VOCES entre VOCES
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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD.
"Sentencia de los ancianos", de Alla Gorbunova (Rusia, 1985)
TEMAS TERTULIA 3-1-2025
FANATISMO.
VÉRTIGO
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
TEXTOS TERTULIA 27-12-2024
FICCIONES Y OTROS MILAGROS.
POSGUERRA
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
FICCIONES Y OTROS MILAGROS.
FICCIONES
*
Un grupo de niños empieza una batalla de bolas de nieve aprovechando
las primeras nevadas invernales de Alemania. Al rato se le unen unos
adultos, familiares y vecinos de los niños, y poco después hay
montada tal pelea y tumulto, que tienen que acudir al lugar varios
coches de policía a poner orden y llevarse a unos cuantos detenidos.
* Un noruego, jefe de una empresa, exige a sus empleadas que luzcan un brazalete rojo cuando tengan la regla. El tipo ha roto todas las reglas del modelo social noruego.
* Un hombre se traga un altavoz para promocionar su tienda de música. El original sistema publicitario resultó, desde luego, muy sonado.
* Otro pide que le entierren con su teléfono móvil y que le llamen después de muerto, por si acaso. Esta moda comienza a ser un problema por el reciclaje de las baterías. La estupidez humana, sin embargo, parece ser biodegradable.
* Una gallega se proclama propietaria del sol ante notario. Como buena gallega, no hay quien la apee de la burra. Mientras, el sol, que ella dice que es suyo, sigue a lo suyo.
* Joseph Guiso, un joven australiano, se ha casado con su perra Honey. Todo en la historia es un tanto desconcertante, especialmente las declaraciones del novio, ya marido, tras la boda: "La amo de verdad y por eso no tendré relaciones con Honey". Así fue como me enteré de que me he pasado media vida perdido en vulgares amores humanos . . . y sin amar de verdad.
* La prensa británica le ha bautizado como "el peor equipo de fútbol del mundo". Se llama Madron F.C., juega en una modesta liga inglesa y encajó en un partido 55 tantos. La cosa va mejorando, porque en los dos últimos partidos, sumados, sólo les marcaron 49 goles.
* Por último, un estudio, hecho por una profesora alemana, asegura que ver tetas durante diez minutos puede hacer que los hombres mayores de cuarenta años vivan cinco años más. Yo pensaba que era un estudio hecho por adolescentes, pero no, es una respetable y presumiblemente bien dotada profesora alemana. Desde ahora sí que se puede decir eso de que: “No es vicio, es ejercicio”. Por resumir, según ella, si ven tetas de infarto, tienen menos infartos. Sigo buscando donde incluir tan saludables diez minutos en mi agenda . . .
Estas y mil cosas más han sucedido en el mundo durante la última semana. Lo de que “la realidad supera a la ficción” ya hace tiempo que está superado.
Guerras de “pacificación”, pacifistas a golpes con la policía, censores que censuran al tiempo que critican a otros censores, gobiernos que gobiernan pero no deciden, productos etiquetados de ecológicos que sólo tienen de tales la etiqueta, dedos que señalan determinados lugares donde se violan los derechos humanos, pero sólo algunos, mientras se ignoran o justifican otros mucho peores, regateos para ver quien pone un parche ecológico en un planeta que se hunde, etc. etc.
Y hay más, mucho más: Personas que se tienen por muy racionales y equilibradas, capaces de engañar a sus vecinos por unos euros, pero que admiten con sumisión que les roben miles sin decir nada, que se indignan infantilmente si nieva demasiado y el gobierno no ha tomado las medidas suficientes, prohibir más nevadas, por ejemplo, pero que acatan indiferentes leyes que recortan drásticamente sus derechos civiles.
Madres que le dicen a gritos a su hijos mientras les golpean: “Te he dicho mil veces que no se grita, y que no le pegues a tu hermano”.
Curas que susurran, melodiosa y sospechosamente: “Como decía Nuestro Señor: Dejad que los niños se acerquen a mi . . .”
Deportistas y actores que ganan más dinero en un día que una familia a lo largo de toda su vida en el Tercer Mundo.
Sumos sacerdotes en carísimos viajes de negocios, mientras invitan al mundo a combatir la pobreza.
