domingo, 10 de mayo de 2020


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TEMAS TERTULIA 15-5-2020

ASUNTOS PERSONALES
CUARENTENA – VIII
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS.


El miedo llamó a la puerta, la confianza abrió y afuera no había nadie. (Probervio chino)


Te dejo la tesitura de la calle...", de Pedro Montealegre (Chile, 1975-2015)





Te dejo la tesitura de la calle, me refiero a su énfasis,
digo su filamento de calle dolida, como si fuera la mano
estirada de un ciego. Arqueología es el paso —la huella, numismática,
bifrontismo, el ventrílocuo —su verdadero diente—, ¿qué es?
—la pisada un sello, y es así: el aeroplano bimotor se abalanza
sobre la herida de Apolo —digo ésta, la herida del muchacho,
—su incompleta mirada– hablamos de mentiras y el avión se abalanza.
No la balanza, la carta de la justicia —el tarot, la rueda
rota del decir, porque las palmeras alineadas de la avenida son fósforos,
y tu bonanza es ésa: recordar los bosques, mugre de perros
donde crecen árboles, un enfermo terminal diciéndole al tronco:
luces imperecedero, es sabia y no es savia la ronda. Uno extiende
la mano y recibe el mismo hueso de uno. Uno extiende
la mano de hueso y recibe un ámbar —adentro del ámbar
un excremento de perro. Te dejo la tesitura de la calle, una partitura
de música. Digo: su ciencia de calle trazada, el dibujo
geométrico, varilla de castigo —el asesinado: matemática hostil:
cada punto del rostro corresponde a un féretro, el gemido es lumen,
—la selva que vi cabía en bolsas de esporas: el helecho. Un helecho
es el rostro —gime, con lluvia agria es lavado, lo menos, lo más
asesinado —un indio sin nombre— ética y entropía de la distorsión.

                                                          *

Cada tajo del cutis, mismo desierto de Nazca. Lo árido
es combativo con sed. No se hibrida el celacanto —la pescadería—, ni
menos como salamandra —el hipocampo es incógnita. El ornitorrinco
va de un poema a otro. Con salto, pasamos de la ciudad al recuerdo
sin abejas del bosque. No digo el cliché, selva, cemento,
fragmento, cuadro sin luz de Mondrian. Puntos de fuga. Ya hartos están
de Puerto Varas, Valencia. Pero cuando el ojo supura
se puede hablar de mirada. Te dejo la tesitura de la calle, su
línea de autobuses rojos y amarillos, la bandera del país,
la sinrazón —implosión, explosión. País. País. Llenos de arcángeles los
chicos de la discoteca, llenos de tronos —legiones, cuerpos celestes, abejas
o granos de sésamo. Es mentira lo uno. La revista de novedades
—un mercadillo hippie— barrios antiguos reformándose de a poco.
Los nuevos vecinos dicen, ¿qué? o, ¡hay estrellas! Es mentira lo uno.
Donde haya un cartel de 1920 habita lo desvaído. La huella es
filatelia, carta astral, bolo alimenticio. Arqueología de calle,
—tal vez teología— dios mismo dice: no hay dios sin diez. Hambre, Belleza
consignadas al hígado. Un obrero es obrero, las niñas góticas,
las niñas lavadas que comen violetas, los chicos inmigrantes
—rayando la pared con aerosol— vibran, hacen luz —son el sol.
Los chicos en monopatines, ¿a qué cielo volarán? Serán el cielo
cuando estiren los brazos y las migas de pan aferradas a sus bolsillos
articulen galaxias que esperamos ver. La ética de contarlas.


Pedro Montealegre en Transversal (2007), incluido en Doce en punto. Poesía chilena reciente (1971-1982) (UNAM, México, 2012, selec. de Daniel Saldaña París).Otros poemas de Pedro Montealegre
Ahora vas a hablar...

La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos. (Platón)

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

Lo siento me he propuesto desmontar toda la supuesta sabiduría recibida y comienzo por esa anestesia y parálisis del pensamiento crítico que son el refranero y los dichos populares.

Las apariencias NO engañan.

