lunes, 15 de mayo de 2023

VOCES entre VOCES

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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD

1 poema de Gustavo Escanlar

JUAN DOMINGO AGUILAR

1 poema de Gustavo Escanlar

Foto: Matilde Campodónico.

Gustavo Escanlar fue un escritor, periodista y columnista nacido en Montevideo, Uruguay, en 1962. Estudió medicina y literatura. Desde 1988 colaboró en prensa escrita, radio y televisión. Escribió en El Día, Punto y Aparte Tres. Participante activo del clima contracultural surgido tras la caída de la dictadura militar, que tuvo al descreimiento juvenil y a la ética punk como una de sus principales novedades, fue editor, junto con Rosario González y Carlos Muñoz, del fanzine Suicidio colectivo —una de las tantas “revistas subte” que surgieron tras la aparición de G.A.S en 1987—. Escanlar fue en 1988 organizador junto con ellos de Arte en la lona, una serie de recitales que logró reunir a diversas manifestaciones artísticas en el ring del Palermo Boxing Club, como “contra” de la Muestra Internacional de Teatro que se desarrollaba al mismo tiempo. Fue columnista de Montevideo Portal y trabajó en las radios Sarandí (Las cosas en su sitio), El Espectador y Radio Futura. En la TV participó en Bendita TV. Se hizo famoso a inicios del milenio con el programa periodístico televisivo Zona Urbana. Escribió los libros de relatos Oda al niño prostituto (1993), No es falta de cariño (1997) y las novelas Estokolmo (1998), Dos o tres cosas que sé de Gala (2006) y La alemana (2009). También publicó los libros de crónicas Crónica roja (2001) y Disco duro (2008). En poesía publicó El pene en la boca (1988). Tuvo varias crisis por la adicción a las drogas, en especial a la cocaína. En el año 2008 fue internado en el CTI del Hospital Maciel y falleció el 12 de noviembre de 2010 a los 48 años de edad, luego de estar en coma y con respiración asistida.

***

Una foto de mi padre a los veinticinco

se ríe, tiene pinta
no se imagina nada
no sabe que le esperan
una mujer histérica
un hijo maricón

un trabajo sin éxitos
una amante frígida y asmática
la madre que lo abandonó pidiéndole cariño
no se imagina todo eso porque tiene solamente veinticinco
–mi edad ahora–
y tiene la fuerza del recién llegado
la fuerza del galleguito dispuesto a todo
la fuerza del enamorado
no se imagina nada
porque está peinado a la gomina
y tiene puesta su mejor corbata
y pide que le retoquen la foto
y “de noche cuando me acuesto le rezo a la virgen de la macarena” retumba en su cabeza
y ríe
no se imagina nada
y veinte años después
perderá esa sonrisa
(llora ahora mientras la busca en la foto)
perderá el pelo y la figura
no se imagina a sí mismo
veinte años después mirando el programa de berugo
esperando la jubilación
esperando la paz
esperando la muerte
no se imagina nada en la foto blanco y negro con la firma
de silva
porque piensa que el mundo es suyo
piensa que le va a ir bien
que la vida es hermosa
no se imagina nada en la mirada de ojos negros tan brillantes
porque piensa que mañana va a ir a trabajar
y va a juntar dinero y a comprarse una casa
no se imagina nada
y tiene veinticinco
y asturias ya está lejos
y también las ovejas y las montañas y las lentejas y la guerra civil y el cansancio y los churumbeles y franco
y mañana va al baile de casa de galicia
y conoce a mi madre
(él no se lo imagina)

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TEMAS TERTULIA 19-5-2023

LA OLLA

LÚGUBRE

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



TEXTOS TERTULIA 12-5-2023

NADA

VERDE

MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



NADA

No, no, nada

El denunciante se presentó iracundo ante el juez, dispuesto a denunciar la afrenta recibida, dispuesto a que se hiciera justicia. Lucía sobre su impecable traje un ostentoso crucifijo de oro, pues había oído que el viejo juez era creyente cristiano, aunque con cierta inclinación por la Teología de la Liberación, ese cáncer que cruzaba América y minaba lentamente los cimientos de la Santa Madre Iglesia.