Dictadores escupiendo la palabra “libertad” en cada frase, etc.
Y si falta alguien en tan grotesca obra, para completar la parodia siempre encontraremos como voluntarios a políticos, banqueros, sacerdotes, y demás enfermos sociales, esos que siempre dicen hacer cuanto hacen por vocación.
Personalmente, el modelo de individuo que me parece más de esta época, y fiel reflejo de la misma, creo que es el votante de políticos corruptos, ese paladín de la sinceridad ciudadana, que reconoce con su gesto, sin el menor reparo: “En su lugar, yo haría lo mismo . . .” Dará mucho trabajo a historiadores y sociólogos del futuro.
Pero si no le parece suficiente, eche un vistazo a su alrededor, o a su misma vida cotidiana, y si aún le queda capacidad de asombro, observe con atención cuanto dice ser y cuanto es en realidad cada persona, cuanto dice que hará y cuanto hace, que ideas dice respetar y cuales lleva luego a la práctica. Pero obsérvelo a distancia, y tenga mucho cuidado de no emitir un juicio o una crítica, no le traerá nada bueno: ya todos habrán analizado y medido la paja que usted lleva en el ojo, y le puede ocurrir que se encuentre bajo una lluvia de vigas.
Pero no se agote observando ni analizando, porque posiblemente no le servirá de mucho, usted también participa de esa locura colectiva, y se autoengaña a cada momento, y cuanto menos crea que lo hace, más evidente resulta que está en ello.
Por cierto, ¿cuántas personas ha encontrado a lo largo de su vida que se reconozcan víctima del autoengaño o los prejuicios? Sí, le sobrarán los dedos de una mano para contarlas.
Y después de este breve vistazo al florido campo de nuestra demencia colectiva, me atrevería a preguntar: ¿A qué nos referimos cuando decimos “ficciones?
¿Es que existe algo más . . . ?
Nekovidal - nekovidal@gmail.com
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FICCIONES Y OTROS MILAGROS.
MITOS y SIMBOLISMO
Cada mito representa, en su doble función de paradigma y relato histórico, una remisión a aceptar que son símbolos y de esa forma son expresiones en las que nos debemos reconocer.
En la mitología griega encontramos fuertes simbolismos como para corroborar cómo el destino moral del hombre está implicado en modelos quiméricos durante toda su vida. Allí están Edipo y Prometeo como legendarios protagonistas de la epopeya mitológica. Orfeo, Midas, Ícaro, Perseo, Jasón, entre muchos otros, trabajan sobre el aspecto social, pero también sobre el aspecto cósmico y el aspecto poético, es decir tocan las cimas de lo humano terrenal. Se muestra que un símbolo siempre sugiere algo que está más allá de su expresión escrita o proclamada. Implica una relación esencial entre dos significaciones: la de un sentido manifiesto y la de un sentido oculto. Así, todo lo humano está implicado en mitos imaginados.
En el escritor, lo imaginativo habla del destino humano sano o malsano del psiquismo. Si en una narración estética aparece un personaje destacado, un héroe, éste mismo y su lucha representan a la humanidad entera en su historia y en su impulso evolutivo. El combate del héroe es menos una lucha histórica que una lucha psicológica. Es la lucha explícita contra el mal íntimo, propio, que siempre retarda la necesidad de evolución.
Los primitivos mitos griegos tratan de dos atributos: la causa primera de la vida, el tema metafísico, y la conducta sensata de la vida, el tema ético. Pero en la sociedad moderna se exacerban muchas tensiones irresueltas. Hoy existen dos cuestiones que se destacan y agregan al intelecto por un cálculo falseado: a) la falta de realización del deseo es el fenómeno central de la vida (tal vez, visitar a Lacán que lo afirma), b) el misterio de la vida sigue incluyendo (agrandado) el misterio de la muerte. Es decir, la vida armoniosamente diferenciada, meta de la evolución del ser primitivo, ha sido oscurecida de su dirección evolutiva hacia una exaltación respeto de sí mismo, la vanidad, que incita a creerse la realización perfecta. Y sólo el júbilo que resulta de la realización esencial logra sublimar el temor ante la muerte. La exaltación utilitaria de una sociedad imperfecta no es más que trivialidad y agitación vana. La deformación malsana del espíritu es creada por un proceso diametralmente opuesto al de la evolución espiritual real a la que nos invitan las alegorías griegas. Así, esos símbolos mitológicos e imaginativos nos advertían de una lucha contra la involución privadora.
