VOCES
entre VOCES
TEMAS
TERTULIA 15-5-2020
ASUNTOS
PERSONALES
CUARENTENA
– VIII
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS.
El miedo llamó a la puerta, la confianza abrió y afuera no había nadie. (Probervio chino)
Te dejo la tesitura de la calle...", de Pedro Montealegre (Chile, 1975-2015)
Te
dejo la tesitura de la calle, me refiero a su énfasis,
digo su filamento de calle dolida, como si fuera la mano
estirada de un ciego. Arqueología es el paso —la huella, numismática,
bifrontismo, el ventrílocuo —su verdadero diente—, ¿qué es?
—la pisada un sello, y es así: el aeroplano bimotor se abalanza
sobre la herida de Apolo —digo ésta, la herida del muchacho,
—su incompleta mirada– hablamos de mentiras y el avión se abalanza.
No la balanza, la carta de la justicia —el tarot, la rueda
rota del decir, porque las palmeras alineadas de la avenida son fósforos,
y tu bonanza es ésa: recordar los bosques, mugre de perros
donde crecen árboles, un enfermo terminal diciéndole al tronco:
luces imperecedero, es sabia y no es savia la ronda. Uno extiende
la mano y recibe el mismo hueso de uno. Uno extiende
la mano de hueso y recibe un ámbar —adentro del ámbar
un excremento de perro. Te dejo la tesitura de la calle, una partitura
de música. Digo: su ciencia de calle trazada, el dibujo
geométrico, varilla de castigo —el asesinado: matemática hostil:
cada punto del rostro corresponde a un féretro, el gemido es lumen,
—la selva que vi cabía en bolsas de esporas: el helecho. Un helecho
es el rostro —gime, con lluvia agria es lavado, lo menos, lo más
asesinado —un indio sin nombre— ética y entropía de la distorsión.
*
Cada tajo del cutis, mismo desierto de Nazca. Lo árido
es combativo con sed. No se hibrida el celacanto —la pescadería—, ni
menos como salamandra —el hipocampo es incógnita. El ornitorrinco
va de un poema a otro. Con salto, pasamos de la ciudad al recuerdo
sin abejas del bosque. No digo el cliché, selva, cemento,
fragmento, cuadro sin luz de Mondrian. Puntos de fuga. Ya hartos están
de Puerto Varas, Valencia. Pero cuando el ojo supura
se puede hablar de mirada. Te dejo la tesitura de la calle, su
línea de autobuses rojos y amarillos, la bandera del país,
la sinrazón —implosión, explosión. País. País. Llenos de arcángeles los
chicos de la discoteca, llenos de tronos —legiones, cuerpos celestes, abejas
o granos de sésamo. Es mentira lo uno. La revista de novedades
—un mercadillo hippie— barrios antiguos reformándose de a poco.
Los nuevos vecinos dicen, ¿qué? o, ¡hay estrellas! Es mentira lo uno.
Donde haya un cartel de 1920 habita lo desvaído. La huella es
filatelia, carta astral, bolo alimenticio. Arqueología de calle,
—tal vez teología— dios mismo dice: no hay dios sin diez. Hambre, Belleza
consignadas al hígado. Un obrero es obrero, las niñas góticas,
las niñas lavadas que comen violetas, los chicos inmigrantes
—rayando la pared con aerosol— vibran, hacen luz —son el sol.
Los chicos en monopatines, ¿a qué cielo volarán? Serán el cielo
cuando estiren los brazos y las migas de pan aferradas a sus bolsillos
articulen galaxias que esperamos ver. La ética de contarlas.
Pedro Montealegre en Transversal (2007), incluido en Doce en punto. Poesía chilena reciente (1971-1982) (UNAM, México, 2012, selec. de Daniel Saldaña París).Otros poemas de Pedro Montealegre
Ahora vas a hablar...
digo su filamento de calle dolida, como si fuera la mano
estirada de un ciego. Arqueología es el paso —la huella, numismática,
bifrontismo, el ventrílocuo —su verdadero diente—, ¿qué es?
—la pisada un sello, y es así: el aeroplano bimotor se abalanza
sobre la herida de Apolo —digo ésta, la herida del muchacho,
—su incompleta mirada– hablamos de mentiras y el avión se abalanza.