El juez, un anciano a punto de jubilarse, levantó la vista del papel donde redactaba su penúltima sentencia y dijo:

"No sé cuál es su demanda ni a quien viene usted a denunciar, pero ésta será mi última sentencia y he decidido que sea de una justicia inapelable, cristalina y ciega, como debería ser siempre la justicia. Por ello, si no consigue convencernos al jurado y a mi de que su demanda es realmente justa, haré uso de todas mis prerrogativas para hacer que el peso de la ley caiga sobre usted por falsa denuncia antes que sobre el demandado por su presunto delito".

"Veo que es usted cristiano, ¿está seguro de que a quien pretende demandar incumplió alguno de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y de que usted, en el caso de que así haya sido, tiene derecho a denunciarle, sin cometer con ello un acto de hipocresía?"

"Sí, estoy seguro, Sr. Juez, tengo razones para creer que ese hombre me ha robado".

"Le daré otra oportunidad de contestar y no tendré en cuenta su respuesta tan precipitada. Antes de responder, tenga en cuenta lo siguiente:

¿Ha amado usted, que luce esa brillante cruz dorada en su pecho, a Dios sobre todas las cosas? Si así hubiera sido, su amor habría de incluir el amor a la creación divina y a todas su criaturas, incluido el demandado, amor que le hubiera impedido acusarle, al menos antes de poner la otra mejilla, que no me consta que haya hecho".

"¿No ha tomado usted el nombre de Dios en vano? Como bien sabe, este es un tribunal civil, pero usted se ha presentado ante mí con ese crucifijo que expresa claramente sus creencias religiosas, con la obvia intención de influir en mis decisiones. Una forma mezquina de usar la imagen y el nombre de Dios".

"¿Ha usted santificado las fiestas? En esta pequeña capital de provincia en que vivimos, como usted bien sabrá, todos nos conocemos. Recuerdo haber visto muchos domingos a su esposa y sus hijos acudir a misa mientras estaba encendida la luz de su despacho, en la planta superior del palacete donde viven, justo enfrente a la iglesia. No creo equivocarme si sospecho que usted, en el mejor de los casos, se encontraba trabajando en dicho despacho, en compañía de su secretaria".

"¿Ha honrado usted a su padre y a su madre? Es vox populi, aunque no haya pruebas documentales, pero si testigos presenciales que forman parte del servicio de su casa, que su señor padre, en su lecho de muerte, le rogó que transfiriera un tercio de la fortuna familiar a los Murillo, esa familia que fue despojada de todos sus bienes tras la guerra por haberse mantenido fieles al orden constitucional. Como todos sabemos, su señor padre fue uno de los oficiales falangistas que participó en la, digamos, expropiación".

"¿Ha matado usted?"

"No, Sr. Juez, eso sí que no, no permitiré que me llame asesino".

"Ni digo que lo sea, al menos desde un punto de vista legal. Pero recuerdo que entre las fábricas que usted cerró en el extranjero hace unos años se encontraba una de conservas en Mauritania, que entonces padecía una sequía atroz, y que los administradores nativos le informaron, a través de una conocida ONG, que cerrarla en ese momento supondría muy posiblemente la muerte por hambre de al menos la mitad de las familias despedidas, como así ocurrió".

"Todo se hizo dentro de la más escrupulosa legalidad, la fábrica no era rentable ni eficiente".

"Repito que, legalmente, nadie le puede llamar asesino, pero hablábamos de los mandamientos de la ley de ese Dios en el que usted y yo creemos, o decimos creer".

"Sobre los actos impuros, si le parece, correremos un tupido velo. Por cierto, saludos de Irene, la chica que usted dejó embarazada hace siete años, cuando, recién llegada de su pueblo, fue a trabajar de sirvienta a su casa. Como sabrá, trabaja y vive desde entonces en la mía, madre soltera y sola a la que nadie en esta capital quiso dar trabajo ante sus comentarios difamatorios sobre ella. Creo, sin embargo, que debería estar orgulloso de ese hijo suyo: es inteligente, honesto y sensible, posiblemente ha salido a la madre".

"Sobre el séptimo mandamiento, no robarás, creo que tampoco debería extenderme, habida cuenta de lo que todos sabemos y lo expuesto sobre el origen de su fortuna familiar y sus actos para conservarla. ¿No le parece . . . ?"

"Sí, sí . . ."