En esta perspectiva, los mitos y sus parábolas --que han permanecido como un viviente centro de cultura-- lejos de ser un esfuerzo doctrinario y teórico, pone de relieve su alcance más profundo y su naturaleza práctica, que podemos detallar en futuros y más extensos detalles.
Juan Disante - Florida - 2/6/24
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POSGUERRA
SOBRE LA POSGUERRA DE JULIO DE 1936
Alguien con suficiente ascendencia moral ha aseverado que los españoles constituimos un pueblo especialista en guerras civiles. Añado con dolor que la mayoría han resultado estériles.
La Guerra Civil presupone siempre la incapacidad de cuantos bandos discrepan en convencer a los otros. Hay que considerar también que aunque de distinto rango o categoría, todas las posiciones son negociables en política, salvo las radicales que propugnan la destrucción del contrario, que implican barbarie y no tienen más que una relativa solución que es la guerra. Digo relativa, porque si el vencedor a más de la fuerza militar no lleva la supremacía moral y concepción nueva y actual de la sociedad, los resultados de la contienda bélica serán estériles; se arruinarán ambos, vencedor y vencido, y la impotencia de diálogo, el odio que dio lugar a la guerra, se incrementarán.
A principios del 48 la situación personal y familiar era la siguiente: mi salud seguía siendo insuficiente; por otra parte, e importante, me eché una novia, que si todas las mozuelas de 20 años alumbran la vida como soles, la designada por el destino para uno marca nuestro camino personal: nos asegura nuestra continuidad biológica y la persistencia de nuestra línea espiritual a través de la descendencia. En cuanto a la economía familiar cada vez era más precaria. Tenía dos opciones, una hacer magisterio que solo requería en aquel tiempo unos muy reducidos exámenes, y entonces podría hacer el servicio militar de alférez y así resolver mi problema económico; otra, incorporarme de sargento para librarme del servicio militar y con mis hermanos restablecer nuestra maltrecha economía. Cuando fui al cuartel para informarles de mi decisión y pedirles instrucciones o asesoramiento para llevar a efecto mi propósito, me recibió el teniente T. y me dijo con no disimulado mal humor «que el más honroso título que podía ostentar era el de alférez y el máximo escarnio que se le podía causar al ejército era degradarse voluntariamente».
Como se mostrará con posterioridad y confirmará mi vida, mi decisión fue acertada.
Fui destinado al Regimiento de Infantería de Cádiz nº 41 al que me incorporé el 1º de Abril de 1948, día festivo por aniversario de la supuesta Victoria. Al día siguiente me designaron cuartel y el oficial de guardia me llevó a una enorme pila cónica de escombros que me dijeron originada por la terrible explosión del polvorín del barrio de San Severiano, que contenía tantos metros cúbicos, e indicaron que, para quitar uno aquellos montones, contaba con dos vagonetas y 10 soldados que procedían de la guardia del castillo, presidio de Santa Catalina, Allí, en turno de dos horas habían mantenido 6 puestos, y por tanto había dos soldados que habían estado 4 horas ininterrumpidamente. Aquellos muchachos estaban tan extenuados que la nube de polvo que se originaba al mover los escombros era tan grande que imposibilitaba verlos si se caían al suelo donde se quedaban profundamente dormidos. Estaba separada la guardia del castillo, de la que se encargaba un sargento, de la vigilancia de la puerta principal, de la que respondía y llevaba la llave un brigada.
