VOCES entre VOCES
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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD.
08
Ene 2025 Juan
Domingo Aguilar
Carolina
Amorosi es
una poeta nacida en Bahía Blanca, Argentina, en 1980. Estudió
Realización cinematográfica. Se formó en los talleres de Alberto
Laiseca, Santiago Llach y Clara Muschietti. Participó de las
antologías Derivas
urbanas (2021,
FNBB), Bajé
para respirar (2021,
Ediciones Arroyo), Campo (2022,
Camalote) y La
tormenta prometida (2023,
Lux). Publicó el poemario Vamos
a estar mejor en otro lado (2022,
Unidad de Sentido).
Pensaba
escribir algo
sobre el olor a pasto
recién cortado, las
máquinas
de la cuadra que suenan
al unísono el domingo
a
la mañana.
Pero todo se me escapa;
el olor, la savia
pegada
en la suela de mis ojotas
el sol de octubre en la cara
la
promesa de que el día
recién empieza, de que todo
está por
escribirse.
***
En
una playa al norte de Brasil
un residente de pediatría traza
con
un palito un círculo
en la arena mojada.
Piensa en la cara de
un nene
y en los mocos que le sonaba la madre
con un pañuelo
de tela.
Piensa en su mamá,
en las tardes de pueblo,
en la
hora de la merienda.
Todo lo que dibuja
en la arena
también
se va.
***
Vino
de visita,
trajo una hogaza de pan
y la puso en la mesa. Me
quedé mirándolo,
abrí el cajón de la cocina, busqué el
cuchillo
largo con muchos dientes
me lo regalaron cuando me
casé
le dije mientras cortaba
rodajas sobre la tabla de
madera.
Después no dije más nada
serví el café.
Lo dejé
que me contara
la historia de un nene que llegó
sin signos
vitales a su guardia.
En un momento le dije
estoy a punto de
llorar
y cambió de tema.
Lo miré masticar.
Mi abuela
siempre tuvo el pelo blanco
de ella saqué los miedos y las malas
palabras.
El pan le temblaba en los dedos,
nunca supo que tuve
un novio,
después una hija y me quedé
con todos los regalos
de boda.
***
Hace
dos noches
que el viento sopla
implacable
en mi
ventana.
Pareciera que hay un tornado
y a la mañana cuando me
levanto
a ver los destrozos en el patio
todo sigue ahí,
no
volaron las macetas,
el ají está intacto
en la huerta, como
si el viento
fuera algo que solo yo noto,
que nada más
me
sacude a mí.
***
Me
levanté a las siete,
te iba a escribir
y tuve miedo de
despertarte.
En cuatro horas sale el avión,
todavía no hice
las valijas.
Recién salgo de la ducha,
las gotas de agua me
caen por la espalda,
nunca sé qué llevar conmigo
y qué dejar
atrás.
***
Esta
es la llave que se te cayó en la nieve
Robin
Myers
Esta
es la llave que se te cayó en la nieve
y qué pasamos horas
buscando,
se hizo de noche y las yemas
de tus dedos se pusieron
moradas.
Entramos, dejamos las botas
al lado de la puerta,
nunca estuvimos
tan cerca de quemarnos las manos
ninguno de los
dos quería
alejarse del fuego, me mirabas
a ver si era yo la
del paso en falso.
Sin que me vieras, me fui
curando las
ampollas,
me saqué las vendas
para dejarlas respirar.
Quería
salir al sol pero fueron
dos semanas de lluvia y frío.
El
tiempo que duró no pude
tocar ni una tecla del piano
“la
única forma de salir de esto
es atravesándolo” escuché
en
una serie y lo anoté.
No volvimos a hablar
no quiero saber si
estás bien,
si lloraste alguna vez además de esa
si buscas
con alguien
llaves perdidas en el patio
para poder entrar a tu
casa.
6
poemas de Carolina Amorosi -
Zenda https://www.zendalibros.com/6-poemas-de-carolina-amorosi/
TEMAS
TERTULIA 24-1-2025
APRENDER
A VIVIR
TODOS
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
TEXTOS
TERTULIA 17-1-2025
CARTAS
Y MEMORIA
MAGIA
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
CARTAS
Y MEMORIA
CARTAS
DE RAFAEL CABEZAS VEGAZO
Querido
sobrino Prudencio:
Aunque
no tengo dotes de historiador, voy a tratar de satisfacer tus deseos.
Cuando yo quise hacer esas mismas preguntas que tú me haces ahora,
ya era tarde; no había quien me las contestara; tú has estado a
tiempo. Algo, no mucho, puedo decirte de aquellos tiempos que alegres
pasaron. Yo era un niño observador, pero poco preguntón. Sin
embargo, escudriñando en mi memoria, van saliendo a la luz muchos
sucesos olvidados.
A
Mi abuelo Gaspar Cabezas Ríos había sido alcalde de Ubrique (Cádiz)
durante los años de 1881 a 1883, mientras gobernaba en España
Sagasta. Yo aún no había nacido; tres años después de su mandato
llegué yo a este mundo. No era rara la costumbre de la época, y la
de mucho tiempo después también, cuando se tenían muchos hijos,
que el mayor fuera a vivir con los abuelos. Y en mi caso, si los
abuelos estaban bien de salud y no tenían problemas económicos,
estaba claro, siendo yo el hermano mayor de una familia muy numerosa.
Mi
abuelo, mi papá Gaspar, era un hombre bondadoso, afable y calmado;
no lo vi enfadado nunca; nunca lo oí vociferar ni descomponerse;
nunca lo oí discutir con su mujer ni con sus hijos, la verdad es que
no hablaban mucho entre ellos, pero riñas y disputas, jamás. Ni
con ellos ni con nadie, y eso que, según se dejaba traslucir, mi
padre le dio muy malos ratos. Pero, ¿qué hijo no le ha dado alguna
vez algún problema a sus padres? Todos los hijos vemos el mundo de
modo diferente a como lo ven nuestros padres… La sociedad cambia.
Mucho en 20 años… Y eso es difícil de admitir para los mayores
que se creen que el mundo es tal como ellos lo vivieron de joven.
Todo fluye y todo cambia, ¡afortunadamente! Sin embargo, reconozco
que el carácter de mi padre, Prudencio Cabezas Bohórquez, era muy
difícil, cuestión que dejaré para más tarde, pues ahora quiero
continuar con mi querido abuelo Gaspar.
Era
un gran hombre, un hombre bueno, tranquilo, de mediana estatura;
redondito, buena presencia, buen color y tez blanca. No sé si nació
en Grazalema pues sus mayores eran de allí y allí tenía
parientes. Esto en verdad no me lo explico, pues según fray
Sebastián de Ubrique en su Historia de la villa de Ubrique, de 1944,
entre los primeros pobladores de Ubrique ya había Cabezas, entre
ellos varios Gaspar, y un sacerdote, casi un santo, llamado don
Rafael Cabezas; pero creo que aquí fray Sebastián se equivoca; pues
yo en mi niñez de quien oí hablar en ese tono, se llamaba Diego,
por el cual le pusieron ese nombre a mi hermano. Como prueba de que
fray Sebastián tenía razón en que los Cabezas eran de los primeros
repobladores de Ubrique está la placa encontrada recientemente, de
1642, donde se puede leer «Lo hizo Gaspar Cabezas»...