"¿Cree que es necesario debatir sobre la posibilidad de que usted haya mentido en una o muchas ocasiones a lo largo de su vida?"

"Todos mentimos".

"Sin duda, pero hay mentiras que consideramos pequeños egoísmos y otras que atentan incluso contra las leyes".

"Bueno, siga, siga . . ."

"También sobre los pensamientos y deseos impuros hemos de pasar de largo, por benevolencia, aunque inmerecida, y por no tener que citar otro caso similar al de Irene ocurrido cuando usted era aún jovencito y que las personas de mi edad recordamos, incluso con detalle. Entonces eran tiempos muy duros, y nunca se volvió a saber nada de aquella chica . . ."

"Y sobre codiciar los bienes ajenos, ¿qué podríamos decir que no hayamos dicho ya?"

 "Repito la pregunta que le formulé hace unos minutos: ¿quiere usted presentar denuncia contra alguien teniendo en cuenta que, por ser esta la última sentencia que dictaré en mi vida judicial, haré todo cuanto esté en mi mano para que sea una sentencia realmente justa y ejemplar?" "¿Tiene usted algo que denunciar?"

"No, no nada", murmuraba el denunciante mientras se alejaba, cabizbajo, del tribunal.

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NADA

NAMA-RUPA

No soy mi cuerpo, ni mi mente, ni mi nombre.

Me despojo como de ropa vieja de mi nama-rupa.

Dejo de ser para Ser,

y en el Ser vuelvo a encontrar un nuevo nama-rupa.

Se llama Nada, se llama Todo,

se llama Paradoja de la Vida.


Para hacer un camino espiritual es necesario desprenderse de la identidad de uno, formada por el nombre que se nos da y la forma que tenemos. En sánscrito el nombre se llama “nama” y la forma “rupa”. Cuando abandonamos ambas cosas nos sumergimos en la Conciencia Pura o Dios, nos volvemos parte de todo lo que existe.

Alexandra Di Estefano Pironti. 

Un salto al infinito” Ediciones Carena.


VERDE

Vemos,

Entre

Ruidos,

Desaparecer

Eesperanzas

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MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.



POR NARICES


Ayer, en el supermercado, iba hacia una de las cajas y la cajera me avisó de que iba a cerrar indicándome que fuera a otra; detrás de mí venían dos mujeres que, por supuesto, se pusieron delante como si no me vieran, pero a estas alturas de la película ya no me inmuto por estas cosas.


En fin, mientras esperábamos, una de ellas fue a coger algo que se les había olvidado y al regresar al lado de su amiga dejó un vomitivo rastro de olor a sudor, mezcla de hormonas y falta de higiene, motivo por el que tuve a bien mantener una distancia algo más que prudencial que debía de resultar extraña.


La persona que iba detrás de mí, otra mujer, estaba molesta desde el principio porque habíamos llegado antes que ella a la cola. Las dos amigas dejaron sus cosas en la cinta y yo mantuve la distancia. La de atrás, nerviosa, comenzó a achuchar: colocaba los productos a golpes, acercándose mucho y moviéndose con rapidez inaudita, aunque ni por un momento se le ocurrió preguntar o dirigirse a mí, ella decidió convertirse en prisa y ruido.


Pagaron las dos amigas, pero no conseguían acomodar la compra en la bolsa, de modo que ellas siguieron en la caja y yo seguí sin acercarme, guardando y pagando sin ponerme en el lugar donde por lógica debería de estar.


La nerviosa se puso histérica y como alma que lleva el diablo salió a coger su carrito y volviendo a la caja, al llegar a la altura de las dos amigas que seguían ordenando sus cosas, se le cayó al lado de ellas con tan mala suerte que al agacharse a recogerlo su nariz quedó a la altura de la axila de la tan desagradablemente perfumada.


No tengo palabras para definir la expresión de aquel rostro cuando el aire maloliente ascendió a su pituitaria: frunció el ceño, dio un respingo, no se llegó a marear, pero casi, y hasta me miró creo que como disculpándose. Yo pensé: al final lo has tenido que entender por narices.