No la balanza, la carta de la justicia —el tarot, la rueda
rota del decir, porque las palmeras alineadas de la avenida son fósforos,
y tu bonanza es ésa: recordar los bosques, mugre de perros
donde crecen árboles, un enfermo terminal diciéndole al tronco:
luces imperecedero, es sabia y no es savia la ronda. Uno extiende
la mano y recibe el mismo hueso de uno. Uno extiende
la mano de hueso y recibe un ámbar —adentro del ámbar
un excremento de perro. Te dejo la tesitura de la calle, una partitura
de música. Digo: su ciencia de calle trazada, el dibujo
geométrico, varilla de castigo —el asesinado: matemática hostil:
cada punto del rostro corresponde a un féretro, el gemido es lumen,
—la selva que vi cabía en bolsas de esporas: el helecho. Un helecho
es el rostro —gime, con lluvia agria es lavado, lo menos, lo más
asesinado —un indio sin nombre— ética y entropía de la distorsión.
*
Cada tajo del cutis, mismo desierto de Nazca. Lo árido
es combativo con sed. No se hibrida el celacanto —la pescadería—, ni
menos como salamandra —el hipocampo es incógnita. El ornitorrinco
va de un poema a otro. Con salto, pasamos de la ciudad al recuerdo
sin abejas del bosque. No digo el cliché, selva, cemento,
fragmento, cuadro sin luz de Mondrian. Puntos de fuga. Ya hartos están
de Puerto Varas, Valencia. Pero cuando el ojo supura
se puede hablar de mirada. Te dejo la tesitura de la calle, su
línea de autobuses rojos y amarillos, la bandera del país,
la sinrazón —implosión, explosión. País. País. Llenos de arcángeles los
chicos de la discoteca, llenos de tronos —legiones, cuerpos celestes, abejas
o granos de sésamo. Es mentira lo uno. La revista de novedades
—un mercadillo hippie— barrios antiguos reformándose de a poco.
Los nuevos vecinos dicen, ¿qué? o, ¡hay estrellas! Es mentira lo uno.
Donde haya un cartel de 1920 habita lo desvaído. La huella es
filatelia, carta astral, bolo alimenticio. Arqueología de calle,
—tal vez teología— dios mismo dice: no hay dios sin diez. Hambre, Belleza
consignadas al hígado. Un obrero es obrero, las niñas góticas,
las niñas lavadas que comen violetas, los chicos inmigrantes
—rayando la pared con aerosol— vibran, hacen luz —son el sol.
Los chicos en monopatines, ¿a qué cielo volarán? Serán el cielo
cuando estiren los brazos y las migas de pan aferradas a sus bolsillos
articulen galaxias que esperamos ver. La ética de contarlas.
Pedro Montealegre en Transversal (2007), incluido en Doce en punto. Poesía chilena reciente (1971-1982) (UNAM, México, 2012, selec. de Daniel Saldaña París).Otros poemas de Pedro Montealegre
Ahora vas a hablar...
La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos. (Platón)
LAS
APARIENCIAS ENGAÑAN
Lo
siento me he propuesto desmontar toda la supuesta sabiduría recibida
y comienzo por esa anestesia y parálisis del pensamiento crítico
que son el refranero y los dichos populares.
Las
apariencias NO engañan.
La
mona vestida de seda será princesa o reina.
Más
valen cien pájaros volando que uno en la mano.
Al
buen tiempo mala cara.
Quien
bien te quiere te hará muy feliz.
Ojos
que no ven corazón que lo siente.
Dios
los cría y ellos No se juntan.
No
hagas hoy lo que puedas hacer mañana.
No
hay bien que por mal no venga.
Más
vale bueno conocido que malo por conocer.
Más
vale nunca que tarde.
Dejar
vivir a dos pájaros de un tiro(fogueo).
En
el país de los ciegos el tuerto es un desgraciado.
J.M.C.C.
LAS
APARIENCIAS ENGAÑAN
¿Las
apariencias engañan?
¿A
qué llamamos apariencias?
¿Al
juicio y punto de vista único y subjetivo de cada ser humano o a lo
que mayoritariamente consideran real los humanos?
¿A
una ilusión óptica o a la ilusión de un óptico?
Nekovidal - nekovidal@gmail.com ARTES
LIBRESwww.arteslibres.net
CUARENTENA
– VII
Amanecieron
los parques precintados,
envueltos en un silencio opaco,
ausentes de sonido y luz.
envueltos en un silencio opaco,
ausentes de sonido y luz.
Amanecieron
cerrados los comercios,
recogidas las olas a la orilla del mar.
recogidas las olas a la orilla del mar.