Volviendo
a mi abuelo, era hijo único y vivía con una tía suya algo
desequilibrada; una semana que, como de costumbre, le entregó el
jornal, ella salió a la Plaza de Abastos6 , donde vivían, y empleó
todo el dinero en calabazas.
¡Figúrate
la desolación del pobre muchacho cuando llegó a almorzar y no había
más que calabazas!: –Tía, ¿otra vez hay calabaza para comer?
–preguntaría mi abuelo, después de varios días comiendo lo
mismo. –
Gaspar,
no te quejes. Esto es lo que hay y punto final –contestaría la
tía, cuyo nombre nunca me dijo, lo que me hace sospechar que no le
tendría mucho cariño…
Con
el tiempo he aprendido que nombramos lo que queremos y que solo
pronunciar el nombre del ser amado es algo placentero a nuestros
oídos. Su tía se llamaba Victoriana Cabeza7 ; mi madre en cierta
ocasión me lo dijo pues me contó que recordaba a mi tía abuela
Victoriana en una manifestación de las madres de Ubrique que tuvo
lugar en 1865 y a la que ella asistió siendo muy pequeña,
acompañada de sus primas Gertrudis Vegazo y María Vegazo Olmedo.
Esta manifestación era en contra del sistema de quintas, es decir el
reclutamiento forzoso de uno de cada cinco jóvenes en edad militar.
Una de las abanderadas de esta manifestación era Victoriana, lo
cual recordaba muy bien por el nombre que nunca había escuchado
antes, ni después había conocido a nadie que se llamara así...
Siempre me he preguntado por qué la costumbre de poner los nombres
familiares... Tú, Prudencio, por tu abuelo (mi padre), yo Rafael por
mi tío Rafael Vegazo... ¿Cuándo dejaremos de lado tradiciones
absurdas como esta de poner el mismo nombre que su antepasado? Es mi
modesta opinión... Pero volvamos a nuestra historia...
Mi
abuelo trabajaba de niño en una botinería de los hermanos Vecina.
En aquellos tiempos, a mediados del siglo XIX, el botín era un
negocio corriente en Ubrique. La piel que aquí se curtía no solo
se utilizaba para hacer las famosas petacas, que han dado el
sobrenombre a nuestro pueblo, Ubrique de las Petacas. En aquella
época, se realizaban botines, por supuesto de manera artesanal,
donde una vez que se tenía el molde del zapato de hierro, lo más
importante era el corte de la piel, normalmente cuero. Como no solo
mi abuelo, sino también mi padre se han dedicado a esto, te cuento
un poco más ampliamente 6 Hoy día Plaza de La Verdura 7 La «s»
añadida al apellido que hoy tenemos se debió a una hipercorrección
del acento andaluz. en qué consistía. El artesano zapatero cortaba
manualmente cada pieza que componía el zapato, escogiendo con
minuciosidad la parte de la hoja de piel que convenía más para cada
pieza, incluso la piel mejor curtida tiene zonas mejores y peores,
así este proceso tenía una gran importancia y era el que mayor
valor podía aportar al zapato una vez terminado. La dirección en
que se extiende la piel es otro factor a tener en cuenta, por su
patrón debía cortarse longitudinalmente o transversalmente, de lo
contrario el zapato podría perder su solidez. Los cortadores de
piezas son los que muchas veces consiguen la verdadera magia del
calzado artesanal contribuyendo de forma sustancial a la belleza y
solidez del zapato, ya que su trabajo es el de elegir y cortar bien
los trozos de piel. Y una vez que las piezas están cortadas se
preparan para el proceso de cosido, previamente agrupadas por
tamaños. El cosido a mano de todas las piezas era una tarea muy
laboriosa que daba por finalizado el proceso de creación de unos
botines.
Como
ves, el hacer manualmente zapatos era todo un arte que requería
mucha habilidad y experiencia. Mi abuelo, después de haber aprendido
este arte con los hermanos Vecina, alquiló una casa para
establecerse por su cuenta en la calle del Agua, la que baja de la
Plaza del Ayuntamiento a la Plaza que se llama «Pilita abajo».
Nunca
me contó cómo conoció a mi abuela Margarita Bohórquez Piñero,
ni en qué fecha se casaron, ni qué fue de sus padres, pues siendo
hijo único, es raro que lo criara una tía suya, ni si tuvo ayuda
económica de sus mayores para establecerse por su cuenta. La
comunicación en las familias y mucho más en lo relativo a
cuestiones personales era muy escasa en esta época de finales del
siglo XIX.
Margarita
Bohórquez Piñero pertenecía a una de las familias más honorables
del pueblo, esas familias rancias, de estricta moral y rectas
costumbres. Tenía Margarita tres hermanas, Ana, Isabel y la pequeña
Fermina, que era melliza con Margarita. Y dos hermanos, Cristóbal y
Pedro, el que sería bisabuelo del gran médico e investigador del
corazón Pedro Zarco Gutiérrez.
Poco
tiempo después, como le iba bien el negocio de los botines, se
compró la casa de la calle del Agua, donde vivían y le hizo unos
arreglos. Pero toda su ilusión, que compartía conmigo, era hacerle
una azotea, que no la hizo nunca. ¡Una azotea desde donde poder ver
nuestra maravillosa sierra! ¡Contemplar las diferentes tonalidades
de las piedras y los árboles según el color del cielo! ¡Desde las
ventanas de nuestra vivienda costaba tanto ver asomarse el sol por
las mañanas de invierno, que tanto tardaba en llegar! En Ubrique las
vistas son limitadas por la geografía del lugar, ya lo sabéis, por
esto a los que hemos nacido aquí nos gusta tanto mirar el cielo y
soñar con horizontes infinitos...
Al
poco tiempo, como su negocio fuera prosperando, se compró una viña,
en la Cañada de los Olivares, esa extensión de tierra que rodea
Ubrique por el Suroeste. Le gustaba el campo al abuelo Gaspar. Tener
un lugar donde aislarse de los problemas cotidianos de la alcaldía
y de sus hijos. Allí donde el contacto con la tierra le daba la
energía para seguir tratando después con los hombres.
Más
tarde se compró otra casita en calle Solanos, otra en calle Madera y
otra en la Torre, que tenía alquiladas. Esto prueba que era un
hombre laborioso, económico y administrador. Y hasta popular, sin
chabacanerías. A uno de los gitanos más castizos de aquella época
le bautizó un crío y otro a una de esas familias pobres del Carril,
los Palmero, y unos y otros no sabían dónde poner a Don Gaspar.