13/mayo/2023 – Vicki Blanco para «VOCESentreVOCES»


Amor libre y novela rosa: las escritoras anarquistas que hacían la revolución escribiendo novela romántica.

  por Raquel C. Pico        Ilustración  Miriam Shagal (Shutterstock)

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Fue en uno de esos días de finales de primavera en los que hace mucho calor. Ese día yo cogí un bus interurbano para llegar hasta Ferrol y para poder ver un tesoro bibliográfico. La Biblioteca Municipal de Ferrol se fundó en 1942. Para abrirla, las autoridades de la ciudad usaron los fondos bibliográficos de la biblioteca del Centro Obrero de Cultura, que como explica una placa en la entrada de la biblioteca actual «había sido cerrado en 1936».

El Centro Obrero de Cultura de Ferrol fue una de tantas iniciativas que cayeron víctimas de la Guerra Civil. Su biblioteca tenía, como mínimo, 5.300 volúmenes y lo más probable es que, como señala un trabajo de investigación de Francisco R. Corrales y Eliseo Fernández sobre la historia de esta biblioteca, sufriese un expurgo durante la dictadura, como era habitual hacer entonces con las bibliotecas requisadas. Sin embargo, en medio de todo ese proceso sobrevivió un volumen, uno que sigue accesible en los fondos de consulta de la biblioteca todavía hoy en día. Es un tomo de novelas rosa anarquistas.

A principios del siglo XX, la novela corta de quiosco se convirtió en uno de los formatos de libros que más se vendían

A principios del siglo XX, la novela corta de quiosco se convirtió en uno de los formatos de libros que más se vendían. Puede que los españoles de entonces no leyesen en masa a muchos de los escritores que ahora se estudian en Bachillerato —los libros, además, eran bastante caros—, pero eso no implica que no leyesen. La literatura de quiosco era muy popular y vendía mucho.

En general, la historiografía literaria marca el inicio de este bum con la aparición en 1907 de El Cuento Semanal, una colección ideada por el escritor Eduardo Zamacois y que ofrecía obras de escritores del momento, mucho más cortas y mucho más baratas, distribuidas en quioscos. Se convirtió en un éxito, con tiradas de miles y miles de ejemplares, y sirvió para que apareciesen muchas otras colecciones de novelas que seguían el mismo patrón de comercialización durante las siguientes décadas. Eran baratas, tenía una extensión similar a la de un cuadernillo y se podían encontrar en cualquier quiosco.



En estas colecciones se publicaba de todo. Había novelas sicalípticas, una suerte de predecesoras de las novelas eróticas y muy populares entonces; textos de divulgación sobre muchos temas, y novelas de todo tipo de géneros populares, como uno de los que se va a mantener entre los más vendidos en el siglo XX, la novela romántica.

Además, también había un cruce de géneros: existían colecciones de novelas que partían de una cierta ideología —el investigador Gonzalo Santoja ha hecho un recorrido por los años 20 y 30 localizando la llamada novela revolucionaria de quiosco, que encaja con diferentes ideologías de izquierda—, pero también de lo que los lectores querían leer. Es en ese contexto en el que se mueven las escritoras de novela romántica anarquista. Escriben novelas rosas, pero en ellas lo que se defiende son los principios del amor libre.

En los años 20, La Revista Blanca, una revista anarquista publicada por la familia Montseny, inició su propia colección de novela de quiosco. Se llamaba La Novela Ideal y sus creadores tenían muy claro que querían historias anarquistas, sí, pero también que fuesen entretenidas. La Novela Ideal no es una colección solo de novela rosa: la lista de escritores que participan en ella es muy amplia y diversa. Sin embargo, en la colección sí tiene entrada el género romántico y lo hace gracias a una serie de escritoras que trabajan para ellos.

Imagen procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de España

Federica Montseny, la que se convertiría en la primera ministra de la historia de España y que era, junto a su familia, la creadora de la colección, fue una autora muy prolífica de textos para La Novela Ideal, una de esas escritoras de novela romántica anarquista. En uno de sus varios textos de memorias, deja claro que era un trabajo. «Pagábamos las Novelas Ideales y ello nos permitía tener colaboradores fijos», asegura en Mis primeros cuarenta años. El ensayista Antonio Orihuela, que está investigando ahora sobre estas escritoras, me explica por correo electrónico: «Frente a lo que suele ser muy habitual hoy, lo cierto es que cobraban por su trabajo cuando publicaban, al menos en La Revista Blanca». Muchas de esas mujeres eran periodistas, explica, otras maestras y otras venían de otras profesiones.