Amanecieron
las calles desiertas,
las plazas abiertas a la muerte,
los hospitales luchando por la vida.
las personas recluidas.
las plazas abiertas a la muerte,
los hospitales luchando por la vida.
las personas recluidas.
El
miedo instalado en las aceras,
en el aire,
en las manos del amigo,
en el abrazo...
en el aire,
en las manos del amigo,
en el abrazo...
El
mundo se detuvo para volver a nacer.
Y nació en el ocaso una lluvia de aplausos,
cientos de luciérnagas brillaron
en los albores de la humanidad.
Y nació en el ocaso una lluvia de aplausos,
cientos de luciérnagas brillaron
en los albores de la humanidad.
La
solidaridad creció al ritmo
de una vieja canción.
de una vieja canción.
"Imagina
a todo el mundo
viviendo el presente.
Imagina que no hay países."
Imagina que no hay fronteras.
viviendo el presente.
Imagina que no hay países."
Imagina que no hay fronteras.
"Dirás
que soy una soñadora
pero no soy la única."
pero no soy la única."
Imagina
un mundo entero vibrando,
cantando y rezando,
ofreciendo sus manos en la distancia,
compartiendo su corazón.
cantando y rezando,
ofreciendo sus manos en la distancia,
compartiendo su corazón.
Valorar
la caricia del sol,
el trocito de cielo,
la mirada de la cajera,
admirar la labor de cada persona
el trocito de cielo,
la mirada de la cajera,
admirar la labor de cada persona
y
agradecer que amanece un día más.
Volverán
las risas de los niños
a llenar los parques de luz.
Volverán los abrazos y los besos,
los recitales y conciertos.
a llenar los parques de luz.
Volverán los abrazos y los besos,
los recitales y conciertos.
Brotarán
margaritas y amapolas
y volverán las olas a la orilla del mar.
y volverán las olas a la orilla del mar.
Eva
García Madueño. Málaga.
CUARENTENA VII (LUGARES COMUNES)
CUARENTENA
VII (LUGARES COMUNES)
Hace
unos días me llegó el enlace del documental «Baraka» (Ron Fricke,
1992) que en su día vi en sala y despertó en mí el suficiente
interés como para verlo de nuevo pasados casi treinta años, no sé
si con más o menos aspereza que entonces pero sí con otros ojos,
tanto por el paso del tiempo como por la situación de confinamiento
que estamos viviendo.
El
ritmo de la cinta es tan extraordinario que bien podría servir de
ejemplo para explicar la campana de Gauss; pero lo más asombroso es
cómo Fricke, a través de un vertiginoso viaje por veinticuatro
países, nos presenta sin palabras las diferencias entre los seres
humanos y se recrea al mismo tiempo en los lugares comunes; cómo en
una secuencia nos hace sentirnos grandes y en la siguiente
insignificantes; con qué habilidad nos transmuta de eternos a
fugaces en un abrir y cerrar de ojos; la sutileza con la que consigue
que nos veamos infinitamente compasivos e infinitamente miserables;
la sencillez y la técnica memorables con las que se pasea por la
dignidad con igual intensidad que recorre la corrupción y va de la
vida a la muerte sin aviso previo.
Ahora
que el mundo entero se ha visto obligado a reducir su ritmo, yo he
tenido el privilegio de volver a ver este documental en mi casa,
sentada en el sofá con el que me tuteo desde hace un par de meses, y
he sentido la aflicción de confirmar que el ser humano es el animal
con más miedo del planeta; tanto y tan intenso es el miedo que nos
embarga que somos incapaces de mirar más allá de nuestro ombligo,
ya sea el ombligo uno mismo, la familia o un colectivo opcional donde
hayamos forjado nuestra identidad; no nos atrevemos a levantar la
mirada hacia los lugares comunes por temor a desaparecer y, sin
embargo, en esos terrenos es donde llegaríamos a ser más humanos,
más completos, más nosotros mismos.