Seguramente
eran los años de su alcaldía en el pueblo. Esto nunca se lo dijo a
su nieto de corta edad, como es natural pensarlo. Ahora con la
distancia que da el tiempo, pienso en qué consistiría su función
como alcalde, cómo fue elegido y cuanto tiempo estuvo al servicio de
su pueblo. Según las Cortes de Cádiz, el alcalde era una
institución electiva, radicando su legitimidad únicamente en el
asentimiento de la propia comunidad vecinal. Y por otra parte era un
órgano del Estado. Pero todos sabemos que las Cortes de Cádiz
fueron un sueño de libertades que duró muy poco a principios del
siglo XIX. Y mi abuelo fue alcalde durante la Restauración que
promovió Cánovas del Castillo, este malagueño del Partido
Conservador que alternaba en el Gobierno con el Partido Liberal de
Sagasta y fue uno de los artífices de la Constitución española de
1876. El abuelo admiraba a Cánovas. ¿Qué le llamaría más la
atención de su personalidad política? ¿El hecho de que fue el
artífice de la Restauración de la Monarquía, consiguiendo que el
hijo de la reina Isabel II, Alfonso XII, volviera a España para
reinar? ¿O el hecho de que estuviera en desacuerdo con el sufragio
universal, pues como manifestó Cánovas «ese sufragio universal
engendraría de una manera natural, necesaria e inevitable el
socialismo»? ¿O simplemente era una simpatía hacia un malagueño,
andaluz como él, que había nacido el mismo año que él, 1828, y lo
que nunca nadie podría saber es que morirían el mismo año y con
muy pocos días de diferencia? Nunca hablé de esto con mi abuelo y
mucho menos de política. ¿Cómo un niño de once años iba a tratar
de esas cosas con nadie? El interés por la cosa pública nació en
mí mucho después. Ahora con la distancia de los años recuerdo la
época en la que vivimos y me reafirmo en la idea de que somos hijos
de nuestra época.
Pero
volviendo a los abuelos, Margarita, al contrario que su marido,
quizás por la estricta educación recibida que le mandaba no
mezclarse con la gente del pueblo, guardaba mucho las distancias con
las personas con las que trataba.
Ya
he dicho que pertenecía a una de las mejores familias de Ubrique y
como esta era una familia numerosa, siete hermanos en total, no tuvo
nunca la necesidad de tratarse con más gente que su familia.
Especialmente con su melliza, con la que estuvo siempre muy unida, su
hermana Fermina. Y es que en esta época, la mujer apenas podía
decidir por ella misma. Tenía que hacer lo que la sociedad y sobre
todo la religión mandara. Siempre me quedaré con las ganas de saber
cómo llegaron a conocerse Gaspar y Margarita, y cómo decidió,
seguramente la familia de ella, casarla con un hombre, hijo único,
de cuyos padres no sabíamos nada. Pero lo que era indudable es que
Gaspar era un hombre de ingenio y supo ganarse la aceptación de una
de las mejores familias del pueblo. Y hasta podríamos decir, con
gran sentido del humor. Lo cual indica gran inteligencia y que
Margarita se enamorara de él.
Siendo
alcalde, mucho después del casamiento, se hizo célebre en el
pueblo una frase suya; un día que fueron a pedirle dinero para no
sé qué cosa, y les contestó:
–«Las
arcas municipales están tan vacías que, si cae un ratón en ellas,
se rompe la tapa de los sesos».
Mi
abuelo era mi mejor amigo. En las tardes de verano, como a las cuatro de la tarde, ¡qué tremendo calor!, me llamaba de la escuela e
íbamos a la Viña con un canasto que traíamos lleno de frutas. Por
el camino me hablaba mucho, era un buen conversador y a mí me
gustaba escucharlo. Yo prefería su compañía a la de los niños
traviesos de mi edad. Cuando subíamos las cuestas, a ratos se paraba
porque ya le rondaba la enfermedad y en estos momentos me daba muchos
consejos. El más reiterado y el que más se grabó en mi mente era
este:
–«No
te parezcas a tu padre; si te has de parecer a él, mejor que te
mueras».
¡Pobre
abuelo, como si los parecidos fueran por elección! Pero él
respiraba por aquella herida. Nunca he sido padre, pero ahora con la
sabiduría que dan los años reflexiono que tal vez mi inconsciente
se negaba a que yo procreara habiendo visto el sufrimiento que mi
abuelo, un hombre íntegro padeciera por el hijo, Prudencio, que
había engendrado. Y es que mi pobre padre, siendo un hombre bueno,
era un inútil, y aquellos accesos de cólera que lo ponían fuera
de sí e intratable eran debidos, más que nada, al propio
reconocimiento de su fracaso, a su impotencia. ¿De dónde le vendría
esto? De su padre, como te digo, no. Al casarse lo estableció en la
casa contigua con una tienda bien surtida de esos mismos artículos
que ahora vende tu padre, pieles, hormas y todo el material necesario
para los zapateros. Todo se lo llevó la trampa...
Tito
Anselmo, el hermano de mi padre, aunque a veces se le iba el santo al
cielo, era más calmado, más paciente, más culto, más sociable.
Tenía buenos amigos que frecuentaba y le gustaba la poesía, así
que me enseñó a mí, su primer sobrino, muchos versos. Todavía
recuerdo el principio de uno de Carolina Coronado, escrito con motivo
de la aparición de un cometa, que decía así:
«¿Lo
oíste, Castelar?
Dicen
los magos que esas luces
tan
extrañas
son
de un mundo
que
ha muerto las entrañas».
Y
terminaba así:
«Entretanto
los átomos
rodaban
por la esfera».
Fue
la primera vez que yo oí hablar del átomo, palabra tan generalizada
hoy. El sentido de esta poesía era que el pueblo supersticioso veía
en aquello (un cometa) señales divinas que la ciencia no debía
tratar de disuadirlos. Y con estos versos de Carolina empecé yo a
amar la poesía y a preguntarme por la verdad de las cosas… si ésta
residía en lo que la mayoría de la gente creía o en la ciencia,
que solo unos pocos ya cultivaban en España.
El
tío Anselmo me quería mucho y tenía grandes esperanzas en mí;
hasta en mis defectos, yo, como niño tímido y criado entre faldas,
era un poquito afeminado; pues hasta eso, para él, era un signo
favorable. ¿Por qué tendría que ser como todos los niños de mi
edad, a los que les gustaban los juegos violentos (añadir juegos de
niños de finales del siglo XIX) y que se esforzaban en hacer
travesuras cada vez mayores, en las que se ponía a prueba la hombría
de cada muchacho?
El
tío Anselmo me quería como yo era, porque él también era
diferente a lo que la sociedad de finales del siglo XIX pedía de un
hombre. Y esto era una pesadilla para su madre, la distinguida
Margarita. Anselmo tocaba la guitarra y a mí trató también de
enseñarme, pero yo no tenía dedos para organista. La música de la
guitarra traía aparejado fiestas y trasnochadas, y como secuela
bebidas y mujeres. Tenía amistades con gente baja y alegre de
aquellos Toledos, Torres y Culitos8 Y ¿cómo una señora de alta
sociedad de Ubrique iba a permitir que su hijo se saliera de los
cánones de la sociedad establecida?
Más
de una vez me señalaron una muchacha como hija suya, y en verdad se
le parecía: aquellos grandes ojos verdes eran los de él y los de
mamá Margarita. ¡Cuántas primas no reconocidas por la sociedad
clasista de finales de siglo XIX tendría yo!
En
un principio, en la adolescencia del tío Anselmo, mamá Margarita lo
esperaba despierta a que llegara. Pero a medida que crecía, como las
trasnochadas se hacían más largas y frecuentes, la abuela se
acostaba y cuando él llegaba bajaba a abrirle. Hasta que una noche
rodó por las escaleras. Desde entonces la puerta quedó abierta, es
decir encajada; quiero creer que esto era ignorado por su padre, o al
menos lo fingía.
A
pesar de estas anomalías, nunca lo ví reñir ni discutir, ni malas
palabras, ni gestos airados. ¿No veía el sufrimiento de su mujer
por su hijo Anselmo? ¿O acaso pensaba que era lo mismo que él
sufría por su otro hijo, Prudencio? Lo cierto era que el abuelo era
el primero que se levantaba en la calle del Agua y ¡a trabajar! Él
no preguntaba nunca a qué hora te acostaste. Lo que él sabía es
que a su hora cada cual estuviera en su puesto.
