismo: “¿qué es la felicidad?’’

A cientos de sabios por todo el mundo les he hecho la pregunta…

A los viejos que han probado muchísimo de la vida les pregunté, y también a muchos profesores y ministros y directores y estudiantes y empleados e incluso a bandidos y negociantes y contrabandistas. Sorprendidos, todos me contestaron con bromas: indiferentes, sonrientes, han asentido con sus cabezas no ser capaz de responderme.

Hasta aquel día, un miércoles en la tarde: en el norte de Italia, cerca de Campo San Luca, de repente vi un grupo de gitanos húngaros, al lado del mar, sentados bajo un árbol, solos, con algunas botellas de un vino desplazado y sus acordeones eufónicos, asando carne…


Farhad Pirbal, incluido en Buenos Aires Poetry (Argentina, 10 de mayo de 2021, trad. de Jiyar Homer  y David Shook).

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TEMAS TERTULIA 11-8-2023

AUTOBUSES

ESTADÍSTICAS

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



TEXTOS TERTULIA 4-8-2023

RECUERDOS

SUEÑOS

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



RECUERDOS


Permanentemente nos informan de novedades sobre el funcionamiento del cerebro, me gusta en particular una tendencia que hace hincapié en la diferencia entre cerebro e inteligencia apelando a que, al parecer, existe una conciencia individual y una conciencia colectiva, siendo esta última lo que llamamos dios, energía universal o moralidad, depende del lugar, la familia y la fecha en la que hayamos nacido.


El caso es que, actualmente, un grupo de comunicadores se ha empeñado en que el mundo entero cambie su razonamiento sobre la vida para encauzarla hacia una milagrosa «happycracia» individual que transformará la existencia de todos los habitantes del globo terráqueo, insisten ellos en que nuestros recuerdos no son reales y que, a poco que ejercitemos los músculos lóbulo-temporales y las amígdalas, podremos cambiar no sólo nuestro futuro sino también nuestro pasado que, según afirman, no es más que una interpretación personal y subjetiva de los hechos.


Mucho me temo que, en el transcurso de una conversación, ya sea de sobremesa o de aula, sobre el tema de la falsedad de los recuerdos, en el fondo -pero no en un fondo muy profundo, en un fondo que casi es superficie- y a pesar de lo que digamos pensar, todos percibimos nuestros recuerdos reales, claros y nítidos, y estamos convencidos de que es el otro el confundido, aunque sonriamos benevolentes y exclamemos con dulzura: ¡bueno, ya sabes que la memoria siempre hace de las suyas!


Y es que los hechos en sí no tienen demasiada importancia, creo yo; no sé si os pasará a vosotros, pero cuando yo recuerdo algo no es el hecho concreto lo que se me viene a la memoria, sino las sensaciones que ese hecho me produjo y, aunque pueda cambiar el relato, la emoción es siempre la misma, idéntica en intensidad y duración; me parece a mí que lo esencial es lo que con un acto o una palabra se nos transmitió o transmitimos a otros y que, inevitablemente, cambió el curso de la relación y de las vidas de los afectados.


Una cosa es aprender a dominar el carácter y a sujetar las riendas de las emociones y otra muy distinta despreciar los recuerdos, algo que yo me niego a hacer así lo digan cientos de comunicadores o los siete sabios de Grecia, porque ellos, mis recuerdos, son parte de mí si no yo misma. En su lugar, me hago eco de las palabras de Joseph Conrad en «El corazón de las tinieblas» y declaro que: «Es imposible transmitir las sensaciones vitales de cualquier momento dado de nuestra existencia, las sensaciones que le confieren veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos».


04/agosto/2023 – Vicki Blanco para “VOCESentreVOCES”




RECUERDOS

Al enamorarnos, lo primero que solemos regalar a la persona amada suelen ser nuestro sentido común y nuestra inteligencia.

Luego le sigue el ofrecimiento por nuestra parte de cuanto nos gustaría recibir de esa persona.

Cuando la pasión llega a su apogeo se puede llegar a tener la sensación de imposibilidad de regalar nada, pues ya nos hemos entregado por completo a nosotros mismos, y nos consolamos mediocremente con objetos materiales.

En unas décadas, cuando la industria farmacéutica nos ofrezca la posibilidad de moldear a nuestro gusto el propio estado de ánimo, uno de los fármacos más solicitados será, sin duda, un antídoto para el enamoramiento, contra su tormenta hormonal y los recuerdos. Eso, suponiendo que para entonces el ser humano no se haya alienado lo suficiente como para hacerse insensible también a tales experiencias.

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SUEÑOS

Cada vez que soñamos despiertos hacemos realidad en nuestra mente los anhelos más profundos que tenemos, sin saber que soñando estamos abriendo la puerta a la posibilidad de que se conviertan en realidad, visualizamos estos deseos y aunque nos parezcan hipótesis difícilmente realizables, el solo hecho de imaginarlos, vislumbrarlos en nuestra cabeza, es el primer paso para que nuestra ilusión coja forma y podamos plantearnos perseguir esta idea.

