domingo, 25 de febrero de 2024

 

VOCES entre VOCES

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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD.

5 POEMAS DE Rumi

12 Feb 2020 LAURA DI VERSO


5 poemas de Rumi

Fue uno de los más célebres poetas místicos persas. Un gran erudito de la religión musulmana. A continuación reproduzco 5 poemas de Rumi.


Cuando estemos muertos

Cuando estemos muertos,
no busques nuestra tumba en la tierra,
pues has de encontrarla en el corazón de los hombres.

El despertar

En el alba de la felicidad,
Me diste tres besos para despertar
A ese momento de amor.
Traté de recordar en mi corazón
Lo que había soñado durante la noche,
Antes de estar consciente
De este movimiento de la vida.
Encontré mis sueños
Pero la luna me alejó,
Me elevó hacia el firmamento
Y me dejó allí suspendido
Viendo cómo mi corazón había caído en tu camino,
Cantando una canción.
Entre mi Amor y mi corazón
Sucedían cosas que lentamente
Me hicieron recordar todo.
Me diviertes con tus caricias,
Aunque no pueda ver tus manos.
Me has besado con ternura,
Aunque no haya visto tus labios.
Te escondes de mí,
Pero eres tú por quien sigo viviendo.
Quizás llegará el momento
En que te canses de besarme,
Y estaré feliz aunque me insultes;
Solo te pido: mírame siquiera.

Acuna mi corazón

Anoche, recostado sobre el techo
Pensaba en ti
Y vi una Estrella especial,
La llamé para que te lleve un mensaje;
Postrándome ante ella le pedí que lleve mi gesto
A aquél Sol de Tabriz
Para que con su luz
Pueda tornar mis oscuras piedras en oro.
Descubrí mi pecho para mostrarle mis cicatrices;
Le pedí noticias
De mi Amante sediento de sangre.
Mientras esperaba,
Iba de aquí para allá
Hasta que el niño en mi corazón quedó silencioso
Y durmió como si estuviera meciendo su cuna.
Ay Amado, amamanta al niño del corazón
Y no detengas nuestro cambio.
Has cuidado a cientos
No dejes que se detenga conmigo.
Al final, el pueblo de la unión es el lugar para el corazón
¿Por qué retienes este corazón desconcertado
en el pueblo de la desintegración?
Me he quedado enmudecido,
Pero para librarme de esta sequedad
¡Oye Tabernero! pásame el narciso del vino.

Mi corazón, quédate cerca

Mi corazón, quédate cerca al que conoce tus caminos
Ven bajo la sombra del árbol que conforta con flores frescas,
No pasees despreocupadamente por el bazar de los perfumeros,
Quédate en la tienda del azucarero.
De no encontrar el verdadero equilibrio, cualquiera puede engañarte:
Cualquiera puede adornar algo hecho de paja
Y hacerte tomarlo por oro.
No te inclines con un tazón ante cualquier olla hirviendo
En cada olla sobre el fogón, encontrarás cosas muy diversas:
No en todas las cañas hay azúcar, no en todos los abismos hay cimas;
No todos los ojos pueden ver, no en todos los mares abundan perlas.
¡Ay ruiseñor, con tu voz de miel oscura! ¡Sigue lamentándote!
¡Sólo tu éxtasis puede penetrar en el duro corazón de la roca!
¡Ríndete y si el Amigo no te acoge,
Sabrás que tu interior se está revelando como un hilo
¡Que no quiere pasar por el ojo de una aguja!
¡El corazón despierto es una lámpara, protégela con la basta de tu manto!
Apresúrate y escapa este viento porque el clima es adverso.
Y cuando hayas escapado, llegarás a una fuente
Y allí encontrarás un Amigo que siempre nutrirá tu alma
Y con tu alma siempre fértil, te convertirás en un gran árbol que crece interiormente
Dando dulce fruto por siempre.

Susurros de amor

El Amor susurra a mi oído:
“Es mejor ser presa que cazador.
Sé el Tonto mío.
¡Deja de ser el sol y se un grano de arena!
Reside junto a mi puerta como indigente.
no quieras ser vela, sé polilla,
para que pruebes el sabor de la Vida
y conozcas el poder secreto del servicio.”

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-rumi/


TEMAS TERTULIA 1-3-2024

EL ARTE DE VIVIR

SIMBOLISMOS

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.


O darás un paso adelante hacia el crecimiento o retrocederás hacia la seguridad”.
(Abraham Maslow)


TEXTOS TERTULIA 23-2-2024

EL ARTE DE AMAR

SEQUÍA

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.

