VOCES
entre VOCES
Lo
lograron porque no sabían que era imposible.
Jean
Cocteau (1889 - 1963), crítico, poeta, novelista, dramaturgo, pintor
y cineasta francés.
Tú
eres lo que tu deseo más profundo es.
Como es tu deseo, es tu
intención.
Como es tu intención, es tu voluntad.
Como es tu
voluntad, son tus actos.
Como son tus actos, es tu destino.
Upanishad (उपनिषद्)
TEMAS
TERTULIA 17-6-2016
TRATO
SUBMUNDOS
NO
SE ME OCURRE NADA
Si
no lees el periódico, serás un desinformado; si lees el periódico,
serás un mal informado. Mark
Twain (1835 - 1910), escritor y humorista estadounidense
TEXTOS
TERTULIA 10-6-2016
NADA
ALGO
ACCIDENTES
VITALES
En
este blog se pueden encontrar todos los textos de la tertulia Voces
entre Voces:
NADA
Sin
tus genes y sin las personas que te criaron los primeros quince años
de tu vida, ¿qué quedaría de Ti, tal y como eres actualmente?
(Inexistencia
personal)
Sara
ViTa
NADA
AQUELLOS
BIZCOCHOS
Los
veía cada noche y los deseaba cada mañana; no le pertenecían,
tampoco le pertenecía la risa, ni el dolor, ni la hora de la comida…
no era, estaba. Deambulaba por la casa como una tortuga, sin hacer
ruido. Aquel envoltorio excitaba sus sentidos; no los mires, no son
para ti. Cada bocado al bizcocho le recordaba su inexistencia,
desayunaba galletas mirando, sin ser vista, las delicias que
endulzaban otra boca más dichosa. Pasaron los tiempos y con los
tiempos se consolidaron los recuerdos; una tarde quedaron para tomar
café; la afortunada llegó a la casa con una flamante bandeja de
pasteles envuelta en aquel mismo papel rojo y una sonrisa impostada
que evidenciaba mucha falta de memoria y una sempiterna crueldad.
Ella preparó un café sin ternura, extendió el mantel con desgana
y, sin mediar palabra, mientras le ofrecía una servilleta, le acercó
la punta de una cucharilla a la aorta para obligarla a engullir uno a
uno todos los pasteles de la bandeja. Traga –la instigaba– con el
ansia que lo hacías cuando desayunabas en contra mía, quiero que
cada mordisco te duela como me dolieron a mí, para que sepas de
barbarie y valores la vida, tú, que siempre estuviste muerta; hoy
seré yo quien no te vea a ti. Entre bocado y bocado, una pregunta
rompió el silencio: – ¿Qué piensas? Pareces ida. Ella respondió:
– Nada, fantasías mías.
Victoria
Blanco Lucero - 10/06/2016 NADA
NADA
Elija una idea y no la comparta ni la cuestione.
Elija una idea y no la comparta ni la cuestione.
Refúgiese
en el engañoso calor de las certezas, al tiempo que rehúye el
complejo frescor de la duda.
Hable
de amor, grandes ideas, preferiblemente de apariencia progresista,
pero ataque a quien, según usted, no sabe amar o no comparte sus
ideas.
Hable
de libertad, pero nunca aplique el principio de igualdad,
imprescindible en todo acuerdo, puede resultarle incómodo o
inconveniente.
Nunca
olvide que su grupo, su pandilla, sus paisanos, su país, su raza y
quienes comparten su idioma y sus ideas, son mejores que todos los
demás grupos y personas, simplemente porque son suyos.
No
intente comparar sus conclusiones con las ajenas, debatir, ni
dialogar, por el contrario, repita obsesiva e insistentemente su
conclusión, y persiga a quien no coincida con su punto de vista.
Incite, siempre que pueda, a la expulsión y el linchamiento del
diferente o de quien no ratifique cuanto usted diga, sea lo que sea.
Ante
todo, nunca olvide que, si alguien está equivocado, son los demás,
nunca usted, y que siempre encontrará un coro que, por miedo o mal
entendida solidaridad, callarán o le darán la razón.
Así
siempre tendrá razón, pero sólo en su mundo, ése que seguirá
siendo, inevitablemente, un mundo muy pequeño y triste y, al fin,
nada . . .
Nekovidal
– ARTES LIBRES – nekovidal@gmail.com
ALGO
Algo
me ronda por la mente en ocasiones con la insitencia de una obsesión,
me despierta a mitad de la noche para sembrar en la inmediata memoria
momentos y sensaciones que creo no vividos, me desconcierta con su
equipaje de dudas, me recrimina cuanto no creo haber hecho y me culpa
y exculpa a la vez de cualquier supuesto pecado, me agota . . .
Insiste
como si en mi claudicación estuviera su razón de ser, como si
necesitara de mi efímero “sí” para encontrar su intangible lugar
entre el infinito.