La
vida disoluta del tio Anselmo hizo que enfermera pronto, lo cual
supuso mayor sufrimiento a su madre. Pero no fue por la enfermedad
de su hijo en sí por lo que sufría Margarita, sino porque este era
cuidado por una de sus muchas «amigas». Pero esto lo contaré en
otro capítulo, pues el terrible desenlace sucedió más tarde,
estando yo haciendo el servicio militar en Ronda.
Los
abuelos habían tenido otro hijo, Enrique, del que no sé nada,
porque en la casa se hablaba poco de él, solamente que murió muy
joven.
Volviendo
a mis recuerdos de niño, tengo siempre en la mente que cuando
comíamos me decía que él, hablo de papá Gaspar, se levantaba
siempre de la mesa con un poquito de hambre, cosa que a mí, en
aquellos tiempos, no me entraba en la cabeza. Ya él sabía de
higiene y de dietética, aunque esta ciencia, por aquellos tiempos
era desconocida; sin embargo él la presentía. Los domingos, en el
verano, iba conmigo a la plaza de abastos no a comprar el mejor
pescado o la mejor carne, sino a comprar la mejor fruta: las mejores
cerezas, el mejor melón, la mejor sandía.
También
recuerdo que tenía un barómetro, quizás el único de la comarca,
al que consultaba con frecuencia.
Ya
te he dicho que mi mejor amigo era mi abuelo, pero también me
juntaba con algunos niños de la escuela, como es natural. Yo era
muy amigo de los 8 Calles del casco antiguo de Ubrique. «Polainas»,
Pedro y Félix, creo que Romero de apellido, gente campesina
adinerada; cuando venían al pueblo, a la escuela paraban donde su
abuela «señá» Juana Frías, que vivía más arriba de nosotros
en la misma calle del Agua. A estos muchachos después los internaron
en un colegio de Utrera (Sevilla), y cuando vinieron de vacaciones,
contentos y felices, me ponderaban la vida del colegio y todo su afán
era que yo fuera con ellos a Utrera. ¡Los niños lo ven todo fácil!
–Vamos
a hablar con tu abuelo –me dijeron.
Y
allá fuimos dispuestos a convencerlo. Nos recibió amable, como
siempre, se interesó por el asunto, movía la cabeza, pensaba,
pensaba...
–¡Pero,
esto son palabras mayores! Estoy ya delicado, mis hijos no me
secundan.
No
dijo nada el abuelo. Estos son los pensamientos que yo, pasados
muchos años, comprendí que tenía en su mente. Así que respecto
al colegio no salí de Ubrique, es decir estuve en la escuela hasta
los once años. Y ahora pienso ¿qué habría sido de mi vida si yo
hubiera estudiado en el colegio de Utrera?
Sin
embargo, yo aprendí mucho más que un niño de la época pues mi
abuelo, hombre de inquietudes espirituales, tenía su pequeña
biblioteca; en ésta pude yo leer El descubrimiento de América, La
conquista de Méjico por Hernán Cortés y algunas obras de Victor
Hugo. En la casa de mi abuelo se leía El Liberal9 diariamente, cosa
rara en la época. La abuela, mamá Margarita, para leerlo se metía
en el último rincón, para que no la viera nadie; tú dirás, ¿por
qué? Muy sencillo, por coquetería; no quería que la vieran con
gafas, como tampoco que la llamara yo abuela.
Todas
las noches me llevaba a la iglesia; cuando había novena me distraía
la música y el canto, pero el rosario era un suplicio; media hora
oyendo aquel monótono run run, ¡era insoportable! Cuando volvíamos
de la iglesia yo me quedaba, ella no, en casa del albardonero, padre
de María Burgos (que luego se casaría con mi hermano Enrique,
¡quién me lo iba a decir!). En esta casa me festejaban mucho, y
cuando había sermón en la iglesia, yo improvisaba un púlpito con
las albardas, y les repetía el sermón que había oído. Tenía una
memoria prodigiosa. ¡Lo que el viento se llevó! Nunca fue un
problema para mí el estudio; aprendía las lecciones rápidamente y
las repetía como una cotorra.
9
El Liberal fue un periódico matutino fundado en Madrid en 1879. Uno
de los principales diarios del período conocido como la
Restauración, mantuvo una orientación liberal republicana a lo
largo de sus sesenta años de vida. Un estudio de María Dolores Sáiz
lo cataloga entre los más leídos por el sector obrero «por su
lenguaje claro y contundente, su preocupación por los problemas de
los trabajadores, sus informaciones rigurosas y exhaustivas y un
cierto sensacionalismo».
Otra
cosa que la abuela Margarita no podía tolerar era que a su hermano
le llamaran Pedro el chico, cosa que le decía todo el mundo. Sus
hijas tenían una escuela y todos decían la Academia de Pedro el
chico. Y la cosa era lo más tonto del mundo. Su abuela tenía dos
nietos de distintos hijos, con el mismo nombre y apellido, ambos eran
Pedro Bohórquez, y para distinguirlos, como uno era alto y el otro
bajo, a uno le decía el grande y al otro el chico. Mientras la cosa
fue familiar, todo fue bien, pero cuando saltó a la calle, el bando
chico se molestó; lo bastante para que el mote tomara cuerpo. Ahora
te diré que Pedro el grande era el bisabuelo de tu amigo Miguel
Bohórquez. Y Pedro el chico, el bisabuelo de tu amigo Pedro Zarco
Gutiérrez. ¡Cómo buscamos nuestras amistades en las personas que
encontramos cosas en común!
Otra
debilidad de mamá Margarita, y era lo que con más interés buscaba
en el periódico, eran las noticias sevillanas del palacio de San
Telmo, entonces habitado por los duques de Montpensier, padres de
Mercedes y suegros de Alfonso, el de la canción:
«¿Dónde
vas Alfonso XII,
dónde
vas tú por ahí?
Voy
en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi» 10 .
¡Felices
y fáciles tiempos en que todavía aleteaba el romanticismo!
Papá
Gaspar me inició también en el teatro, que ha sido para mí la más
bella distracción de mi vida. Aquellas compañías dramáticas que
en aquella época se aventuraban por los pueblos, sin carreteras ni
más medios de locomoción que caballerías, compuestas de desechos,
donde la dama joven pasaba de los cincuenta años y de los ochenta
kilos, pero que para mí era algo exquisito, actuaban en la escuela
de arriba, como entonces se le llamaba a la de San Pedro, y que
tenía su contrapunto en la escuela de abajo. Cada espectador llevaba
su silla; nosotros no, porque el casino las mandaba para sus socios.
Con impaciencia y expectación esperaba yo que el telón se alzara
para admirar aquel mundo maravilloso que en el escenario se
desenvolvía. Luchaba contra el sueño que, al fin, me vencía. ¡Era
tan chico! ¡Qué pena no haber visto en qué terminaban aquellos
lances!
–¿Y
qué pasó después, abuelo? –le preguntaba yo después de
despertar de mi sueño infantil deseando saber siempre mucho más.
10
Canción que surgió tras la muerte de la primera esposa de Alfonso
XII, su prima María de las Mercedes de Orleans, quien falleció de
tifus cinco meses después de su boda.