EL ARTE DE AMAR

"No penséis en dirigir los caminos del amor; es el amor quien, si os encuentra dignos, dirigirá vuestros caminos." Gibran Khalik Gibran, El Profeta (1923).


Al enamorarnos, lo primero que solemos regalar a la persona amada es nuestro sentido común y nuestra inteligencia.

Luego, generalmente, le sigue el ofrecimiento por nuestra parte de cuanto nos gustaría recibir de esa persona amada.

Cuando la pasión llega a su apogeo se puede llegar a tener la sensación de imposibilidad de regalar nada, pues ya nos hemos entregado por completo a nosotros mismos, y nos consolamos mediocremente regalando objetos materiales.

En unas décadas, cuando la industria farmacéutica nos ofrezca la posibilidad de moldear a nuestro gusto el propio estado de ánimo, uno de los fármacos más solicitados será, sin duda, un antídoto para el enamoramiento, suponiendo que para entonces el ser humano no se haya alienado tanto como para hacerse insensible también a tales experiencias.


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EL ARTE DE AMAR


Desde hace algún tiempo tengo el convencimiento de que el secreto de la vida consiste en aprender a amar, algo que lleva emparejado el amor a uno mismo o, dicho de otra forma, reconocerse digno de amor. En «El arte de amar», Erich Fromm mantenía la teoría de que: «Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar…»; es decir, que andamos por la vida pendientes de que los demás nos validen y tacañeando nuestros sentimientos.


Confieso que mi construcción del amor ha ido variando con los años, no solo por el paso del tiempo, también han tenido mucho que ver las vivencias que, si bien en gran parte provinieron de hechos fortuitos y ajenos, me colocaron -y me siguen colocando- en la tesitura de elegir cómo afrontarlas.


Hasta que no me planté ante mí misma y me miré de frente, no fui capaz de ver que nada de fuera me iba a hacer sentir amor si yo no era capaz de generarlo para darlo y para dármelo. De pronto entendí que amar no se trata de convertirse en la persona que otro espera que seamos, ni de convertir a alguien en quien nosotros queremos que sea; nadie puede ser quien no es, pero lo que se es hay que serlo al cien por cien. También comprendí que amar es un verbo que, como el verbo vivir, solo se puede conjugar en gerundio; no es un «te amo» y ya está, sino una construcción continua, un «te estoy amando».


Pero para amar es fundamental tomar conciencia de que uno viene de fábrica con la capacidad de amar incorporada; y cuando digo esto no me refiero a teorías individualistas ni a prácticas «abraza árboles», sino al amor símbolo de vida del que hablaba Ortega: «…máximo ensayo que la naturaleza hace para que cada cual salga de sí mismo hacia otra cosa…» Sí, eso es lo que quiero decir, salir de uno mismo desde la vida y hacia la vida para poner en escena el arte de amar, con el noble propósito de ofrecer lo que somos de verdad y repartir a manos llenas el amor que llevamos dentro.


24/febrero/2024 – Vicki Blanco para «VOCESentreVOCES»


"Aléjate de la sabiduría que no llora, la filosofía que no ríe y la grandeza que no se inclina ante los niños." 

(Gibran Khalil Gibran)


EL ARTE DE AMAR
"El amor no es en esencia una relación con una persona específica, es una actitud, una orientación del carácter que determina la relación de una persona con el mundo en su totalidad, no con un "objeto" amoroso. Si una persona ama sólo a otra pero es indiferente al resto de sus semejantes, su relación no es amor, sino una relación simbiótica o un egotismo ampliado.

. . .

Si puedo decir a alguien: "Te amo", debo poder decir: "Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mi mismo". Si no, no es amor.

. . .

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas de amor. Esos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento."

                                                        (Erich Fromm, "El arte de amar")

Descubrí este libro en mi adolescencia, y forma parte de ese puñado de textos que cambió radicalmente mi vida.

Desde entonces, cuando tengo que decidir si un acto o actitud de cualquier persona, hacia mi o hacia otra, es o no un saludable acto de amor, condición imprescindible para conocerla, la hago pasar por ese filtro de las cuatro condiciones del amor, y nunca ha fallado.

A lo largo de décadas, el olvido ocasional de ese análisis sí que me ha creado problemas, así que hoy, al tiempo que lo comparto, lo recuerdo, y que cada cual saque de él el  bienestar o sabiduría que pueda y sepa obtener.

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EL ARTE DE AMAR

ESPÉRAME AMOR 

Espérame amor, en la alborada.

Para ti seré, honda agua,

luz sin bridas, ámame sin piedad

que el amor se reconoce y solo,

en la mañana canta.