En la primera guardia que me tocó en Santa Catalina tuve la suerte de corresponderle la puerta a un brigada, Pinillas, aunque no única, representaba una de las pocas excepciones de honorabilidad, eficiencia y sociabilidad. Cuando llegó la noche, tuve la sorpresa de oír lo que ya creía que estaba en desuso y podía escucharse solo en las películas antiguas: cada media hora se oía la voz de ¡Centinela, alerta! Alerta el 1 y sucesivamente ¡Alerta el 2, 3…! Hasta el 6. Pero a media noche, cuando bramaba el viento y se acentuaba el frío, dejó de oírse o se interrumpió un ¡alerta¡; mi falta de experiencia, pues como en las instrucciones elementales que habíamos recibido se había omitido, me hizo recurrir a Pinillas que así me respondió:
–«Ahora hay que ir al número que no ha dado el grito y comprobar si está dormido o enfermo». Como no me pareciera muy sugestiva mi obligación y dubitara, se adelantó el brigada levantándose y dijo:
–«No te preocupes porque voy a ir yo a realizar tu misión». Pasados pocos minutos, se sintieron dos disparos que nos angustiaron y seguidamente se presentó Pinillas diciendo: –«No ha pasado nada; se quedó profundamente dormido en la garita y al despertarlo con todas precauciones, se alteró y disparó».
Otras tristes historias las comento como fehacientes testimonios de la pobreza del pueblo andaluz. Me destinaron en la segunda compañía del 2º Batallón. Estaba compuesta de jóvenes y menos jóvenes de provincias ricas de nuestra región; no faltaban soldados de Sevilla ni de Jaén. Aludo a «menos jóvenes» porque algunos procedían de Ayuntamientos que, previniendo la llegada de la «acracia», habían procedido a quemar todos los documentos sobre nacimientos, y algunos, escondiendo o falseando los suyos, se habían incorporado muy rebasados los 20 años. Y más sorprendente todavía era el número tan considerable de analfabetos.
Como las comidas fueran insuficientes en las compañías normales, sus familias compensaban la escasez del rancho con envíos. Sin embargo en nuestra compañía, donde había mayores con hijos y soldados sin padres o con ellos en la máxima pobreza, apenas recibían alimentos compensatorios. Por estas razones permitió el mando que comieran fuera junto a la cocina, para que el día que sobrara comida tuvieran preferencia al reenganche. Aquí, un triste día sucedió lo siguiente: el capitán me dijo:
–«Hay 17 filetes –comida excepcional– para otros tantos reenganches; fórmelos, recuéntelos y vaya de cantidad en cantidad, señalando los 17 afortunados». Como en el último hubiera dos soldados disputándose el lugar opté por excluir a ambos. Paseaba de espalda a los soldados cuando al oír un rumor me volví y vi a uno de los eliminados que venía hacia mí empuñando una cuchara al revés con el propósito de clavármela. Afortunadamente no perdí la serenidad y le dije: –«Tienes la licencia concedida pendiente de tramitación, si te arresto posiblemente la pierdas y tardes tiempo en volver con los tuyos; mientras viene, quiero que me acompañes a cuantos sitios vaya y compruebes la clase de persona que soy».
Aquel pobre muchacho era natural de Vilches (Jaén) y su nombre era F. Torrentera Bravo.
Algo de desconcierto me desorientaba en un empleo limitado y rodeado de colegas sin futuro que no inyectaban precisamente optimismo. Los sargentos profesionales, una vez terminada la guerra, vegetaban o esperaban que surgiera un hueco donde insertarse en la vida civil. En estas circunstancias, una tarde de principios del mes de mayo, alguien de mis superiores me ordenó que había que llevar la Compañía a confesarse a la iglesia de San José, distante unos cien metros. Pregunté si estaban preparados y quién le había hecho la preparación; como era norma militar, se me contestó que en el ejército no se discutía sino que simplemente se acataban órdenes de los superiores. Con esta información llevé la Compañía a la Iglesia; como el capellán se retrasara, mientras llegaba hice algunas preguntas que me llevaron a la desasosegante conclusión de que nadie los había preparado y que la mayoría nunca se había confesado; apresuradamente les dije que al arrodillarse dijeran «Ave María Purísima» y prosiguieran «padre ayúdeme». Cuando habían pasado 4 ó 5 soldados, tocó el turno a nuestro «machacante», con este nombre se designaba a un asistente que en vez de dedicar sus servicios a un solo oficial, lo prestaba a los tres sargentos de cada Compañía. Nuestro machacante era un soldado de los que ingresaron en la mili con más edad, tal vez tuviera los 30 años; fuerte, diligente y discreto nos proporcionó una seria alarma consistente en que el confesor se levantó y con voz amenazante nos conminó:
–«Sargento, llévese a esta gente y pídanle a Dios que no vayáis todos al Castillo». Una vez de vuelta en el cuartel, me apresuré a llamar al capitán refiriéndole lo sucedido; diome cierta tranquilidad que en vez de tomarlo como cosa grave, lo tomase a chacota y echándose a reír me dijo: –«Llego enseguida». Pasados unos minutos se encerró con Muñoz que así se apellidaba el machacante y en poco tiempo salió sin dejar de reír; inmediatamente le pregunté por las cosas tan graves que hubiera dicho Muñoz y me contestó: «Como pidiera al capellán que le ayudara, empezó a enumerarle los pecados por sus nombres cultos: 6º mandamiento, onanismo, lujuria, etc.; como viera que ningún pecado había cometido, empezó a traducírselos al castellano: relaciones con mujeres, etc… entonces el que se confesaba prorrumpió:
–«Pero hombre, Usted no sabe que tengo 5 hijos».