La Novela Ideal se mantuvo en el mercado de las novelas de quiosco entre los años 20 y los 30 y solo desapareció con la Guerra Civil. Su éxito era considerable. Federica Montseny apunta en sus memorias que la gente pensaba que se habían hecho ricos con la publicación –aunque no– y que las tiradas andaban en los 50.000 ejemplares por lanzamiento semanal. Este éxito implicaba que no solo los anarquistas leían estas novelas, sino que también lograban conectar con un público más amplio y que posiblemente llegaba a las historias porque les resultaban entretenidas.

La novela romántica como género tiene unas reglas muy claras. Es lo que ocurre, al final, con toda la literatura de género. En una novela de misterio, hay un crimen y una resolución final que deja claro quién es el culpable. En la romántica, hay un proceso amoroso en el que los protagonistas se encuentran y terminan en un «final feliz». Así, por ejemplo, si uno de ellos muere en las últimas páginas, no puede ser considerado una novela romántica.



A principios del siglo XX, lanovela romántica –como otras muchas novelas de género– se estaba aún asentando. Durante esas décadas se fueron publicando algunas de las historias que ahora se consideran las primeras novelas románticas modernas y las que inician la tradición. Aun así, las normas del género no están tan marcadas y en ciertas ocasiones hay como una zona borrosa entre lo que hoy identificaríamos sin problemas como novela rosa y lo que entraría ya más en la novela sentimental, en la que lo que importan son los sentimientos pero no tanto la relación entre los protagonistas.

La novela rosa anarquista se mueve en ese entorno y lo hace, además, partiendo de los principios propios del amor que defendía el anarquismo. Los protagonistas de estas novelas románticas defienden el amor libre. Sus decisiones y su camino hacia ese final feliz que la novela rosa asegura vienen marcados por ello. Pero ¿qué es exactamente amor libre? La verdad es que, leyendo estas novelas rosas ahora, las resoluciones de sus protagonistas parecen hasta lógicas, porque encajan con lo que entendemos que deben ser las relaciones amorosas, pero entonces rompían por completo con las ideas del «matrimonio burgués».



Imagen procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de España

Los anarquistas –los de las novelas, al menos, de una forma ideal– no creían en el matrimonio, consideraban que la relación debería poder acabarse cuando las partes habían perdido el amor que sentían el uno por el otro (en un momento en el que en España no existía el divorcio, aunque era un tema de debate recurrente en los medios) o que la pareja debería establecerse entre iguales. Esto era lo que defendían, a grandes rasgos, las novelas románticas de La Novela Ideal. Sus protagonistas tenían hijos con los hombres con los querían tenerlos sin pasar por la vicaría (quizás deberíamos apuntar aquí que estas escritoras creían que el destino principal de una mujer era ser madre, algo que hoy ya está más o menos superado) y dejaban las relaciones cuando estas ya no funcionaban.

En una novela de Federica Montseny, por ejemplo, el final feliz llega cuando los dos protagonistas deciden separarse. Puede parecer a primera vista algo que choca completamente con la esencia del género, pero en realidad sigue funcionando como una novela romántica. Las historias presentaban además modelos femeninos que encajan con las aspiraciones más de vanguardia de la mujer moderna de principios de siglo. Muchas de las protagonistas de las novelas rosas anarquistas que he leído son mujeres profesionales. En otra de las novelas de Montseny, por poner una muestra, los dos protagonistas son una suerte de pareja ideal: ella es abogada, él es ingeniero y son absolutamente iguales en su hogar.

En definitiva, y como explica Antonio Prado en Matrimonio, familia y estado: escritoras anarco-sindicalistas en La Novela Ideal, estas historias presentan a la nueva mujer, a la nueva familia y a un nuevo orden social.

Periodistas, enfermeras de guerra y otras escritoras sorprendentes

Que las protagonistas de estas novelas se comporten de este modo y presenten esa versión ideal de cómo querrían que fuesen las cosas tiene bastante lógica cuando una se sienta a analizar quienes eran las mujeres que escribían estas novelas rosas.