Para ti seré, este ramo que danza 

de puntillas en el aire,

veleta que azota, el nardo

más dulce. 


Para ti, que de nubes estoy plena 

y vuelan tus manos coronando mi pecho.

Búscame mientras la vida muere

y yo, inmortal en tus brazos. 


MAÑANA DE LUZ 

¿Qué mañana de luz 

traes a mi noche?


¿Qué tiempo de dulce caña 

sube por mis venas?

Solo en mis manos crecen 

las espigas, los surcos de mirlos 

y las amapolas.


¿Qué tendida claridad me abraza 

si en las noches recojo estremecida,

el perfil de la luna, la ardida luna,

que hallé en tus ojos? 


Autora: Mari Ángeles Castillo. 

(Poemas recogidos en mi libro " El Vals" de Jákara Editores) 


EL ARTE DE AMAR

CELOS

Roberto, sospechando lo peor, comenzó a ser víctima de unas de las peores enfermedad del amor, unos celos virulentos que le hacían acercarse al personaje shakesperiano de Otelo a pasos agigantados. Barruntaba que algo tenía que haber, para desecharlo luego de su mente, pero sólo de forma provisional, pues las más oscuras sospechas volvían recurrentemente a romper el frágil equilibrio de sus desquiciadas emociones.

Otra nueva y extraña ausencia, pocos días después, ahondó aún más en su herida, y sus sospechas pasaron a ser, en su mente enferma, certezas. Laura, mientras tanto, parecía cada día más radiante, esplendor sublime que él identificaba como resultado de largas horas de sexo frenético, el mejor tratamiento de belleza, según se decía.

Transcurrían los días, aumentaba la belleza de ella y la expresión de locura en el rostro de él, mientras ambos, haciendo uso de la exquisita educación recibida en los más caros colegios religiosos, fingían hipócritamente una calculada indiferencia ante la evidente metamorfosis del otro.

En tan sólo dos semanas la situación se hizo insoportable dentro de la desquiciada mente celosa de Roberto, que comenzó a sopesar la posibilidad de terminar con su dolor definitivamente, no sin antes castigar como se merecía a la arisca pecadora.

Visitó a su anciana e idolatrada madre, de la que se despidió con lágrimas en los ojos y, aprovechando un descuido de ella, se hizo con la pistola que había sido de su difunto padre, capitán del ejército.

Decidió que lo haría tres días después, el día de su cumpleaños, que posiblemente sería, como en las últimas ocasiones, una monótona cena formal para dos.

Llegado el día, se bajó de su automóvil y, dirigiéndose hacia su casa, vio aparcado el deportivo de Luis, de quien sospechaba desde hacía años que pretendía de su esposa algo más que una inocente amistad. Su ira, centrada en el frío metálico de su bolsillo, le impidió ver varios vehículos, también familiares para él, aparcados a lo largo de la calle. “Les sorprenderé in fraganti, así todo será más rápido, nos ahorraremos explicaciones y falsas historias, y de paso me daré el gusto de pegarle un par de tiros al Luis, que le tengo ganas hace tiempo ... me gustaría ver los periódicos de mañana: un crimen de honor, mi padre estaría orgulloso...” Entró sigilosamente en su casa, que encontró completamente a oscuras, lo que reafirmó sus sospechas, para recibir, de repente, un fogonazo de luz en la cara: “¡Feliz cumpleaños!” gritó al unísono un coro de voces.

Perdona, cariño, se disculpó Laura mientras le besaba, he estado algo distante estos últimos días, ocupada en prepararte esta sorpresa. Feliz cumpleaños, ya sabes que te quiero como el primer día, y hasta moriría por ti . . .”

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LA SEQUÍA

La sequía había reducido drásticamente nuestro espacio vital. Yo era aún muy joven, pero lo recuerdo perfectamente. El hambre fue haciendo estragos entre nosotros, y pronto hasta la convivencia dentro de las mismas familias se hizo insoportable.

Lo peor eran las incursiones de vecinos hambrientos en busca de comida, si no había nada que entregar o compartir, alguno de nosotros pasábamos a ser su alimento. Vivíamos aterrorizados.

De mis tres hermanos, sólo uno sobrevivió, también mi padre, a duras penas, aunque arrastró secuelas el resto de su vida.

Al fin, un extraño día con un cielo de mil colores, volvieron las lluvias, subió nuevamente el nivel de la charca, todos volvimos a tener alimentos suficientes y, lo que es más importante, ya no estábamos a merced de esos sanguinarios peces que nos devoraban cada día, pudiendo así completar nuestro ciclo vital y transformarnos en robustas ranas adultas.