La
característica universal por excelencia es el afán por trascender;
no queremos desaparecer y, tras decantarnos por una religión o
confesarnos ateos, nos matamos los unos a los otros en aras de una
forma de creer y sentir el mundo espiritual -o no hacerlo- que,
generalmente, no es otro que el que hemos mamado. A consecuencia de
la película imaginé lo difícil que me resultaría, habiendo sido
educada en el catolicismo, bañarme en las aguas del Ganges mientras
las piras funerarias arden en la parte alta de la escalera contigua o
pasan cerca de mí residuos no identificados; supuse, también, lo
mal que podría sentirse un musulmán si tuviera que comulgar
pensando que iba a comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo;
conjeturé la sensación de un ortodoxo griego que se viera obligado
a besar la imagen de la mano de Fátima repetidamente para salvar su
alma, un hindú que fuera forzado a entonar el canto guerrero de
Nueva Zelanda o un japonés sin otra opción que girar como los
derviches… Y, sin embargo, todo es lo mismo, una lucha impenitente
por dejar constancia de nuestro paso por la vida.
¿Cómo
es posible que descartemos lo común que tanto nos engrandece para
defender una individualidad que nos reduce a poco más que nada? Tal
vez, como decía San Agustín, en la comparación es donde más nos
engañamos: «Si me
miro no soy nada, pero si me comparo…»
Así, mientras La Tierra entera aúlla, cada Continente puja por el
protagonismo, como niños en un patio de recreo que sacan de la
mochila el «habla chucho que no te escucho» o lo que en este
momento de pandemia equivaldría a «tú tienes más muertos que yo,
chincha rabiña».
Lo
peor de esta terrible actitud es que se nos está contagiando más
rápido que el propio virus, y queremos imponer nuestros criterios, y
nos sentimos elegidos por la mano del dios que nos asiste, y luchamos
por convencer a todos de nuestra doctrina, y pretendemos colonizar la
mente de cada ser humano que la vida nos pone delante olvidando que
es la vida la que nos habita a nosotros y no a la inversa; deberíamos
usar como antídoto los códigos universales, los lugares comunes,
para evitar una pandemia de locura por soberbia.
Casi
seguro que el éxtasis que obtienen los derviches con sus giros es
similar al que alcanzan quienes rezan letanías del rosario o mantras
hindúes, muy parecido al que consiguen los masai con sus saltos
rítmicos y prácticamente exacto al que logran los mahometanos
mientras recorren orando el perímetro de La Kaaba; las creencias
están sustentadas en las tradiciones que, para bien o para mal,
quedaron grabadas en nuestro inconsciente y se alimentan de la
seguridad que nos otorga perpetuar las costumbres adquiridas en la
infancia aunque, en el fondo, sepamos que existen otras manos que
besar que no son las de Fátima, otros ritmos que bailar que no son
valses y otras vacas sagradas que no están famélicas.
Así
es que cuando escucho a alguien decir «estáis
(todos) confundidos»
con el convencimiento de que su criterio es lo suficientemente válido
para descalificar al resto del mundo -un mundo rico en culturas que
su inseguridad no le permitirá disfrutar en esencia- mientras se
pregunta solemnemente por qué el Universo no pidió su opinión a la
hora de extinguir a los dinosaurios en la Ice
Age, entonces,
teniendo en cuenta que es el miedo y no la comprensión quien pone
las palabras en su boca, opto por lo que considero más saludable:
resolver que ha llegado el momento justo de sonreír y retirarme
dignamente obsequiando al fatuo adversario con lo que no sólo es un
lugar común, sino la forma más universal de despedida, un abrazo.
¡Ay!
¡Qué no daríamos ahora por un abrazo!
06/mayo/2020
– Victoria Blanco para «VOCESentreVOCES»
CUARENTENA
– VII
A
estas alturas estoy convencido de que podría, con ese mínimo de
libertad que brindan las circunstancias, vivir el resto de mi vida de
esta manera, esta situación que llamamos confinamiento. No lo deseo,
desde luego, y he pensado en lo duro que sería si se le quitara tan
sólo un ápice de cuanto tengo, concretamente la posibilidad de
comunicarme con mis seres queridos, sin internet ni teléfono, sólo
con mi biblioteca. Resistiría, (no, no voy a cantar) pero sería
duro, mientras que ver a través de una videollamada a nuestros
familiares y amistades, u oir su voz por teléfono o un simple
mensaje parecen ser suficiente.
Alguien
dijo que una persona nunca está sola mientras tiene a su lado un
libro y creo que es una gran verdad.
CUARENTENA – VII
Me
quedé sola
…..y
se van yendo
como
si todo estuviera
hecho
aquí.
Se
van alejando,
sin
ningún reparo,
como
si no quisieran seguir.
Nos
quedamos solos,
Y
yo…
yo
me quedo sola,
con
suspiros y añoranzas.