Así
llegó agosto de 1897, mes en que murió de angina de pecho mi
querido abuelo. Aquella noche me acosté sin presentir la tragedia.
Al acostarnos me dijo: «Rafael, mira si está nublado, tengo un
dolorcillo en este brazo y me parece que va a llover».
Fueron
las últimas palabras que le oí. Al alba me llamó tito Anselmo.
–¡Tan temprano, tío, déjame dormir!
–Anda,
levántate, ve a decirle a tu mamá que papá Gaspar ha muerto.
–¿Cómo? ¿Qué dices? –me incorporé soñoliento y asustado.
Desde
mi cama pude verlo tendido en una manta sobre el suelo, ya
amortajado. ¿Cómo era posible que yo no hubiera sentido nada? Así
era y así es el sueño de los niños. –Anda, ve a avisarle a tu
mamá –me insistió el tío Anselmo. Ya mi papá estaba en San
Fernando. Subí corriendo a la calle Real donde entonces vivíamos,
donde nació tu padre11, la penúltima casa a la izquierda,
subiendo, antes de llegar al callejón ese que sale a la calle
Perdón, creo que se llama de las Ánimas.
–Mamá,
papá Gaspar se ha muerto.
–¿Qué
estás diciendo, chiquillo? –dijo mi madre, que estaba muy atareada
con seis de sus siete chiquillos.
A
los pocos días asesinaron a Cánovas12 y yo me acordaba de mi
abuelo, el golpe tan grande que para él habría sido; era su ídolo,
militaba en su partido.
Rafael
Cabezas Vegazo.
11
Francisco Cabezas Vegazo nació en diciembre de 1896.
12
Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros,
fue asesinado el 8 de agosto de 1897. 14
Prudencio
Cabezas Calvo
"Memoria
inacabada" Editorial Tréveris.
CARTAS
Y MEMORIA
CARTA
A UN BANQUERO.
"Calamidad
de los tiempos cuando los locos guían a los ciegos"
(W.
Shakespeare, El rey Lear)
Muy
Sr. mío:
Usted
no me conoce personalmente, soy uno de sus miles de clientes, una de
esas personas que le entrega sus ahorros de toda la vida o del último
mes, si los hay, de forma que con ellos, unido a los de miles de
ciudadanos más, puede usted crear y mantener su negocio.
Al
ser usted una persona cuyo elevado nivel de formación se da por
hecho, seguro que tendrá conocimiento de que su profesión ha sido,
a lo largo de la historia, y en muy diferentes culturas, una de las
más despreciadas, considerándose en Grecia o China a los banqueros
y prestamistas los penúltimos en la escala social, sólo por delante
de los esclavos. Nuestros antepasados, inmersos en un mundo duro y
hostil, donde sobrevivir suponía un tremendo esfuerzo diario,
despreciaban profundamente a quien vivía del trabajo ajeno, y como
posiblemente también sabrá, durante siglos, a lo largo de la Edad
Media europea, la usura fue de los delitos más duramente castigados.
Me dirá usted, con cierta lógica, que eran otros tiempos, el mundo
era más primitivo, más simple y el ser humano poco más que un
animal luchando por su supervivencia.
No
será necesario que le recuerde tampoco, desde mi modesta posición
de historiador, cómo aquellos primeros banqueros, muchos de ellos
clandestinos al principio, fueron transformando su lucrativo negocio
en poderosas organizaciones que acababan decidiendo, incluso, quién
habría de reinar o gobernar, o qué pueblos habrían de padecer una
guerra o genocidio a fin de mantener y aumentar el poder de dichas
organizaciones. Así llegamos, como usted sin duda sabe, al presente,
donde los componentes de su gremio se permiten decidir, ya sin
disimulo, quienes habrán de ser los presidentes o primeros ministros
de turno, sin pasar por el trámite de unas elecciones supuestamente
democráticas. El método es tan simple como eficaz: los partidos
políticos deben tener deudas con ustedes, las suficientes para que,
en el supuesto de que apareciera un elemento díscolo o heterodoxo en
cualquier partido se pueda neutralizar a éste e impedirle ganar
cualquier elección por el simple método de reclamar la deuda. En
España, por ejemplo, sólo hay dos partidos que no tienen deuda con
la banca: Los Verdes y Unidas Podemos, no es casualidad que sean
constantemente atacados por los medios de comunicación, el setenta
por ciento de los cuales se encuentran en manos de la misma banca.
Pero
es de otra forma como me quiero dirigir a usted, no desde el reproche
o la confrontación, sino buscando cuanto, como humanos, tenemos en
común, de forma que, si lo hacemos desde un punto de vista
pragmático y dialogante, redundará, sin duda, en un beneficio
mutuo, por extraño que pueda parecer a simple vista.
Usted,
como yo, y como todos nuestros semejantes, por el hecho de nacer en
este planeta está supeditado a la vida del mismo, la salud del
planeta no es ya un asunto de jóvenes ecologistas, es un asunto
serio cuyo desenlace, por mucha información que creamos tener, se
nos escapa. Ya hemos conseguido identificar todas las extinciones
habidas en nuestro planeta desde su formación y sabemos, sin lugar a
dudas, que ha habido algunas peores que la que estamos provocando
nosotros, pero ninguna a un ritmo tan acelerado. Nos encontramos en
una encrucijada, y si se cumplen las peores previsiones, de poco
servirán las disculpas que cada uno alegue llegado el momento, será
una condena sin apelación. Por el poder que usted ostenta, muy por
encima de muchos gobernantes, su responsabilidad es también mayor, y
tal vez lo que menos llegue a imaginar es que algunas de sus
decisiones pueden dar lugar en un futuro más o menos cercano, a la
muerte de millones de personas, entre los que pueden encontrarse sus
mismos descendientes. Por favor, reflexione.
Usted
posiblemente sea una persona de ideas conservadoras, pues bien es
sabido que la banca siempre ha tenido esa tendencia natural a ponerse
del lado de ideologías que pretenden mantener las cosas como están
o incluso volver a lo más tradicional si cabe. Esa es una actitud,
señor mío, sumamente llamativa en usted, porque si algo ha
caracterizado a la banca a lo largo de los siglos es el aprender de
los errores cometidos y adaptarse a los cambios.
Le
invito a echar un vistazo a la historia: La banca apoyó a las
monarquías europeas contra las ideas de las revoluciones que se
dieron en los actuales Estados Unidos y Francia pero, con el tiempo,
ese modelo fue el adoptado por la mayoría de los países: apostaron
ustedes por los perdedores.
Ustedes
se opusieron a la abolición de la esclavitud, que consiguieron
retrasar, pero fue abolida a lo largo de dos siglos.
Se
opusieron también a la igualdad racial, pero es, al menos teórica y
legalmente, un hecho en casi todo el mundo.
Se
opusieron al derecho a voto de las mujeres, la mitad de la Humanidad,
pero ya es una realidad incuestionable en casi todo el mundo.
Se
opusieron, de la mano de estamentos religiosos, al divorcio, que no
sólo se instituyó, sino que es, estadísticamente hablando, más
practicado actualmente por personas neofóbicas (conservadoras) que
por parejas neofílicas (progresistas).
Puede
dar la impresión de que han apostado siempre a caballo perdedor,
pero no es el objeto de este escrito hacer reproches, sino invitarle
a comprender que, desde un punto de vista histórico, el cambio es
una condición permanente.