Y conforme desaparecían los miedos, empezábamos a sentirnos libres y ya no era posible hacernos daño, pues ahora, gracias a la lluvia, volvíamos a ser dueños de nuestro destino.

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LA SEQUÍA

NO ES

Duelen las muertes cuando no hay difunto
Duelen las despedidas cuando el otro no lo sabe
Duele la esperanza cuando no es compartida
Duelen las memorias cuando se pierden en el pozo

Sara V.T.

https://iderinaweb.wordpress.com


LA SEQUÍA

ME DESPERTÉ

Quería llegar a ser y no encontraba nada en mí, salvo un vacío.

Aunque sabía que dentro mío había algo,

pero desconocía como convertir ese vacío en ese algo.

Después de practicar ser Tú durante años,

me di cuenta que Tú también estás en todos los vacíos.

Y me desperté del sueño de vivir impenitente.


Dentro de todos los seres humanos está el espíritu. A veces nos sentimos vacíos, sin propósito alguno. No es cierto. Dentro de la forma está la esencia.

Alexandra Di Estefano Pironti. 

Un salto al infinito” Ediciones Carena.


MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.

LA SOCIEDAD CRONOPÁTICA

El tiempo se ha convertido en un dispositivo de control y opresión. Vivimos en el seno de sociedades cronopáticas. A mayor aceleración de los procesos, mayor es la rapidez con la que debemos actuar. Y más rapidez acarrea menor tiempo de reflexión.

Azuzada desde instancias empresariales y políticas, pero también desde el ámbito pseudoterapéutico –que sin rubor nos impele a habitar lo inhabitable sin cuestionarlo–, se ha instaurado una cruel obsesión por tener que gestionar nuestro espectro emocional como si se tratara de una empresa. Esta percepción de la existencia como un tentáculo más de la racionalidad económica nos ha hundido en una desagradable y endémica angustia: sentir que nuestro tiempo de vida, nuestro tiempo cronológico, debe estar vinculado estrictamente a la productividad, la eficacia y el rendimiento. Al igual que nuestro deseo, el tiempo se ha convertido en una herramienta de sometimiento.

A diario convivo con adolescentes a los que hemos transmitido esta obstinación por «ganarnos la vida», por sacar(nos) provecho continuo y por transformar cualquier ámbito de la vida en trabajo, en beneficio, en acumulación. Los trastornos de ansiedad y depresión, e incluso de personalidad, están a la orden del día en la población joven (pero también en la adulta) a causa de la relación instrumental que establecemos con nuestra vida: nuestro cuerpo y nuestras emociones han devenido objeto de especulación, se han transfigurado en capital. La existencia misma se ha trocado en un trabajo, en un oficio, en un apremiante quehacer supeditado a los valores del lucro y la usura –que nunca quedan satisfechos, que siempre piden más, que nos dejan vacíos y a la deriva–.



En este proceso de consumo y consumismo desaforado somos nosotros quienes acabamos consumidos. La frontera entre el tiempo de ocio y el tiempo de trabajo se ha volatilizado: todo ha sido tragado y asimilado por el imperativo de la producción, de la eficiencia y la utilidad. Hemos normativizado este asfixiante modo de vivir (porque solo en el incesante consumo-que-nos-consume encontramos una breve satisfacción en medio de nuestra orgánica insatisfacción), y las prisas, la mórbida medición de cualquier proceso y la rentabilización de cualquier proceso se encumbran como los ideales de nuestra época, junto con las alarmas, las agendas, las notificaciones y toda clase de dispositivos disciplinantes que examinan y evalúan sin descanso nuestros tiempos de vida y, lo que es más preocupante, nos indican si los hemos adaptado al precepto contemporáneo de lo estilizado y lo conveniente, de lo rentable. De lo deseable para el capital. El precio a pagar es nuestro agotamiento: cargamos con cuerpos agotados y con ánimos desgastados que se ven empujados a entregarse un sinfín de procesos compensatorios que nos permitan no sentirnos cansados, vacíos. Exánimes (léase: carentes de alma, inanimados).

La frontera entre el tiempo de ocio y el tiempo de trabajo se ha volatilizado

Este yugo temporario, de tener-que-ganarnos-constantemente-la-vida, hace que nos sintamos exhaustos, apáticos, quemados, tristes. Sin alegría. Desvinculados. Solos. Además, la percepción de la realidad como un escenario en el que siempre se gana o se pierde ha mutado nuestra vida en un lugar inhóspito, incómodo, incluso hostil, donde todos somos enemigos potenciales, donde los vínculos de comunidad quedan desarticulados. No por casualidad Hesíodo se refiere a Cronos (Teogonía, 138) como «el más terrible de los hijos» de Gea y Urano, «de mente retorcida». El tiempo cronológico nos devora. «No doy abasto», «No tengo tiempo». Quién no habla hoy del tiempo que no tiene. Como si fuera una propiedad. Otra más de cuantas nos poseen (y desposeen).