Aunque
aún me queden
capítulos
por vivir.
Me
faltan fuerzas,
miro
hacia atrás
y
están todos ellos,
los
míos,
que
me miran, me observan,
están
ahí, desde la distancia.
Sé
que están ahí,
pero
me falta la ausencia.
Se
fueron todos ellos,
Y
yo….
Yo
me quedé sola,
Con
los míos,
pero
sola.
José
María Rico - Spencer
CUARENTENA
– VII
Audio:
CONTRA
CORRIENTE – SOBRE EL TIEMPO
Rafael
Cotilla
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS.
***
ES
FÁCIL ENGAÑAR CUANDO NO SE MIRA A LOS OJOS.
A
VECES NO ME MIRO EN EL ESPEJO PARA NO "PILLARME".
Yolanda
Juste
***
Detrás
de toda mentira, incluido el autoengaño, siempre se esconde un
miedo.
El
ser humano, para ser humano, necesita imprescindiblemente a otros
humanos, una verdad evidente que tan a menudo olvidamos.
Los
verdaderos héroes de la Historia Humana
Los
libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de
alguna guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes,
políticos, militares y otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha
sido más que saber encontrar la forma más rápida de asesinar al
mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible, utilizando
para ello como disculpa el honor, alguna patria, alguna religión o
alguna ideología.
Pero
la historia de la Humanidad está repleta de otros seres humanos,
apenas conocidos por la mayoría, que tuvieron una actitud
constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes, bien mediante
gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o mediante
estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación
médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha
sido reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia
oficial.
Creemos
que ha llegado el momento de reescribir nuestra historia, poniendo a
los reyes, políticos y estrategas militares, en el lugar que les
corresponde: el de seres enfermos de ambición y codicia que sólo
han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos, y
colocando en el altar de la memoria a las personas que se
sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo
algo mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde
aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la
serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana",
que hoy comenzamos.
ARTES
LIBRES
Chiune
Sugihara, el otro Schlinder
En los terroríficos días de la Segunda Guerra Mundial las muestras de heroísmo y de crueldad sobrepasaron lo inimaginable. Miles de ciudadanos anónimos pusieron en peligro su vida para salvar a otros. Por toda Europa judíos, gitanos, comunistas y cualquier minoría enemiga del nazismo era perseguida sin descanso hasta su exterminio. En circunstancias como aquéllas, cuando ayudar a un desconocido podía costarle a uno la vida, hubo personas que dieron el paso y, dentro de sus posibilidades, se dedicaron a salvar vidas, fueran unas pocas o varios miles. Una de esas personas fue el japonés ChiuneSugihara.
Nacido en Yaotsu en una
familia de clase media, cuando tuvo la edad apropiada su padre quiso
que siguiera sus pasos y estudiara medicina, pero el joven decidió
seguir su propio camino y acabó graduándose en literatura inglesa
en la Universidad de Waseda. Poco después entró a trabajar en
el Ministerio de Asuntos Exteriores japonés.
Sugihara fue destinado a China, donde aprendió alemán y ruso, deviniendo en experto en lo tocante a los asuntos soviéticos. Más tarde recibió el puesto de Vice Ministro de Exteriores en Manchuria, puesto que acabó dejando en protesta por el cruel trato de los japoneses a la población china.
Ya entonces Sugihara mostraba ser una excepción en el cuerpo diplomático imperial, y un japonés distinto en lo general. En aquél militarista Imperio Japonés, donde el Emperador era un dios viviente, muchos acataban cualquier tipo de orden aunque no creyeran en ella, pues sus superiores les decían que era por el bien de su país y su emperador. Chiune Sugihara prefería seguir a su conciencia y vivir según sus propias convicciones morales.
El comienzo de la guerra sorprende a Sugihara como vice-cónsul en Lituania. Algo más tarde, en 1940, la Unión Soviética toma el control del país. Comienza entonces una larga pesadilla para miles de judíos lituanos y otros tantos refugiados polacos. Perseguidos por los propios soviéticos, refugiados, huidos, familias enteras buscaban un visado con el que viajar de un modo más seguro y tener una esperanza de ser aceptados en algún país.