Pero
no deja de ser, al final, más que una simple y escueta pregunta:
¿Qué
hacemos todos nosotros aquí, condenados a muerte?
Nekovidal
– ARTES LIBRES – nekovidal@gmail.com
ACCIDENTES
VITALES
El
escondite.
Lo
confieso. Nunca aprendí a esconderme. Ni de mis miedos, ni de mis
manías, ni de mi torpe manera de amarte. Nunca aprendí a disimular
los golpes. No aprendí a fingir ni la alegría ni el sufrimiento, y
quizás por eso a ti te asustaba desnudarte por dentro. Llevabas
demasiado tiempo acostumbrado a quererte hacia afuera. Y a todo aquél
que se cruzaba en tu camino le resultaba cómodo. Convertían el amor
en comodidad y para mí la única comodidad que podía existir
contigo era sentar el cariño en el sofá y abrazarlo junto a tí.
Amarte para mi era arriesgarme a la herida cuando el corazón fluye y
se entrega sin red. Romper moldes, atreverme a entrar en tí y
comerte el miedo a besos. Cada noche te repetía que al compartir la
emoción conseguíamos liberarla, que al gritar la felicidad
cualquier abismo entre el cielo y la tierra se hacía añicos. Y de
pronto, te cruzaste en mi vida y me vi obligada a esconder el amor, a
esconder la vida y estas ganas locas de construir sueños imposibles
en los días no vividos. Sólo quedaba una opción, agarrarme a lo
único que nadie me obligaba a renunciar: amarte. En silencio y sin
poder gritarlo a todos esos mares que estaban esperando construir
infinitos horizontes prometedores.
Tú
eras experto en contener el dolor y a mí me obligaste a esconder la
felicidad. Maldita paradoja. Y fíjate tú, hoy brota desde todos los
rincones de mi corazón esta impotencia de tenernos que esconder de
la capacidad de vernos mas allá de los ojos. Nadie se puede sacar a
sí mismo de un pozo. Y así, ahogados y asfixiados por este
escondite intentaba salvarte. Hoy, querido, he descubierto que la
felicidad depende siempre de la capacidad para hacer felices a los
demás porque realmente no somos plenamente felices hasta que
aprendemos a hacer felices a los demás. Lo otro se llama
satisfacción, y dura menos que cualquier garantía. Así que jamás
lo olvides.
Y
permíteme que me olvide por un momento de callar este corazón que
se me sale por la boca porque donde perdemos el aliento y se nos va
el aire es en la ausencia del otro. La única jaula son los demás.
Con el corazón roto y el cuerpo dolido.
María
Martín
ACCIDENTES
VITALES
Abrí
los ojos antes de hacerme demasiado daño. No logro comprender la
razón de porqué no me di cuenta antes, ahora sí se acabó para
siempre, ahora podré ordenar ideas y respirar con más calma, ahora
sé que todo fue, tan sólo, un accidente vital.
María
C.G.C
ACCIDENTES
VITALES
¿Me
dices lo que yo…?
Anoche una gaviota me dijo
que me quería
¿Fuiste tu?
En la madrugada un gorrión
se posó en mi mano
Y me apretaba con su pico
dándome amor.
Por un instante mis ojos
se fijaron en sus alas
sabiendo que mi gaviota
volvió a su nido.
Yo tengo mariposas de
colores que me susurran al oído
Secretos relevantes .
Me pregunto que colores
usan tus mariposas para decirte
lo que no te digo.
¡Yo tengo lo que tú!
¿Me
dices lo que yo…?
José
María Rico
ACCIDENTES
VITALES
Causal,
casual, accidental . . .
¿Es
un accidente vital la vida? ¿Y la muerte?
Para
un creyente, ¿es la fe un accidente o una catástrofe
imprescindible?
Para
un agnóstico, ¿hay algo que no sea un accidente?
Si
todo es, al fin, accidental, pregunto, ¿por qué no se han arruinado
todavía las compañías de seguros?
Nekovidal
– ARTES LIBRES – nekovidal@gmail.com
ACCIDENTES
VITALES
Capitulo
1
No
sentía ningún dolor. Era curioso, pero la única emoción en su
interior en ese momento era una inmensa felicidad y tranquilidad, de
paz tanto dentro como fuera de él. Podía oír los disparos, las
explosiones y los gritos de los soldados heridos a su alrededor, pero
eran sonidos apagados, ajenos a él, como si le llegaran a través de
unas gruesas paredes de hormigón. Intentó hacer memoria de lo que
había ocurrido durante los últimos minutos. Recordaba haber visto
aparecer el Panzer justo por encima de su cabeza. Enorme, imponente,
levantando el morro acorazado por encima de su cuerpo mientras se
encabritaba cuando las orugas de aquel monstruo de metal intentaron
superar el chaflán exterior de la trinchera. Recordaba el sonido del
Mustang a su espalda, imperceptible al principio, ahogado por los
motores del carro, pero mucho más claro después, rugiendo mientras
se lanzaba en picado contra su posición. Podía recordar con
sorprendente claridad el ruido metálico del impacto de los cohetes
contra el casco del blindado, apenas unas décimas de segundo antes
de que explotaran. El calor de la explosión en su rostro, en sus
manos. Los fragmentos de metal atravesando su cuerpo. La sensación
de humedad recorriendo el pecho. El nauseabundo olor a carne quemada.