El uso de las pantallas no es aquí inocuo. El problema sustancial que se esconde tras el cotidiano hecho de pasar horas embaucados por dispositivos electrónicos no es el entretenimiento superfluo, sino la creación y recreación constante de un tiempo vacío en el que, como sujetos, quedamos desligados de la acción. La creciente adicción a las pantallas nos aleja de nosotros mismos, de la potencia afectiva del hacer. Nos han acostumbrado a existir en tiempos cortos y en ritmos vertiginosos, en un acontecer incesante e inacabable, repetitivo, angustiante. En un tiempo ajeno a la vida. En un tiempo que vuela, en un tiempo inoperante.

El tiempo se ha convertido en un dispositivo de control y opresión. Vivimos en el seno de sociedades cronopáticas. Las ideas normativas –silenciosamente establecidas– de que «el tiempo es oro» o «sé tu propio empresario» esconden una avasallante esclavitud productiva. Por eso es tan importante educar, en familias y colegios, en un concepto de vida que trasciende la tiranía rentabilista. El estrés es hoy el elemento natural de nuestras vidas. Su normalización ha impuesto la rapidez (como pauta del paso del tiempo) y la rentabilidad (como valor) para enjuiciar el mérito, atractivo y enjundia de cualquier proceso vital. Así surge el alevoso negocio: cómo «gestionar» el estrés, cómo compensar nuestros malestares sin cuestionarlos, porque solo nos cabe acatarlos. La concepción rentabilista del tiempo, asociada a la productividad, mide nuestra existencia en la cantidad de bienes y experiencias que consumimos (podcasts, libros, películas, viajes, amantes). Es un tiempo que devora, nos agota y agobia y que acelera artificialmente nuestra vida bajo parámetros exclusivos e irrespirables de producción. De subordinación.

La normalización del estrés ha impuesto la rapidez y la rentabilidad para enjuiciar el mérito

Seré muy claro: la rapidez de los tiempos que nos han grabado a fuego (en nuestros cuerpos y en nuestras emociones) tiene mucho que ver con la capacidad de los distintos poderes establecidos para manipular a los individuos intelectual y emocionalmente. A mayor aceleración de los procesos, mayor es la rapidez con la que debemos actuar. Y más rapidez acarrea menor tiempo de reflexión. O dicho en los términos que defiende este artículo: una mayor rapidez implica más facilidad para enfermar cronopáticamente a la ciudadanía. Vivir nuestra vida bajo un tiránico cronometraje alecciona cuerpos y emociones, y nos insta a consumirnos en un tiempo impuesto desde fuera, sin posibilidad de inaugurar tiempos nuevos y propios, tiempos de sentido al margen de la productividad. El tiempo de la acción, al decir de Hannah Arendt, de lo inesperado.

Oigo a los niños divertirse en las calles de las ciudades que visito, lugares cada vez más sujetos al tránsito continuo, a la imposibilidad para jugar y deleitarse; ciudades preparadas para el consumo, para deambular y errar, sin espacio para detenerse. Los niños cuentan hasta 10, hasta 15, hasta 20, sin prisa, para que sus amigos se escondan e ir en su busca, y pienso en qué momento ese tiempo de ilusión, expectativa, de espera y sobre todo de juego se transforma en el tiempo de los adultos, tiránico, omnímodo, depredador. Reapropiarnos del tiempo como un espacio de posibilidad que trasciende las descarnadas relaciones de rentabilidad es el primer paso para poder resistir activamente frente a la normalizada percepción economicista del tiempo. Cronopatía es, por tanto, sinónimo de dominación. Cuando el tiempo es objeto de negocio, el individuo es la moneda con la que se paga.

Mientras escucho a aquellos niños recuerdo la lección de Michael Ende en Momo: «Yo pensaba que esos señores grises se equivocaban: no hay que ahorrar o ganar tiempo, sino vivirlo». O a Thomas Mann en La montaña mágica: «Decimos: el tiempo pasa. Pero ¿dónde está escrito que lo haga? Tan solo aceptamos que lo hace para garantizar un orden, nuestras medidas no son más que puras convenciones». Y siempre evocador, de fondo, el eco de la pausada voz de María Zambrano: el peor de los totalitarismos es la imposición de un tiempo ajeno al de nuestra propia vida.

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