Ahora
una nueva idea, un movimiento ciudadano nuevo, la llamada democracia
directa o democracia participativa, está surgiendo en el Primer
Mundo, y posiblemente se irá extendiendo, de una forma u otra, con
el tiempo. La idea es tan simple como extender la toma de decisiones
de una pequeña élite política actualmente está demostrado que
cuanto mayor es el número de personas que participan en la toma de
una decisión menor es la posibilidad de error.
Básicamente
los directistas o demócratas directos hacen dos propuestas que son,
de hecho reformas constitucionales aplicables a cualquier carta
magna: Declaraciones de guerra siempre supeditadas a referendums
vinculantes : sólo entrará en guerra un país si lo deciden así la
mayoría de sus ciudadanos. La segunda propuesta es la gran temida
por la clase política: Los presupuestos Generales del Estado que
hasta ahora son votados en los parlamentos pasarán a ser refrendados
por todos los ciudadanos puesto que suya es esa enorme cantidad de
dinero ya que proviene de sus impuestos. El método sería tan simple
como escribir al lado de cada partida del presupuesto + o – X%.
Haciendo la media de todos los ciudadanos saldría la corrección en
más o en menos a aplicar para ese año, con los aumentos o
disminuciones en cada partida presupuestaria.
Usted
se opone, piensa que esos ciudadanos son sus enemigos, pero olvida
que no es un odio personal el que sienten hacia usted, tan sólo
exigen un mínimo de justicia, que no arruinen sus vidas para poder
aumentar apenas unas décimas su porcentaje de beneficio anual. Pero
por encima de eso, esas personas reclaman un sistema social más
avanzado, más evolucionado, que antes o después ha de llegar, como
llegaron todos los cambios anteriores, permitiendo decidir a todos
los ciudadanos los asuntos más importantes que les afectan, como
declaraciones de guerra o presupuestos del estado y, en general,
cuanto condiciona su vida social. Si usted admite el derecho a voto,
¿por qué no admitir que ese derecho se practique más a menudo a
través de sistemas informatizados? Seguro que se tomarán decisiones
que le perjudicarán, pero a cambio, por ser como somos, una especie
social, las decisiones de la mayoría, si no se manipula la
información a la que tiene acceso, serán siempre beneficiosas para
la mayoría, y eso le incluye a usted y sus familiares. Si lee con
detenimiento la historia y la experiencia que nos transmite, se
convencerá sin la menor duda de que esa idea saldrá adelante y se
convertirá en una realidad, y ante eso tiene usted dos opciones:
navegar al ritmo de la historia u oponerse a ella, por el primer
camino posiblemente podrá conservar usted parte de su fortuna y
varios privilegios, por el segundo, forzará a un cambio más
radicalizado que a nadie beneficiará, no hay nada más peligroso que
la desesperación, especialmente para quienes ostentan el poder. Por
favor, reflexione.
Usted,
como yo, tiene hijos, y posiblemente nietos, para los que deseará,
sin duda, el mejor futuro posible. Como sin duda sabrá, en los
últimos años se está dando en el mundo un fenómeno de acumulación
de riqueza que nos ha hecho retroceder a índices de los años veinte
del siglo pasado. Puede pensar que si esa acumulación se da en usted
y su familiares supondrá algo beneficioso para ustedes, pero la
historia nos demuestra irrefutablemente que ése es un proceso
sumamente peligroso que origina tensiones que desembocan, antes o
después, inevitablemente, en cambios sociales drásticos,
sangrientos en muchas ocasiones, ¿es ése el futuro que desea?
Una
suma de diez millones de euros es más que suficiente para garantizar
no sólo la supervivencia, sino un verdadero bienestar material a
cualquier ser humano. Si, a partir de ahí, seguir acumulando riqueza
crea esas peligrosas tensiones sociales, no parece muy acertado
continuar por ese camino.
Me
dirá que desconozco los mecanismos reales por los que se mueve el
mundo, que el hombre es un lobo para el hombre, etc., etc., pero yo
le hablo desde la experiencia histórica, algo concreto, mientras que
usted me habla de la supervivencia de un sistema que es,
matemáticamente hablando, insostenible, porque eso que llamamos
crecimiento económico tiene como frontera el mismo planeta, y antes
o después habremos de cambiar a otro modelo, cualquiera, pero
sostenible. Por favor, reflexione.
Usted,
y en eso tal vez no nos parezcamos todos los seres humanos,
posiblemente se sentirá atraído por la idea de pasar a la historia,
de ser recordado no sólo como un banquero más, uno entre cientos,
uno del montón, por poderoso que llegue a ser, sino como alguien
merecedor de ser conservado en la memoria colectiva de nuestra
especie a lo largo de los siglos. Ese puesto lo ocupará el banquero
o banqueros que sepan adelantarse a la historia, que no se queden
encerrados en la acumulación de riqueza, sino que sepan plantear,
con imaginación e inteligencia, un modelo de convivencia que redunde
en bienestar social. No le hablo, supongo que ya lo sabrá, de
repartir generosamente su riqueza, de poco serviría a largo plazo,
sino de crear mecanismos que aseguren la paz, el bienestar y la
cultura entre los seres humanos. Mantenemos en la memoria los miles
de años de hambre y miseria de nuestra especie pero actualmente
tenemos, por primera vez, todas las herramientas tecnológicas
necesarias para crear un verdadero paraíso en la tierra. Pensamos
con esquemas grabados en nuestra mente a lo largo de miles de años
de hambre y sufrimiento y no parecemos preparados para comprender que
ya no necesitamos padecer esos miedos, ya hay, por primera viz en la
historia, alimento y cultura para todos, ahora debemos empezar a
educar como libre a ese cerebro esclavo. Por favor, reflexione.
Nuestros
mundos y nuestras vidas pueden parecer muy alejados y diferentes,
pero compartimos mucho más de lo que imaginamos. Usted o yo podemos
caer víctimas de una enfermedad, y tal vez nos espere una muerte
evitable si determinado laboratorio, tal vez incluso uno cercano
financiado o dependiente de su banco, no ha fabricado ese medicamento
que nos podría curar porque no es rentable por ser demasiado
efectivo, el mejor cliente es el enfermo crónico, sin duda sabe que
esas cosas suceden a diario. Ambos podríamos morir víctimas de la
codicia, o nuestros familiares y de poco le serviría su enorme
fortuna, no se podría desarrollar ese medicamento en semanas. Usted,
como yo, puede ser víctima de cualquier acto delictivo, y nos puede
costar también la vida. Como sabrá, la delincuencia es endémica
donde campa la pobreza y la frustración, y son las llamadas
sociedades del bienestar las más seguras en ese sentido. Por
supuesto, usted puede pagar escoltas y hasta ejércitos, pero el
rencor que millones de personas van acumulando hacia usted y su
profesión es tan peligroso como imprevisible.
Usted,
como yo, toma a diario alimentos envasados en recipientes que ya
sabemos que son tóxicos a medio y largo plazo, posiblemente conocerá
el resultado de los análisis hechos a eurodiputados hace unos años,
en los que detectaron en sus cuerpos hasta setenta componentes
tóxicos, a pesar de ser todos ellos personas que habían llevado una
vida materialmente acomodada. No contamos todavía con la tecnología
para eliminar esos tóxicos, ni se dedican apenas medios a
investigarlos, hay quien considera que no son rentables dichos
estudios. Esos venenos que circulan por su sangre y la mía nos
condenan a ser las primeras generaciones de un ser humano tan
consumido como consumista, y da como resultado que ya el 40% de los
hombres europeos tengan problemas de fertilidad, y que vayan naciendo
generaciones de seres débiles y condenados a la extinción.