Cuando somos capaces de conseguir estos sueños pierden su magia, nos dejan el regusto de objetivo conseguido pero inmediatamente pierden su valor, así somos los humanos, individuos permanentemente insatisfechos que solo saben valorar lo que no tienen y no lo conseguido, pero por suerte tenemos más de un sueño que perseguir y la insatisfacción solo es temporal hasta que el siguiente objetivo se vislumbra en nuestro inconsciente, seguiremos esta nueva idea como si no hubiese nada más en este mundo y enfocaremos nuestra fuerza a conseguirlo sin importarnos que una vez conseguido nos sentiremos nuevamente vacíos de ilusiones, hasta que un día comprendemos que lo que verdaderamente importa es valorar lo que tenemos, todo lo que hemos conseguido y no lo que nos falta y dejamos de soñar, o mejor dicho, soñamos con mantener ese nivel de paz y bienestar que no depende de futuros sueños sino del disfrute del día a día, de las pequeñas cosas que tenemos alrededor y nuestros sueños ya no son inalcanzables desde el comienzo, son tangibles y somos capaces de disfrutarlos en el presente, dejamos de soñar despiertos para despertarnos soñando.

Eva Camba Paz

SUEÑOS

Soñaba como descubriremos algún día que sueñan todos los seres vivos.
Soñaba para soportar el presente e ir forjando el futuro.
Soñaba como todos y cada uno de nosotros.
Simplemente, soñaba.

Sueño uno:

Año 1506 de la era cristiana.
En el antiguo Reino de Granada, conquistado hace catorce años por los ejércitos castellanos, un anciano judío converso observaba como sus vecinos musulmanes también decidían dejar su casa y abandonar sus tierras ante las abusivas leyes de los conquistadores. Sueña el anciano que algún día sus descendientes podrán regresar a esa tierra que durante tantas generaciones les acogió y a la que tanto habían dado con su trabajo y su saber.
“¡Ah, Sefarad, Sefarad! ¿Quién endureció tu corazón para que rompieras el mío echándome de tu seno?”
“¡Ay, cuanto me dueles en el alma Al-Andalus, la de los verdes valles!”
“¡Fuera moros y marranos, fuera de España!. ¡Viva Santiago! ¡Viva la Reina Católica!.”
Sólo en la fría celda de un monasterio sevillano, un monje no muy bien visto por sus superiores por sus extrañas ideas, admiraba con lágrimas en los ojos aquellos siglos de convivencia pacífica tras la llegada de los primeros musulmanes a la península. Muy pocos como él comprendieron cuanta cultura, belleza y riqueza se estaba desperdiciando con la expulsión de esas familias.

En la actualidad, las constituciones de la mayoría de los países del mundo contemplan la libertad de credo como un derecho fundamental. Como queriendo rendir un último homenaje al fanatismo secular, en algunas sociedades musulmanas surgen grupos fundamentalistas que parecen querer repetir todos los errores cometidos por el integrismo cristiano en Occidente a lo largo de diecisiete siglos.
Más llamativo aún es que el pueblo judío permita que le gobiernen elementos que utilizan contra sus vecinos métodos muy similares a los padecidos hace poco más de medio siglo por el mismo pueblo judío amanos de los nazis.

Sueño dos:

Año 1650 de la era cristiana.
Esclavizado por deudas, compartía desgracia con otros que lo habían sido en una guerra o por el color de su piel. Soñó con una época en la que los hombres no fueran comprados y vendidos en los mercados, una época donde el ser humano comenzase a ser digno del apelativo de ser racional.
Cometió el error de pensar en voz alta en una época en la que sólo los poderosos tenían derecho a voz.
“Necio, es así desde hace miles de años, y así seguirá siendo porque es la voluntad del Señor”.
Convencido el juez inquisidor de que nadie más que el demonio podía haber metido tal idea en su cabeza, decidió purificar su cuerpo y salvar su alma.
Fue públicamente quemado en la hoguera para mayor gloria de Dios y de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
La esclavitud fue desapareciendo del mundo paulatinamente a lo largo de los siglos XIX y XX, quedando en la actualidad reducida, al menos oficialmente, a pequeñas zonas del llamado Tercer Mundo.

Sueño tres:

Año 1788 de la era cristiana.
Soñó con una sociedad en la que no existían los privilegios de sangre, una sociedad donde su hijo, campesino como él, también podría aprender a leer y su hija no tuviera que soportar los abusos del señor marqués por ser tan hermosa como pobre. Cometió el error de mirar con ojos de digna ira a su señor, quien, mientras le azotaban, le recriminó:
“Tu hijo en el campo y tu hija en el lecho, deberían estar bien orgullosos de poder servirme. Dios dispuso para cada cual su lugar en el mundo, y así será hasta el fin de los tiempos”.

Un año después la cabeza del señor marqués reposaba en un cesto de mimbre y se comenzó a cuestionar abiertamente que tantos siglos de injusticia fueran realmente la voluntad de algún dios.