La mona vestida de seda será princesa o reina.
Más valen cien pájaros volando que uno en la mano.
Al buen tiempo mala cara.
Quien bien te quiere te hará muy feliz.
Ojos que no ven corazón que lo siente.
Dios los cría y ellos No se juntan.
No hagas hoy lo que puedas hacer mañana.
No hay bien que por mal no venga.
Más vale bueno conocido que malo por conocer.
Más vale nunca que tarde.
Dejar vivir a dos pájaros de un tiro(fogueo).
En el país de los ciegos el tuerto es un desgraciado.

J.M.C.C.

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN


¿Las apariencias engañan?
¿A qué llamamos apariencias?
¿Al juicio y punto de vista único y subjetivo de cada ser humano o a lo que mayoritariamente consideran real los humanos?
¿A una ilusión óptica o a la ilusión de un óptico?

Nekovidal nekovidal@gmail.com ARTES LIBRESwww.arteslibres.net






CUARENTENA – VII

Amanecieron los parques precintados,
envueltos en un silencio opaco,
ausentes de sonido y luz.
Amanecieron cerrados los comercios,
recogidas las olas a la orilla del mar.
Amanecieron las calles desiertas,
las plazas abiertas a la muerte,
los hospitales luchando por la vida.
las personas recluidas.
El miedo instalado en las aceras,
en el aire,
en las manos del amigo,
en el abrazo...
El mundo se detuvo para volver a nacer.
Y nació en el ocaso una lluvia de aplausos,
cientos de luciérnagas brillaron
en los albores de la humanidad.
La solidaridad creció al ritmo
de una vieja canción.
"Imagina a todo el mundo
viviendo el presente.
Imagina que no hay países."
Imagina que no hay fronteras.
"Dirás que soy una soñadora
pero no soy la única."
Imagina un mundo entero vibrando,
cantando y rezando,
ofreciendo sus manos en la distancia,
compartiendo su corazón.
Valorar la caricia del sol,
el trocito de cielo,
la mirada de la cajera,
admirar la labor de cada persona
y agradecer que amanece un día más.
Volverán las risas de los niños
a llenar los parques de luz.
Volverán los abrazos y los besos,
los recitales y conciertos.
Brotarán margaritas y amapolas
y volverán las olas a la orilla del mar.



Eva García Madueño. Málaga.






CUARENTENA VII (LUGARES COMUNES)

CUARENTENA VII (LUGARES COMUNES)


Hace unos días me llegó el enlace del documental «Baraka» (Ron Fricke, 1992) que en su día vi en sala y despertó en mí el suficiente interés como para verlo de nuevo pasados casi treinta años, no sé si con más o menos aspereza que entonces pero sí con otros ojos, tanto por el paso del tiempo como por la situación de confinamiento que estamos viviendo.

El ritmo de la cinta es tan extraordinario que bien podría servir de ejemplo para explicar la campana de Gauss; pero lo más asombroso es cómo Fricke, a través de un vertiginoso viaje por veinticuatro países, nos presenta sin palabras las diferencias entre los seres humanos y se recrea al mismo tiempo en los lugares comunes; cómo en una secuencia nos hace sentirnos grandes y en la siguiente insignificantes; con qué habilidad nos transmuta de eternos a fugaces en un abrir y cerrar de ojos; la sutileza con la que consigue que nos veamos infinitamente compasivos e infinitamente miserables; la sencillez y la técnica memorables con las que se pasea por la dignidad con igual intensidad que recorre la corrupción y va de la vida a la muerte sin aviso previo.

Ahora que el mundo entero se ha visto obligado a reducir su ritmo, yo he tenido el privilegio de volver a ver este documental en mi casa, sentada en el sofá con el que me tuteo desde hace un par de meses, y he sentido la aflicción de confirmar que el ser humano es el animal con más miedo del planeta; tanto y tan intenso es el miedo que nos embarga que somos incapaces de mirar más allá de nuestro ombligo, ya sea el ombligo uno mismo, la familia o un colectivo opcional donde hayamos forjado nuestra identidad; no nos atrevemos a levantar la mirada hacia los lugares comunes por temor a desaparecer y, sin embargo, en esos terrenos es donde llegaríamos a ser más humanos, más completos, más nosotros mismos.