Inspirado por la labor del cónsul holandés, Sugihara contactó con el Ministro de Asuntos Exteriores esperando instrucciones al respecto. La respuesta tajante del ministro siempre fue la misma: sólo se podían conceder visados mediante los procedimientos correctos a gente que se lo pudiera permitir, y siempre que dispusieran de un tercer destino al que dirigirse desde Japón. El confundido vice-cónsul comenzó entonces a debatirse entre seguir a su conciencia o cumplir con su deber. Tras consultarlo con la almohada y con su mujer, Sugihara decidió actuar por su cuenta.
Durante el verano de 1940 Sugihara expendió miles de visados temporales para que otros tantos judíos (y sus familias) escaparan del horror de la guerra. También gracias a él los oficiales soviéticos permitieron que los refugiados usaran el tren Transiberiano para escapar, aunque siempre pagando un precio mucho mayor que el de un billete normal.
En los primeros días de septiembre la embajada japonesa en Lituania fue clausurada. Hasta el último momento Sugihara continuó firmando visados a un ritmo frenético, incluso dicen que los lanzaba desde el tren que le llevaba a su siguiente destino. Mientras dejaba Lituania, seguro que su pensamiento estaba con aquellos a quienes dejaba atrás, sin tener oportunidad de otorgarles un salvoconducto vital.
Tras servir en varios destinos durante el resto de la guerra, Sugihara y su esposa fueron recluidos por los soviéticos en un campo de prisioneros de guerra en Rumanía. No fueron liberados hasta 1946. A su regreso a Japón, Sugihara vio con sorpresa como el Ministerio de Asuntos Exteriores le obligaba a dimitir. Según varios testimonios, entre ellos la esposa de Sugihara, lo ocurrido en Lituania le había convertido en un hombre marcado para el gobierno japonés. Según el gobierno japonés (hasta fecha de 2006), no hay evidencias de que su dimisión se debiera a un castigo.
Con su carrera como diplomático acabada, el japonés trabajó en una compañía de exportaciones. Más tarde sus ocupaciones laborales le llevaron a la Unión Soviética, donde vivió y trabajó durante muchos años, dejando a su familia en Japón.
No fue hasta 1968, cuando un agregado de la Embajada Israelí en Japón dio con él, que el mundo comenzó a saber lo que había hecho por sus semejantes. Aquél agregado, adolescente en 1940, había sido una de las personas salvadas en Lituania.
Sugihara fue destinado a China, donde aprendió alemán y ruso, deviniendo en experto en lo tocante a los asuntos soviéticos. Más tarde recibió el puesto de Vice Ministro de Exteriores en Manchuria, puesto que acabó dejando en protesta por el cruel trato de los japoneses a la población china.
Ya entonces Sugihara mostraba ser una excepción en el cuerpo diplomático imperial, y un japonés distinto en lo general. En aquél militarista Imperio Japonés, donde el Emperador era un dios viviente, muchos acataban cualquier tipo de orden aunque no creyeran en ella, pues sus superiores les decían que era por el bien de su país y su emperador. Chiune Sugihara prefería seguir a su conciencia y vivir según sus propias convicciones morales.
El comienzo de la guerra sorprende a Sugihara como vice-cónsul en Lituania. Algo más tarde, en 1940, la Unión Soviética toma el control del país. Comienza entonces una larga pesadilla para miles de judíos lituanos y otros tantos refugiados polacos. Perseguidos por los propios soviéticos, refugiados, huidos, familias enteras buscaban un visado con el que viajar de un modo más seguro y tener una esperanza de ser aceptados en algún país.
Inspirado por la labor del cónsul holandés, Sugihara contactó con el Ministro de Asuntos Exteriores esperando instrucciones al respecto. La respuesta tajante del ministro siempre fue la misma: sólo se podían conceder visados mediante los procedimientos correctos a gente que se lo pudiera permitir, y siempre que dispusieran de un tercer destino al que dirigirse desde Japón. El confundido vice-cónsul comenzó entonces a debatirse entre seguir a su conciencia o cumplir con su deber. Tras consultarlo con la almohada y con su mujer, Sugihara decidió actuar por su cuenta.
Durante el verano de 1940 Sugihara expendió miles de visados temporales para que otros tantos judíos (y sus familias) escaparan del horror de la guerra. También gracias a él los oficiales soviéticos permitieron que los refugiados usaran el tren Transiberiano para escapar, aunque siempre pagando un precio mucho mayor que el de un billete normal.