Exactamente el mismo porcentaje padece algún tipo de alergia hoy en
día en Europa, hace setenta años era apenas el 4%. No deja de haber
una cierta justicia poética en el hecho de que seamos los ciudadanos
del Primer Mundo los más intoxicados por nuestra forma de vida.
También sucedió antes entre los patricios, la aristocracia de la
antigua Roma, víctimas de las lujosas y carísimas tuberías de
plomo para canalizar el agua a sus viviendas. Los plebeyos, que
bebían el agua directamente de los pozos, sobrevivieron.
Como
ve, tenemos en común mucho más de lo que, en principio, podríamos
pensar. Por ello le invito a cambiar, aunque sea levemente, su punto
de vista, que sin duda condicionará sus acciones. En unos años
usted, como yo, no seremos más que el recuerdo de nuestros actos,
nada más, poco importará que nuestra tumba sea de mármol, simple
tierra o cenizas al viento. No tiene sentido acumular cuanto ni
podremos disfrutar ni hará que sobreviva de nosotros un recuerdo
amable en quienes nos den sepultura. Muy posiblemente no recordará
usted el nombre de ningún gobernador británico de la India mientras
fue colonia británica, pero Gandhi está en su memoria, en la mía y
estará también en la de nuestros descendientes. Ese es el destino
humano, y no lo digo en un sentido idealista o metafórico, a través
de la ciencia ya hemos podido demostrar matemáticamente, mediante la
Teoría de Juegos, y neurológicamente con el descubrimiento de las
neuronas espejo, la importancia de la sociedad en nuestra especie.
Hoy en día sabemos que una decisión, del tipo que sea, tomada por
todos los ciudadanos, en vez de por una élite, sin importar su
ideología, es siempre la que tiene menos posibilidad de error. Nada
somos los unos sin los otros, y llegados al punto de desarrollo en
que nos encontramos, sólo los que lo comprendan sabrán navegar en
la historia futura. Quienes se opongan, las llamadas personas
neofóbicas, conseguirán retrasarlo, tal vez unas décadas, tal vez
un siglo, pero no podrán detenerlo, nunca pudieron antes. El resto
de la Humanidad seguirá su camino, antes siervos, súbditos, después
ciudadanos que delegaban las decisiones en la clase política,
quieren ahora ser ciudadanos que tomen las decisiones que les
afectan, y lo conseguirán, porque han elegido el camino que está en
la misma estructura de su especie, una especie social: la
colaboración y el apoyo mutuo.
El
motivo de la presente no es otro que invitarle a que se informe, a
que reflexione, y pueda participar de ese cambio, de ese paso
evolutivo, que espero sepa comprender y del que depende nuestro
futuro y el de de nuestros descendientes.
Sin
otro particular, le saluda atentamente;
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ciudadano.
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MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
El
síndrome del tercer hombre: ¿qué son las extrañas presencias que
nos asisten en momentos de vida o muerte?
08 Ene 2025 Juan Domingo Aguilar
Carolina Amorosi es una poeta nacida en Bahía Blanca, Argentina, en 1980. Estudió Realización cinematográfica. Se formó en los talleres de Alberto Laiseca, Santiago Llach y Clara Muschietti. Participó de las antologías Derivas urbanas (2021, FNBB), Bajé para respirar (2021, Ediciones Arroyo), Campo (2022, Camalote) y La tormenta prometida (2023, Lux). Publicó el poemario Vamos a estar mejor en otro lado (2022, Unidad de Sentido).
Pensaba
escribir algo
sobre el olor a pasto
recién cortado, las
máquinas
de la cuadra que suenan
al unísono el domingo
a
la mañana.
Pero todo se me escapa;
el olor, la savia
pegada
en la suela de mis ojotas
el sol de octubre en la cara
la
promesa de que el día
recién empieza, de que todo
está por
escribirse.
***
En
una playa al norte de Brasil
un residente de pediatría traza
con
un palito un círculo
en la arena mojada.
Piensa en la cara de
un nene
y en los mocos que le sonaba la madre
con un pañuelo
de tela.
Piensa en su mamá,
en las tardes de pueblo,
en la
hora de la merienda.
Todo lo que dibuja
en la arena
también
se va.
***
Vino
de visita,
trajo una hogaza de pan
y la puso en la mesa. Me
quedé mirándolo,
abrí el cajón de la cocina, busqué el
cuchillo
largo con muchos dientes
me lo regalaron cuando me
casé
le dije mientras cortaba
rodajas sobre la tabla de
madera.
Después no dije más nada
serví el café.
Lo dejé
que me contara
la historia de un nene que llegó
sin signos
vitales a su guardia.
En un momento le dije
estoy a punto de
llorar
y cambió de tema.
Lo miré masticar.
Mi abuela
siempre tuvo el pelo blanco
de ella saqué los miedos y las malas
palabras.
El pan le temblaba en los dedos,
nunca supo que tuve
un novio,
después una hija y me quedé
con todos los regalos
de boda.
***
Hace
dos noches
que el viento sopla
implacable
en mi
ventana.
Pareciera que hay un tornado
y a la mañana cuando me
levanto
a ver los destrozos en el patio
todo sigue ahí,
no
volaron las macetas,
el ají está intacto
en la huerta, como
si el viento
fuera algo que solo yo noto,
que nada más
me
sacude a mí.
***
Me
levanté a las siete,
te iba a escribir
y tuve miedo de
despertarte.
En cuatro horas sale el avión,
todavía no hice
las valijas.
Recién salgo de la ducha,
las gotas de agua me
caen por la espalda,
nunca sé qué llevar conmigo
y qué dejar
atrás.
***
Esta es la llave que se te cayó en la nieve
Robin Myers
Esta
es la llave que se te cayó en la nieve
y qué pasamos horas
buscando,
se hizo de noche y las yemas
de tus dedos se pusieron
moradas.
Entramos, dejamos las botas
al lado de la puerta,
nunca estuvimos
tan cerca de quemarnos las manos
ninguno de los
dos quería
alejarse del fuego, me mirabas
a ver si era yo la
del paso en falso.
Sin que me vieras, me fui
curando las
ampollas,
me saqué las vendas
para dejarlas respirar.
Quería
salir al sol pero fueron
dos semanas de lluvia y frío.
El
tiempo que duró no pude
tocar ni una tecla del piano
“la
única forma de salir de esto
es atravesándolo” escuché
en
una serie y lo anoté.
No volvimos a hablar
no quiero saber si
estás bien,
si lloraste alguna vez además de esa
si buscas
con alguien
llaves perdidas en el patio
para poder entrar a tu
casa.
6 poemas de Carolina Amorosi - Zenda https://www.zendalibros.com/6-poemas-de-carolina-amorosi/
APRENDER A VIVIR
TODOS
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
TEXTOS TERTULIA 17-1-2025
CARTAS Y MEMORIA
MAGIA
MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
CARTAS Y MEMORIA
CARTAS DE RAFAEL CABEZAS VEGAZO
Querido sobrino Prudencio:
Aunque no tengo dotes de historiador, voy a tratar de satisfacer tus deseos. Cuando yo quise hacer esas mismas preguntas que tú me haces ahora, ya era tarde; no había quien me las contestara; tú has estado a tiempo. Algo, no mucho, puedo decirte de aquellos tiempos que alegres pasaron. Yo era un niño observador, pero poco preguntón. Sin embargo, escudriñando en mi memoria, van saliendo a la luz muchos sucesos olvidados.