Después, la oscuridad y el silencio...
Poco
a poco empezó a recobrar la consciencia. Las imágenes comenzaron a
perfilarse con la suficiente nitidez como para reconocer algunas
cosas, para darse cuenta de que ya no se encontraba en medio del
campo de batalla, sino en un lugar que comenzaba a ser extrañamente
familiar. Ése era el viejo tractor de su padre, no cabía duda.
Podía reconocer las marcas de las innumerables ocasiones que lo
había desmontado, arreglado y vuelto a montar junto a su padre, que
nunca lo consideraba lo suficientemente viejo como para cambiarlo.
Como había odiado aquel artefacto inútil y desvencijado… ¡y con
cuánto cariño lo observaba ahora!
Le
parecían tan banales las innumerables discusiones con su padre por
culpa de aquella estúpida máquina… tanto tiempo perdido,
malgastado...
Se
fue girando lentamente y a medida que ampliaba su campo de visión
comprobó que, tal como había intuido desde el primer momento,
estaba en el rancho de sus padres. A escasos doscientos metros, justo
detrás de él, pudo ver su casa, aquella casa roja que tanto le
gustaba a su madre y que con tanto esmero mantenía impoluta,
perfecta, como si la integridad de toda su vida dependiera de aquella
construcción, como si cada minúscula grieta, cada pequeño
desperfecto en aquella casa se fuera a reflejar en su propia piel. O
en su propia vida… Aquella casa roja se había convertido en el
símbolo del significado de su vida y no podía dejar que ese
simbolismo se dañara, porque era probable que no tuviera nada más.
Empezó
a caminar hacia la entrada de la casa y pudo ver a sus padres
sentados en el recibidor. Sintió un deseo inmenso de echar a correr
y abrazarlos, de escuchar sus voces mientras le contaban sus pequeñas
historias diarias que tan mundanas le habían parecido antes de
alistarse y que tanto había echado de menos después. Pero también
sabía que aquello no era real, y eso frenaba sus impulsos. No sabia
como había llegado allí, pero si sabía que no era donde debía
estar y que, de hecho, no lo estaba. Sabía que su cuerpo se estaba
apagando en una playa francesa, así que lo único que podia estar
allí era su espíritu, su alma, su consciencia… lo que fuera
aquello en que se había convertido.
Leucipo
ACCIDENTES
VITALES
Capitulo
2
Tal
y como había temido, al llegar a la altura del porche, la monótona
conversación de sus padres no se interrumpió, incluso sintió como
la vista de su padre le atravesaba limpiamente mirando al vacío, al
campo que se encontraba a su espalda. No había duda, su cuerpo no
estaba allí, estaba muerto.
Durante
horas estuvo observando los rostros de sus padres, cada arruga, cada
cana, todo parecía hermoso ahora, cada gesto, cada una de las
miradas que, acompañadas de una tenue sonrisa, se regalaban el uno
al otro intermitentemente. Fue su madre la que dijo aquella frase que
le obligó a marcharse para que no pudieran oír sus sollozos, antes
de que cayera en la cuenta de que era imposible que los oyeran: "No
te preocupes, volverá, está bien, ahora mismo lo siento cerca, muy
cerca . . ."
No
sabía qué sería lo siguiente, en que momento se disolvería en la
nada lo que quedaba de él, cuando abandonaría definitivamente esta
dimensión, esta existencia, la que había sido su vida.
Decidió
hacer un último recorrido, a modo de despedida, por los que habían
sido sus lugares de infancia y juventud, su memoria, y caminó
durante apenas un cuarto de hora hasta llegar a la entrada del
pueblo.
La
primera casa era la de la señora Leonor, una solterona de mal
carácter y peor personalidad, chismosa y amargada. La vio a través
de la ventana en su cocina y siguió caminando. Apenas unos pasos
después oyó su voz chillona: "¡Rick!, ¿eres tú, el hijo de
los Vidal?"
Se
quedó paralizado, ¿cómo era posible? Se giró lentamente para
encontrarse la mirada ansiosa de aquella mujer por la que nunca había
sentido el menor aprecio y cuya voz ahora, sin embargo, sonaba como
la de un ángel.
"Sí,
soy yo", acertó a balbucear.
"Estás
hecho un adefesio, ¿es que no os dan ropa limpia en el ejército?"
.
. .
¿CONTINUARÁ?
Nekovidal
– nekovidal@gmail.com
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