La característica universal por excelencia es el afán por trascender; no queremos desaparecer y, tras decantarnos por una religión o confesarnos ateos, nos matamos los unos a los otros en aras de una forma de creer y sentir el mundo espiritual -o no hacerlo- que, generalmente, no es otro que el que hemos mamado. A consecuencia de la película imaginé lo difícil que me resultaría, habiendo sido educada en el catolicismo, bañarme en las aguas del Ganges mientras las piras funerarias arden en la parte alta de la escalera contigua o pasan cerca de mí residuos no identificados; supuse, también, lo mal que podría sentirse un musulmán si tuviera que comulgar pensando que iba a comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo; conjeturé la sensación de un ortodoxo griego que se viera obligado a besar la imagen de la mano de Fátima repetidamente para salvar su alma, un hindú que fuera forzado a entonar el canto guerrero de Nueva Zelanda o un japonés sin otra opción que girar como los derviches… Y, sin embargo, todo es lo mismo, una lucha impenitente por dejar constancia de nuestro paso por la vida.

¿Cómo es posible que descartemos lo común que tanto nos engrandece para defender una individualidad que nos reduce a poco más que nada? Tal vez, como decía San Agustín, en la comparación es donde más nos engañamos: «Si me miro no soy nada, pero si me comparo…» Así, mientras La Tierra entera aúlla, cada Continente puja por el protagonismo, como niños en un patio de recreo que sacan de la mochila el «habla chucho que no te escucho» o lo que en este momento de pandemia equivaldría a «tú tienes más muertos que yo, chincha rabiña».
Lo peor de esta terrible actitud es que se nos está contagiando más rápido que el propio virus, y queremos imponer nuestros criterios, y nos sentimos elegidos por la mano del dios que nos asiste, y luchamos por convencer a todos de nuestra doctrina, y pretendemos colonizar la mente de cada ser humano que la vida nos pone delante olvidando que es la vida la que nos habita a nosotros y no a la inversa; deberíamos usar como antídoto los códigos universales, los lugares comunes, para evitar una pandemia de locura por soberbia.

Casi seguro que el éxtasis que obtienen los derviches con sus giros es similar al que alcanzan quienes rezan letanías del rosario o mantras hindúes, muy parecido al que consiguen los masai con sus saltos rítmicos y prácticamente exacto al que logran los mahometanos mientras recorren orando el perímetro de La Kaaba; las creencias están sustentadas en las tradiciones que, para bien o para mal, quedaron grabadas en nuestro inconsciente y se alimentan de la seguridad que nos otorga perpetuar las costumbres adquiridas en la infancia aunque, en el fondo, sepamos que existen otras manos que besar que no son las de Fátima, otros ritmos que bailar que no son valses y otras vacas sagradas que no están famélicas.

Así es que cuando escucho a alguien decir «estáis (todos) confundidos» con el convencimiento de que su criterio es lo suficientemente válido para descalificar al resto del mundo -un mundo rico en culturas que su inseguridad no le permitirá disfrutar en esencia- mientras se pregunta solemnemente por qué el Universo no pidió su opinión a la hora de extinguir a los dinosaurios en la Ice Age, entonces, teniendo en cuenta que es el miedo y no la comprensión quien pone las palabras en su boca, opto por lo que considero más saludable: resolver que ha llegado el momento justo de sonreír y retirarme dignamente obsequiando al fatuo adversario con lo que no sólo es un lugar común, sino la forma más universal de despedida, un abrazo.

¡Ay! ¡Qué no daríamos ahora por un abrazo!




06/mayo/2020 – Victoria Blanco para «VOCESentreVOCES»



CUARENTENA – VII

A estas alturas estoy convencido de que podría, con ese mínimo de libertad que brindan las circunstancias, vivir el resto de mi vida de esta manera, esta situación que llamamos confinamiento. No lo deseo, desde luego, y he pensado en lo duro que sería si se le quitara tan sólo un ápice de cuanto tengo, concretamente la posibilidad de comunicarme con mis seres queridos, sin internet ni teléfono, sólo con mi biblioteca. Resistiría, (no, no voy a cantar) pero sería duro, mientras que ver a través de una videollamada a nuestros familiares y amistades, u oir su voz por teléfono o un simple mensaje parecen ser suficiente.
Alguien dijo que una persona nunca está sola mientras tiene a su lado un libro y creo que es una gran verdad.