Posiblemente, no todas estas escritoras profesionales eran anarquistas. Reconstruyendo sus biografías, esto me parecía un tanto evidente. Le pregunté a Antonio Orihuela por esta cuestión. Me señaló que es difícil responder a si eran todas o no anarquistas. «En esa época, hablamos de los años veinte, aún es difícil distinguir entre anarquistas, republicanos federales, radicales, comunistas libertarios, etc… así que las escritoras progresistas digamos que se movían en un frente amplio de colaboración con todo aquello que ensanchara el horizonte de la emancipación social», explica. Orihuela también recuerda que durante los años 20 existía censura en prensa, dado que España estaba viviendo la dictadura de Primo de Rivera, lo que también puede afectar a cómo se desarrollan las historias de las novelas.

Pero ¿quiénes eran estas escritoras? Acceder a la biografía de Federica Montseny, la escritora más prolífica de La Novela Ideal, es sencillo. Montseny fue una de las personalidades claves del anarquismo de principios de siglo, también luego una de las del exilio republicano. En cualquier biblioteca se pueden encontrar biografías que abordan su vida. Con las otras escritoras, las cosas son más complicadas, aunque adentrarse en las hemerotecas y seguir su pista por los periódicos de la época permite desvelar sus personalidades. Son sorprendentes y fascinantes.



Pero ¿quiénes eran estas escritoras? Acceder a la biografía de Federica Montseny, la escritora más prolífica de La Novela Ideal, es sencillo. Montseny fue una de las personalidades claves del anarquismo. En cualquier biblioteca se pueden encontrar biografías que abordan su vida. Con las otras escritoras, las cosas son más complicadas

Tras Montseny, Ángela Graupera y Regina Opisso fueron quienes más títulos publicaron. Graupera tiene una de esas biografías de las que se puede saber muy poco, pero los datos que se tienen invitan a querer saber mucho más. Poco se sabe de ella antes de la I Guerra Mundial, más allá de que se casó y tuvo una hija. En 1914 se sacó el título de practicante. Ese verano estalló la guerra y Graupera se montó primero en un barco a Marsella y luego en un tren hasta Serbia para ofrecer sus servicios como enfermera a la Cruz Roja.

Tenía casi 40 años y estaba empezando la que iba a ser su carrera como autora. Durante la guerra escribió crónicas desde el frente balcánico para la prensa catalana –el libro que publicó luego con sus vivencias fue reeditado hace un par de años y está todavía en librerías– y cuando volvió tras el fin de la I Guerra Mundial seguiría escribiendo en medios, publicando libros –novelas rosas incluidas– y siendo una figura pública como conferenciante. También se convirtió en una decidida pacifista.

El mundo en el que se mueve Graupera en las menciones en prensa de la Cataluña de los años 20 y 30 es también el mundo en el que se encuentra Regina Opisso. Ella no fue corresponsal de guerra, pero sí una escritora muy prolífica. También se casó y tuvo dos hijos justo antes de empezar su carrera en medios. La familia de Opisso tenía diferentes vínculos con el universo de los medios y de la literatura. Ella fue columnista, publicando en El Diluvio textos sobre todo tipo de temas (política incluida), y también se pasó los años 20 y 30 dando conferencias. Además, escribió durante todos esos años muchos libros.

Las escritoras del resto de la lista – algo más del 20% de todas las personas que publicaron en La Novela Ideal eran mujeres– firman cada una de ellas menos títulos. De algunas es imposible saber quiénes eran. Sus nombres o bien parecen claramente pseudónimos (ocurre con África Roja, por ejemplo) o bien resultan demasiado comunes como para afrontar una investigación por palabras clave en hemerotecas digitales (Manolita Gutiérrez es una muestra). De otras, los datos se sacan a cuentagotas. María Amparo Borrás, por ejemplo, escribió unas «notas femeninas» para el Heraldo de Zamora durante los años 20 y publicó alguna que otra novela. También firmó una biografía sobre María Cristina de Habsburgo-Lorena que es el título que más referencian los medios de la época.

A otras escritoras de la colección es más fácil seguirles la pista porque luego han sido abordadas en investigaciones por otras razones. Es lo que ocurre con Antonia Maymón, sobre la que existe una biografía escrita por Mª Carmen Agulló y Mª Pilar Molina, porque Maymón fue una de las maestras pioneras en educación anarquista.