Y en este punto hizo levantarse al capellán y anunciar la amenaza que precede.
Se decía que entre dos compañías de enchufados, destinos y plana mayor se juntaban entre cuatro o cinco centurias que jamás aparecían por el cuartel. Se ignoraba si pagaban una cuota o si eran enchufados por amistades de los jefes. De todas formas y aunque las comidas eran de baja calidad y por tanto de exiguo costo, entre tanta cantidad de soldados ausentes, debían totalizar un montante considerable cada año, al cual había que añadir los importes de ropas y zapatos.
Como se pensaba que podían realizar el fraude gigante que precede, posiblemente en favor de señoritos, y se permitía que un padre, como el antedicho Muñoz, dejara abandonados a sus cinco hijos, se veía evidente que los vencedores de la Guerra Civil carecían de moralidad. Se me venía a la memoria mi definición del comportamiento ético: Consiste en respetar la libertad del prójimo para que realice su destino; en reciprocidad, el prójimo respete la nuestra para que podamos realizar nuestra vocación.
Prudencio Cabezas Calvo
"Memoria inacabada" Editorial Tréveris.
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
Nuestras Faltas
Ramón Cacabelos
Catedrático de Medicina Genómica
28 diciembre, 2024
Horacio en sus Sátiras (30 a.C.) dice. “Nadie nace sin defectos. El mejor hombre es aquel que tiene menos”; y un viejo proverbio inglés proclama: “Está sin vida quien no tiene defectos”. Nadie es perfecto. Todos nos equivocamos; todos cometemos errores, por acción u omisión; todos llevamos muchas faltas en nuestra alforja; y quien diga lo contrario es un cínico irreverente o se le pasó de rosca algún tornillo en la caja de cambios. La imperfección es intrínseca a la naturaleza humana, a la que Platón impuso las cuatro virtudes cardinales [Templanza (σωφροσύνη, sōphrosýnē), Prudencia (φρόνησις, phrónēsis), Fortaleza (ανδρεία, andreía), Justicia (δικαιοσύνη, dikaiosýnē)], como contrapeso moral a nuestras debilidades. Las virtudes cardinales de Platón, de la tradición filosófica clásica, ejercieron gran influencia sobre el pensamiento cristiano que, más tarde, incorporó las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad), para completar las siete virtudes infusas. Detrás de todas estas -nada despreciables- virtudes está la capacidad intelectual básica para entenderlas como metas en condiciones de libertad plena, sin imposiciones ni rigideces dogmáticas.
«Hay algo perverso en la mente humana que le impide buscar el bien por principio; a veces hasta falla el instinto maternal, aunque rara vez falla el de supervivencia»
El asunto de las faltas es mucho más primitivo. Las virtudes requieren el buen uso de la corteza cerebral, especialmente la frontal, la más evolucionada filogenéticamente hablando; a las faltas les llega el sistema límbico y el hipotálamo, de donde emergen buena parte de las reacciones viscerales, las acciones irreflexivas, que no miden consecuencias.