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CUARENTENA – VII


Me quedé sola

..y se van yendo
como si todo estuviera
hecho aquí.
Se van alejando,
sin ningún reparo,
como si no quisieran seguir.
Nos quedamos solos,
Y yo…
yo me quedo sola,
con suspiros y añoranzas.
Aunque aún me queden
capítulos por vivir.
Me faltan fuerzas,
miro hacia atrás
y están todos ellos,
los míos,
que me miran, me observan,
están ahí, desde la distancia.
Sé que están ahí,
pero me falta la ausencia.
Se fueron todos ellos,
Y yo….
Yo me quedé sola,
Con los míos,

pero sola.

José María Rico - Spencer


CUARENTENA – VII

Audio:
CONTRA CORRIENTE – SOBRE EL TIEMPO

Rafael Cotilla


MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS.

***
ES FÁCIL ENGAÑAR CUANDO NO SE MIRA A LOS OJOS.
A VECES NO ME MIRO EN EL ESPEJO PARA NO "PILLARME".

Yolanda Juste

***
Detrás de toda mentira, incluido el autoengaño, siempre se esconde un miedo.

El ser humano, para ser humano, necesita imprescindiblemente a otros humanos, una verdad evidente que tan a menudo olvidamos.

Nekovidal nekovidal@gmail.com 
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Los verdaderos héroes de la Historia Humana

Los libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de alguna guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes, políticos, militares y otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha sido más que saber encontrar la forma más rápida de asesinar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible, utilizando para ello como disculpa el honor, alguna patria, alguna religión o alguna ideología.
Pero la historia de la Humanidad está repleta de otros seres humanos, apenas conocidos por la mayoría, que tuvieron una actitud constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes, bien mediante gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o mediante estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha sido reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia oficial.
Creemos que ha llegado el momento de reescribir nuestra historia, poniendo a los reyes, políticos y estrategas militares, en el lugar que les corresponde: el de seres enfermos de ambición y codicia que sólo han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos, y colocando en el altar de la memoria a las personas que se sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo algo mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana", que hoy comenzamos.

ARTES LIBRES  






Chiune Sugihara, el otro Schlinder


En los terroríficos días de la Segunda Guerra Mundial las muestras de heroísmo y de crueldad sobrepasaron lo inimaginable. Miles de ciudadanos anónimos pusieron en peligro su vida para salvar a otros. Por toda Europa judíos, gitanos, comunistas y cualquier minoría enemiga del nazismo era perseguida sin descanso hasta su exterminio. En circunstancias como aquéllas, cuando ayudar a un desconocido podía costarle a uno la vida, hubo personas que dieron el paso y, dentro de sus posibilidades, se dedicaron a salvar vidas, fueran unas pocas o varios miles. Una de esas personas fue el japonés ChiuneSugihara.

 
Nacido en Yaotsu en una familia de clase media, cuando tuvo la edad apropiada su padre quiso que siguiera sus pasos y estudiara medicina, pero el joven decidió seguir su propio camino y acabó graduándose en literatura inglesa en la Universidad de Waseda. Poco después entró a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores japonés.


Sugihara fue destinado a China, donde aprendió alemán y ruso, deviniendo en experto en lo tocante a los asuntos soviéticos. Más tarde recibió el puesto de Vice Ministro de Exteriores en Manchuria, puesto que acabó dejando en protesta por el cruel trato de los japoneses a la población china.


Ya entonces Sugihara mostraba ser una excepción en el cuerpo diplomático imperial, y un japonés distinto en lo general. En aquél militarista Imperio Japonés, donde el Emperador era un dios viviente, muchos acataban cualquier tipo de orden aunque no creyeran en ella, pues sus superiores les decían que era por el bien de su país y su emperador. Chiune Sugihara prefería seguir a su conciencia y vivir según sus propias convicciones morales.



El comienzo de la guerra sorprende a Sugihara como vice-cónsul en Lituania. Algo más tarde, en 1940, la Unión Soviética toma el control del país. Comienza entonces una larga pesadilla para miles de judíos lituanos y otros tantos refugiados polacos. Perseguidos por los propios soviéticos, refugiados, huidos, familias enteras buscaban un visado con el que viajar de un modo más seguro y tener una esperanza de ser aceptados en algún país.