Con la que se dio en llamar Revolución Americana, que culminaría con la independencia de los futuros Estados Unidos en 1776 y el estallido de la Revolución Francesa en 1789 se inicia un camino sin retorno en pos de la equiparación de derechos de los hombres, siendo paulatinamente anulados los privilegios de sangre, de los que hoy quedan tan sólo restos en algunas monarquías europeas. Todo este proceso prosiguió a lo largo del siglo XIX y culminó en el XX con el sufragio universal y la Declaración de Derechos Humanos.

Sueño cuatro:

Año 1903 de la era cristiana.
Tenia aptitudes excepcionales para la ciencia, disfrutaba entre los libros de medicina de su padre, famoso cirujano que miraba a su hija con una mezcla de recelo, lástima y preocupación.
Soñó que le permitían estudiar y que llegaba a ser doctora. Desde el momento en que pidió ir a la facultad de medicina fue tratada en su propia familia con desconfianza que se transformó en abierta hostilidad cuando, arrojando una copa de vino sobre su hermano, le gritó que las mujeres disfrutarían algún día de los mismos derechos que los hombres, llegando a ser doctoras, policías, o incluso ministras.

La naturaleza ha hecho al hombre más fuerte que la mujer, su superioridad física lo es también intelectual. El deber de la mujer es servir, ayudar y honrar al hombre. Siempre ha sido así y siempre lo será”.
Decidieron internarla en un hospital psiquiátrico donde años más tarde, finalmente, enloqueció.
Tras una lucha que comenzó a extenderse por los países occidentales industrializados desde principios del siglo XX, las mujeres obtuvieron no sólo el derecho al voto, sino la total equiparación de derechos, teóricos al menos, con los de los hombres. Se calcula que a finales del siglo XXI la igualdad será real en todos los aspectos sociales.

Sueño cinco:

Año 2003 de la era cristiana.
Soñó con una sociedad donde cada ciudadano participara realmente en la gestión de la misma. Soñó con una sociedad donde un político o un grupo de empresas no puedan provocar una guerra y segar cientos o miles de vidas movidos sólo por sus intereses económicos.
Soñó con una sociedad donde todos los ciudadanos eran, real y definitivamente, iguales ante la ley. Soñó con una verdadera democracia.

Nadie en su familia comprendía su negativa a votar ni su afirmación de que sólo lo haría en el caso de que se tratara de una democracia real donde los ciudadanos tengan derecho a decidir en que se ha de gaswtar el dinero público, su dinero, y proponer y votar todas las leyes que les gobiernan.
“Si no votas no tienes derecho a protestar luego”, le decía su padre.
“Me niego a votar sólo una vez cada cuatro años para decirles a los políticos que sí, que su sistema está bien y funciona. Es una farsa y un engaño. Yo quiero votar, pero todas las semanas o todos los meses, no darles un papel y que ellos hagan lo que les dé la gana durante años, siempre más preocupados por sus intereses, los de sus partidos y los de quienes realmente gobiernan a sus españdas: banqueros y grandes empresas, nunca por el interés de la mayoría de los ciudadanos. Quiero votar las leyes que nos gobiernan, la decisión de si deben pagar más impuestos los ricos o los pobres y votar si vamos a entrar en una guerra o no. No quiero dejar esas decisiones importantes en un grupo de políticos que parece que se atacan entre ellos pero que apenas hay diferencias cuando gobiernan y siempre se ponen de acuerdo, desde luego, para subirse sus escandalosos sueldos, mientras hablan al resto de los ciudadanos de apretarse el cinturón. . . “

Pero eso sería un lío, alguien tiene que mandar”, replicaba su padre.
“Con ordenadores se podría hacer sin ningún problema, el otro día lo estuve calculando con Ramos, el informático, y decía que con el dinero que gastan los políticos en armamento en un año tan sólo, ya habría suficiente para conectar a todas las familias españolas a un sistema de consulta interactivo y seguro. Ningún verdadero demócrata se opondría a reformar un sistema democrático para mejorarlo, pero a los políticos, desde luego, les perjudicaría porque perderían gran parte de su poder y sus privilegios, como hace un par de siglos los perdió la aristocracia.
. . .

Su padre le escuchaba con interés, y reconocía, aunque no lo dijera, que lo que decía su hijo era lógico y razonable, pero creía que era un idealista, le miraba con la misma expresión de pena y asombro con que se miraba a las mujeres que reivindicaban el derecho a voto a principios del siglo XX, la misma cara con que se miraba a los primeros filósofos que hablaron de la igualdad de derechos de los hombres o a los que hablaron de abolir la esclavitud en Europa hace apenas dos siglos.

. . . Y soñó finalmente que su último sueño, como los anteriores, también se cumplía.

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MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.

MANERAS DE PENSAR

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Real Sociedad Británica y Premio Nóbel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

Sir Ernest Rutherford (1871-1937)

Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.

Leí la pregunta del examen y decía: "Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro".

El estudiante había respondido: "lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio".

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.

Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronometro. Después se aplica la fórmula “altura = 0,5 por A por T2”, y así obtenemos la altura del edificio. En este punto, le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.

Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el numero de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el numero de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo.

Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.

En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de precesión.

En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.

En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares) evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
Niels Bohr (1885–1962)

Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR.

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