Hay algo perverso en la mente humana que le impide buscar el bien por principio; a veces hasta falla el instinto maternal, aunque rara vez falla el de supervivencia. Dale Carnegie hacía notar a sus seguidores: “Cuando trates con personas, recuerda que no estás tratando con criaturas de lógica, sino con criaturas de emoción, criaturas erizadas de prejuicios y motivadas por el orgullo y la vanidad”. También es curioso el mimetismo; lo fácil que es imitar las malas acciones y lo complicado que resulta reproducir la bondad, la cooperación, la solidaridad. Sobre lo primero, Charles Churchill solía decir: “Copiar defectos es falta de sentido”. Y puede que no tenerlos -o aparentar no tenerlos- sea estupidez. En su Autobiography (1791), el gran Benjamin Franklin dejó escrito: “Un hombre benévolo debería permitirse algunos defectos para mantener a sus amigos en su apoyo”. Goethe puntualizaba en Elective Affinities (1809): “Ciertos defectos son necesarios para la existencia de la individualidad”. En The Idle Thoughts of an Idle Fellow (1889), Jerome K. Jerome concluye que “es en nuestras faltas y defectos, no en nuestras virtudes, en las que nos tocamos unos a otros y encontramos simpatía”.
“A menudo podemos hacer más por los demás corrigiendo nuestras propias faltas que intentando corregir las de ellos”. Y es así porque la tendencia natural es que “a todo el mundo le encanta encontrar defectos; da un sentimiento de superioridad»
En Analects, allá por el s.VI a.C., ya Confucio y su tropa anotaban: “El verdadero error es tener errores y no enmendarlos”. El ejercicio más complicado es reconocer los errores, darse cuenta de las propias faltas, ser autocrítico con uno mismo, y corregir nuestras equivocaciones; cosa que no siempre es posible. El niño ya no puede pedir perdón al abuelo muerto por las fechorías; pero puede reconocerlas para no reproducirlas y evitar que sus niños las repitan. El adulto ya no puede subsanar los pecados de juventud, los abusos, las deslealtades, las infidelidades, que le van royendo por dentro; pero puede ejemplarizar con su conducta para que sus hijos no reproduzcan sus errores pasados. El anciano -con la mochila a tope- tiene el recurso de la herencia para subsanar favoritismos, desigualdades, viejas heridas que nunca cicatrizaron del todo, miedos infundados que no conducen a nada, odios que envenenan, y amores inútiles.
François Fenelon decía: “A menudo podemos hacer más por los demás corrigiendo nuestras propias faltas que intentando corregir las de ellos”. Y es así porque la tendencia natural -como apuntaba William Feather– es que “a todo el mundo le encanta encontrar defectos; da un sentimiento de superioridad”; pero a pocos les gusta identificar y corregir los propios. Para algunos, criticar lo ajeno es un deporte habitual; son los más dados a ignorar sus pifias. Georg Wilhelm Hegel afirmaba que “es más fácil descubrir una deficiencia en los individuos, en los estados y en la Providencia, que ver su verdadera importancia y valor”. Algo similar escribía Max Beerbohm en And Even Now (1920): “Es más fácil confesar un defecto que reivindicar una cualidad”. En On Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History (1841), Thomas Carlyle señalaba que “El mayor de los defectos es no ser consciente de ninguno”. Sobre esto, René Char acaba diciendo en Leaves of Hypnos (1956) que “un hombre sin defectos es como una montaña sin grietas”. Edward Dahlberg desconfía de los errores invisibles en Reasons of the Heart (1965): “No tengo confianza en un hombre cuyos defectos no puedes ver”. En Divine Poems (1607), John Donne había dicho: “Nuestras faltas no se ven, sino que pasan por delante de nosotros; tampoco se sienten, sino sólo en el castigo”.
En el entorno cristiano -como todo es potencialmente perdonable- se descuida la evitación. Quizá se refería a esto Georg Christoph Lichtenberg en su sentencia: “Para muchas personas la virtud consiste principalmente en arrepentirse de las faltas, no en evitarlas”. La reincidencia en la falta no atenúa el efecto. Según un dicho popular, “ya sea que la piedra golpee la jarra o que la jarra golpee la piedra, siempre es malo para la jarra”.