Inspirado por la labor del cónsul holandés, Sugihara contactó con el Ministro de Asuntos Exteriores esperando instrucciones al respecto. La respuesta tajante del ministro siempre fue la misma: sólo se podían conceder visados mediante los procedimientos correctos a gente que se lo pudiera permitir, y siempre que dispusieran de un tercer destino al que dirigirse desde Japón. El confundido vice-cónsul comenzó entonces a debatirse entre seguir a su conciencia o cumplir con su deber. Tras consultarlo con la almohada y con su mujer, Sugihara decidió actuar por su cuenta.


Durante el verano de 1940 Sugihara expendió miles de visados temporales para que otros tantos judíos (y sus familias) escaparan del horror de la guerra. También gracias a él los oficiales soviéticos permitieron que los refugiados usaran el tren Transiberiano para escapar, aunque siempre pagando un precio mucho mayor que el de un billete normal.


En los primeros días de septiembre la embajada japonesa en Lituania fue clausurada. Hasta el último momento Sugihara continuó firmando visados a un ritmo frenético, incluso dicen que los lanzaba desde el tren que le llevaba a su siguiente destino. Mientras dejaba Lituania, seguro que su pensamiento estaba con aquellos a quienes dejaba atrás, sin tener oportunidad de otorgarles un salvoconducto vital.


Tras servir en varios destinos durante el resto de la guerra, Sugihara y su esposa fueron recluidos por los soviéticos en un campo de prisioneros de guerra en Rumanía. No fueron liberados hasta 1946. A su regreso a Japón, Sugihara vio con sorpresa como el Ministerio de Asuntos Exteriores le obligaba a dimitir. Según varios testimonios, entre ellos la esposa de Sugihara, lo ocurrido en Lituania le había convertido en un hombre marcado para el gobierno japonés. Según el gobierno japonés (hasta fecha de 2006), no hay evidencias de que su dimisión se debiera a un castigo.


Con su carrera como diplomático acabada, el japonés trabajó en una compañía de exportaciones. Más tarde sus ocupaciones laborales le llevaron a la Unión Soviética, donde vivió y trabajó durante muchos años, dejando a su familia en Japón.



No fue hasta 1968, cuando un agregado de la Embajada Israelí en Japón dio con él, que el mundo comenzó a saber lo que había hecho por sus semejantes. Aquél agregado, adolescente en 1940, había sido una de las personas salvadas en Lituania.

 
Sugihara viajó a Israel donde fue agasajado por las autoridades israelíes que más tarde le incluirían en el Monumento Conmemorativo de los Mártires y Héroes del Holocausto. En 1985 fue nombrado "Justo entre las naciones". También desde entonces, Sugihara y sus descendientes contarían con la nacionalidad israelí. Sin embargo, el valiente japonés estaba por entonces demasiado enfermo para viajar, por lo que su esposa fue en nombre suyo. Sugihara fallecía un año más tarde.



Preguntado sobre el por qué de arriesgar su vida, Sugihara simplemente dijo que aquellos a quienes asistió eran seres humanos que necesitaban ayuda. En la mejor tradición japonesa, afirmó en otra ocasión: "Incluso un cazador es incapaz de matar a un pájaro que vuela hacia él buscando refugio".

 



Una vagabunda busca un cigarrillo en la estación
en las bolsas de los pasajeros están
los átomos que finalmente acabarán desvaneciéndose
entre las paredes de la comodidad.
Lo absurdo de la espera llena los vestíbulos
y reemplaza las palabras
miradas congeladas proclaman las fiestas
llorando el piano ruega un poco de cortesía
somos extranjeros
con miradas indiferentes y enfocadas
con ojos ante los grafitis
que a veces se diluyen con los frescos
con peligrosos y mínimos movimientos
con una mudez habladora y el tiempo esculpido
en la piedra hueca de 
Sísifo con la que hacen malabares los hombros
para nosotros la ciencia es un conjunto de poemas incomprendidos
en nuestros jardines pronto crecerán piñas
para que recojan las palabras arrojadas.

Stefan Markovski, incluido en Vallejo & Co. (Internet, enero de 2019, trad. de Marco Vidal González).Otros poemas de Stefan Markovski
Último deseo para respirar


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