En los primeros días de septiembre la embajada japonesa en Lituania fue clausurada. Hasta el último momento Sugihara continuó firmando visados a un ritmo frenético, incluso dicen que los lanzaba desde el tren que le llevaba a su siguiente destino. Mientras dejaba Lituania, seguro que su pensamiento estaba con aquellos a quienes dejaba atrás, sin tener oportunidad de otorgarles un salvoconducto vital.
Tras servir en varios destinos durante el resto de la guerra, Sugihara y su esposa fueron recluidos por los soviéticos en un campo de prisioneros de guerra en Rumanía. No fueron liberados hasta 1946. A su regreso a Japón, Sugihara vio con sorpresa como el Ministerio de Asuntos Exteriores le obligaba a dimitir. Según varios testimonios, entre ellos la esposa de Sugihara, lo ocurrido en Lituania le había convertido en un hombre marcado para el gobierno japonés. Según el gobierno japonés (hasta fecha de 2006), no hay evidencias de que su dimisión se debiera a un castigo.
Con su carrera como diplomático acabada, el japonés trabajó en una compañía de exportaciones. Más tarde sus ocupaciones laborales le llevaron a la Unión Soviética, donde vivió y trabajó durante muchos años, dejando a su familia en Japón.
No fue hasta 1968, cuando un agregado de la Embajada Israelí en Japón dio con él, que el mundo comenzó a saber lo que había hecho por sus semejantes. Aquél agregado, adolescente en 1940, había sido una de las personas salvadas en Lituania.
Sugihara viajó
a Israel donde fue agasajado por las autoridades israelíes
que más tarde le incluirían en el Monumento Conmemorativo de los
Mártires y Héroes del Holocausto. En 1985 fue nombrado "Justo
entre las naciones". También desde entonces, Sugihara y
sus descendientes contarían con la nacionalidad israelí. Sin
embargo, el valiente japonés estaba por entonces demasiado enfermo
para viajar, por lo que su esposa fue en nombre
suyo. Sugihara fallecía un año más
tarde.
Preguntado sobre el por qué de arriesgar su vida, Sugihara simplemente dijo que aquellos a quienes asistió eran seres humanos que necesitaban ayuda. En la mejor tradición japonesa, afirmó en otra ocasión: "Incluso un cazador es incapaz de matar a un pájaro que vuela hacia él buscando refugio".
Preguntado sobre el por qué de arriesgar su vida, Sugihara simplemente dijo que aquellos a quienes asistió eran seres humanos que necesitaban ayuda. En la mejor tradición japonesa, afirmó en otra ocasión: "Incluso un cazador es incapaz de matar a un pájaro que vuela hacia él buscando refugio".
Una
vagabunda busca un cigarrillo en la estación
en las bolsas de los pasajeros están
los átomos que finalmente acabarán desvaneciéndose
entre las paredes de la comodidad.
Lo absurdo de la espera llena los vestíbulos
y reemplaza las palabras
miradas congeladas proclaman las fiestas
llorando el piano ruega un poco de cortesía
somos extranjeros
con miradas indiferentes y enfocadas
con ojos ante los grafitis
que a veces se diluyen con los frescos
con peligrosos y mínimos movimientos
con una mudez habladora y el tiempo esculpido
en la piedra hueca de Sísifo con la que hacen malabares los hombros
para nosotros la ciencia es un conjunto de poemas incomprendidos
en nuestros jardines pronto crecerán piñas
para que recojan las palabras arrojadas.
Stefan Markovski, incluido en Vallejo & Co. (Internet, enero de 2019, trad. de Marco Vidal González).Otros poemas de Stefan Markovski
Último deseo para respirar
en las bolsas de los pasajeros están
los átomos que finalmente acabarán desvaneciéndose
entre las paredes de la comodidad.
Lo absurdo de la espera llena los vestíbulos
y reemplaza las palabras
miradas congeladas proclaman las fiestas
llorando el piano ruega un poco de cortesía
somos extranjeros
con miradas indiferentes y enfocadas
con ojos ante los grafitis
que a veces se diluyen con los frescos
con peligrosos y mínimos movimientos
con una mudez habladora y el tiempo esculpido
en la piedra hueca de Sísifo con la que hacen malabares los hombros
para nosotros la ciencia es un conjunto de poemas incomprendidos
en nuestros jardines pronto crecerán piñas
para que recojan las palabras arrojadas.
Stefan Markovski, incluido en Vallejo & Co. (Internet, enero de 2019, trad. de Marco Vidal González).Otros poemas de Stefan Markovski
Último deseo para respirar
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