“No seas un gruñón que busca faltas; cuando sientas ganas de buscar faltas en alguien o en algo, detente un momento y piensa; es muy probable que haya algo malo dentro de ti»
A los de lengua fácil y temperamento incontrolable, J.J. Reynols les suelta la filípica: “No seas un gruñón que busca faltas; cuando sientas ganas de buscar faltas en alguien o en algo, detente un momento y piensa; es muy probable que haya algo malo dentro de ti. No te permitas mostrar mal genio y recuerda siempre que cuando tienes razón, puedes permitirte el lujo de mantener tu temperamento, y cuando estás equivocado, no puedes permitirte el lujo de perderlo”. A esto, John Ruskin añade: “Te resultará más difícil arrancar los defectos que sofocarlos adquiriendo virtudes. No pienses en tus defectos, y menos aún en los de los demás. En cada persona que se te acerque, busca lo bueno y lo fuerte; respétalo; trata de imitarlo, y tus defectos caerán como hojas muertas cuando llegue su hora”. Schopenhauer, en Parerga and Paralipomena (1851), también refleja un pensamiento compasivo y crítico: “Cualquiera que sea la locura que cometan los hombres, sean sus defectos o sus vicios, ejerzamos la paciencia; recordemos que cuando estas faltas aparecen en los demás, son nuestras locuras y vicios los que contemplamos”. En sus Reflections and Maxims (1746), Vauvenargues mantiene que “nuestros defectos a veces nos unen a los demás tan estrechamente como lo haría la virtud misma”.
Françcois de la Rochefoucauld -mucho más superficial en su existencia cortesana- comentaba en sus Máximas (1665): “Sólo admitimos faltas menores para convencernos de que no tenemos faltas mayores. Olvidamos nuestras faltas fácilmente cuando sólo nosotros las conocemos. Casi todas nuestras faltas son más perdonables que los métodos a los que recurrimos para ocultarlas. Si no tenemos faltas, no deberíamos sentir tanto placer en notar las de los demás. A lo largo de la vida, nos agradan más nuestras faltas que nuestras buenas cualidades”.
Thomas Fuller apunta en su Gnomología (1732) que “aquellos que no ven nada más que faltas no buscan nada más”. Según Thoureau, en Walden (1854): “El buscador de faltas encontrará faltas incluso en el paraíso”. Los que se afanan en buscar fallos en el prójimo, quizá para ocultar los suyos, tarde o temprano descubrirán que “no hay recompensa por encontrar fallos”, como argumentaba Arnold Glasow. La cosa empeorará si, además, tienen la jeta de airearlos. Logan Pearshall Smith aconseja: “No le cuentes a tus amigos sus faltas sociales; ellos curarán la falta y nunca te perdonarán”. Por el contrario, “reconoce siempre una falta con toda franqueza; esto hará que las autoridades se desprevengan y te dará la oportunidad de cometer más errores”, irónicamente sugería Mark Twain.
«Marco Aurelio hace la siguiente reflexión: “Un hombre bueno no espía los puntos negros de los demás, sino que avanza inquebrantablemente hacia sus objetivos”
Los errores son comunes y cuanto más subes en la escala de la popularidad y te expones al vulgo mayor es el riesgo. Pasa igual cuando te diferencias de la masa por algo que te distingue. Charles B. Rogers decía: “Es extraño cómo, a medida que adquirimos más conocimientos, los errores se vuelven más numerosos y obvios”. Voltaire lo complementa con: “Quien no sabe reconocer los defectos de los grandes hombres es incapaz de estimar sus perfecciones”.
Cuando la vida se tuerce, cuando nuestras aventuras fracasan, cuando nuestras aspiraciones se frustran, cuando nos infectan o intoxican, cuando lo que amamos parece irradiar odio, cuando nos ofenden y humillan, nuestro instinto de autoconservación y nuestros más íntimos mecanismos de defensa siempre buscan un culpable fuera, un enemigo externo, cuando -en la mayoría de las ocasiones- el enemigo está dentro; son nuestros propios errores, nuestras torpezas, nuestra falta de sensibilidad y nuestra propia debilidad lo que atrae y provoca muchas adversidades atribuibles a misteriosas fuerzas de un perimundo amenazador inexistente o poco compasivo.
En sus Meditaciones (s. II), Marco Aurelio hace la siguiente reflexión: “Un hombre bueno no espía los puntos negros de los demás, sino que avanza inquebrantablemente hacia sus objetivos”. Como propósito para el Año Nuevo no estaría de más incorporar en el recetario moral aquel proverbio chino que dice: “Piensa en tus propias faltas la primera parte de la noche cuando estás despierto, y en las faltas de los demás la última parte de la noche cuando estás dormido”.
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