Cecilia García, que firma un par de novelas en los años 30, podría ser una de esas autoras imposibles de localizar por tener un apellido demasiado común, pero no lo es porque justo después se convertirá en periodista. Firmando ya como Cecilia G. de Guilarte fue enviada especial de la prensa anarquista en el frente de guerra en el norte de la península. Sus crónicas también han sido recuperadas y son una lectura muy interesante. A diferencia de lo que suele ocurrir con las crónicas de guerra habituales, Guilarte no tiene reparos en hablar de las menudencias de la vida en el frente y hasta de los momentos en los que los soldados se aburren. Poca épica en los textos que firma esta escritora.

El final de estas escritoras

Escribir novelas rosas puede parecer poco arriesgado. Durante la dictadura de Primo de Rivera, la censura dejó que estas historias saliesen a la luz, a pesar de que en realidad estaban vendiendo principios absolutamente revolucionarios (posiblemente asumían que eran tonterías para mujeres).

Sin embargo, después de la Guerra Civil, haber escrito novelas románticas anarquistas no era, ni de lejos, algo inocuo. La suerte de estas escritoras estás bastante marcada por su compromiso político. Muchas de ellas aparecen en las listas del Centro Documental de la Memoria Histórica, donde cuentan con fichas del Fichero General Político-Social. Desde el archivo me explican que estas fichas servían como herramienta de búsqueda de antecedentes políticos durante los primeros años de la dictadura.

Federica Montseny escribe, a años vista, que el franquismo consideraba que La Novela Ideal «envenenó a tres generaciones de españoles». Las publicaciones de la familia Montseny eran, además, de las que eran consideradas a expurgar de las bibliotecas y a caer en las hogueras en las que se quemaron libros durante ese período. De ahí que el tomo que se conserva en la biblioteca de Ferrol –y que por los sellos que muestra parece que estuvo accesible en la biblioteca municipal posterior– resulte tan fascinante y digno, por sí mismo, de análisis.

El recuerdo de la obra de estas escritoras ha ido quedando borrado por el paso del tiempo. Incluso en autoras que se han convertido en figuras históricas tan populares como Federica Montseny, es poco habitual que se reediten sus novelas rosas

Algunas de estas escritoras partieron al exilio. Lo hizo Federica Montseny, que pasó la II Guerra Mundial en Francia y que acabaría en una cárcel de la Francia colaboracionista. También Cecilia G. de Guilarte se iría a vivir a México.

Otras se quedaron en España. Son los ejemplos de Ángela Graupera, Antonia Maymón o Regina Opisso. Graupera murió en su casa de Barcelona en 1940 y Maymón pasó por las cárceles franquistas (sus biógrafas escriben que en la causa contra ella no se tuvieron en cuenta sus libros, pero sí su activismo como maestra anarquista). Regina Opisso siguió viviendo en Barcelona, ganándose la vida nuevamente como escritora de novelas rosas. Lo hizo bajo múltiples pseudónimos y partiendo de una diferente visión del amor.

Una historia por recuperar

El recuerdo de la obra de estas escritoras ha ido quedando borrado por el paso del tiempo. Incluso en autoras que se han convertido en figuras históricas tan populares como Federica Montseny, es poco habitual que se reediten sus novelas rosas. Las de Ángela Graupera son las más fáciles de localizar: la escritora ha entrado en dominio público y la Biblioteca Nacional las ha digitalizado.

Para el resto, se han aplicado los mismos factores que han hecho que nos olvidemos de tantas escritoras de los años 20. Creo que además les ha afectado el hecho de que escribiesen novela rosa, un género todavía un tanto infravalorado. Antonio Orihuela me dice que no cree que la “cultura rosa” sea un factor negativo –dado que es muy popular– pero que sí lo es que desarrollasen “un imaginario antagonista al capitalismo y al patriarcado”.

Sea como sea, el momento de recuperarlas ha llegado y podría estar empezando. Desde el archivo de la Fundación Anselmo Lorenzo, el más importante sobre el legado anarquista en España, me confirman que sí, que el interés por las escritoras anarquistas va en aumento. Incluso, los ecos de la novela rosa anarquista se encuentran entre las páginas de uno de los best-sellers que están llegando este otoño a las mesas de novedades.

https://www.yorokobu.es/amor-libre-y-novela-rosa-las-escritoras-anarquistas-que-hacian-la-revolucion-escribiendo-novela-romantica/ 


 

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