A Mi abuelo Gaspar Cabezas Ríos había sido alcalde de Ubrique (Cádiz) durante los años de 1881 a 1883, mientras gobernaba en España Sagasta. Yo aún no había nacido; tres años después de su mandato llegué yo a este mundo. No era rara la costumbre de la época, y la de mucho tiempo después también, cuando se tenían muchos hijos, que el mayor fuera a vivir con los abuelos. Y en mi caso, si los abuelos estaban bien de salud y no tenían problemas económicos, estaba claro, siendo yo el hermano mayor de una familia muy numerosa.
Mi abuelo, mi papá Gaspar, era un hombre bondadoso, afable y calmado; no lo vi enfadado nunca; nunca lo oí vociferar ni descomponerse; nunca lo oí discutir con su mujer ni con sus hijos, la verdad es que no hablaban mucho entre ellos, pero riñas y disputas, jamás. Ni con ellos ni con nadie, y eso que, según se dejaba traslucir, mi padre le dio muy malos ratos. Pero, ¿qué hijo no le ha dado alguna vez algún problema a sus padres? Todos los hijos vemos el mundo de modo diferente a como lo ven nuestros padres… La sociedad cambia. Mucho en 20 años… Y eso es difícil de admitir para los mayores que se creen que el mundo es tal como ellos lo vivieron de joven. Todo fluye y todo cambia, ¡afortunadamente! Sin embargo, reconozco que el carácter de mi padre, Prudencio Cabezas Bohórquez, era muy difícil, cuestión que dejaré para más tarde, pues ahora quiero continuar con mi querido abuelo Gaspar.
Era un gran hombre, un hombre bueno, tranquilo, de mediana estatura; redondito, buena presencia, buen color y tez blanca. No sé si nació en Grazalema pues sus mayores eran de allí y allí tenía parientes. Esto en verdad no me lo explico, pues según fray Sebastián de Ubrique en su Historia de la villa de Ubrique, de 1944, entre los primeros pobladores de Ubrique ya había Cabezas, entre ellos varios Gaspar, y un sacerdote, casi un santo, llamado don Rafael Cabezas; pero creo que aquí fray Sebastián se equivoca; pues yo en mi niñez de quien oí hablar en ese tono, se llamaba Diego, por el cual le pusieron ese nombre a mi hermano. Como prueba de que fray Sebastián tenía razón en que los Cabezas eran de los primeros repobladores de Ubrique está la placa encontrada recientemente, de 1642, donde se puede leer «Lo hizo Gaspar Cabezas»...
Volviendo a mi abuelo, era hijo único y vivía con una tía suya algo desequilibrada; una semana que, como de costumbre, le entregó el jornal, ella salió a la Plaza de Abastos6 , donde vivían, y empleó todo el dinero en calabazas.
¡Figúrate la desolación del pobre muchacho cuando llegó a almorzar y no había más que calabazas!: –Tía, ¿otra vez hay calabaza para comer? –preguntaría mi abuelo, después de varios días comiendo lo mismo. –
Gaspar, no te quejes. Esto es lo que hay y punto final –contestaría la tía, cuyo nombre nunca me dijo, lo que me hace sospechar que no le tendría mucho cariño…
Con el tiempo he aprendido que nombramos lo que queremos y que solo pronunciar el nombre del ser amado es algo placentero a nuestros oídos. Su tía se llamaba Victoriana Cabeza7 ; mi madre en cierta ocasión me lo dijo pues me contó que recordaba a mi tía abuela Victoriana en una manifestación de las madres de Ubrique que tuvo lugar en 1865 y a la que ella asistió siendo muy pequeña, acompañada de sus primas Gertrudis Vegazo y María Vegazo Olmedo. Esta manifestación era en contra del sistema de quintas, es decir el reclutamiento forzoso de uno de cada cinco jóvenes en edad militar. Una de las abanderadas de esta manifestación era Victoriana, lo cual recordaba muy bien por el nombre que nunca había escuchado antes, ni después había conocido a nadie que se llamara así... Siempre me he preguntado por qué la costumbre de poner los nombres familiares... Tú, Prudencio, por tu abuelo (mi padre), yo Rafael por mi tío Rafael Vegazo... ¿Cuándo dejaremos de lado tradiciones absurdas como esta de poner el mismo nombre que su antepasado? Es mi modesta opinión... Pero volvamos a nuestra historia...
Mi abuelo trabajaba de niño en una botinería de los hermanos Vecina. En aquellos tiempos, a mediados del siglo XIX, el botín era un negocio corriente en Ubrique. La piel que aquí se curtía no solo se utilizaba para hacer las famosas petacas, que han dado el sobrenombre a nuestro pueblo, Ubrique de las Petacas. En aquella época, se realizaban botines, por supuesto de manera artesanal, donde una vez que se tenía el molde del zapato de hierro, lo más importante era el corte de la piel, normalmente cuero. Como no solo mi abuelo, sino también mi padre se han dedicado a esto, te cuento un poco más ampliamente 6 Hoy día Plaza de La Verdura 7 La «s» añadida al apellido que hoy tenemos se debió a una hipercorrección del acento andaluz. en qué consistía. El artesano zapatero cortaba manualmente cada pieza que componía el zapato, escogiendo con minuciosidad la parte de la hoja de piel que convenía más para cada pieza, incluso la piel mejor curtida tiene zonas mejores y peores, así este proceso tenía una gran importancia y era el que mayor valor podía aportar al zapato una vez terminado. La dirección en que se extiende la piel es otro factor a tener en cuenta, por su patrón debía cortarse longitudinalmente o transversalmente, de lo contrario el zapato podría perder su solidez. Los cortadores de piezas son los que muchas veces consiguen la verdadera magia del calzado artesanal contribuyendo de forma sustancial a la belleza y solidez del zapato, ya que su trabajo es el de elegir y cortar bien los trozos de piel. Y una vez que las piezas están cortadas se preparan para el proceso de cosido, previamente agrupadas por tamaños. El cosido a mano de todas las piezas era una tarea muy laboriosa que daba por finalizado el proceso de creación de unos botines.
Como ves, el hacer manualmente zapatos era todo un arte que requería mucha habilidad y experiencia. Mi abuelo, después de haber aprendido este arte con los hermanos Vecina, alquiló una casa para establecerse por su cuenta en la calle del Agua, la que baja de la Plaza del Ayuntamiento a la Plaza que se llama «Pilita abajo».
Nunca me contó cómo conoció a mi abuela Margarita Bohórquez Piñero, ni en qué fecha se casaron, ni qué fue de sus padres, pues siendo hijo único, es raro que lo criara una tía suya, ni si tuvo ayuda económica de sus mayores para establecerse por su cuenta. La comunicación en las familias y mucho más en lo relativo a cuestiones personales era muy escasa en esta época de finales del siglo XIX.
Margarita Bohórquez Piñero pertenecía a una de las familias más honorables del pueblo, esas familias rancias, de estricta moral y rectas costumbres. Tenía Margarita tres hermanas, Ana, Isabel y la pequeña Fermina, que era melliza con Margarita. Y dos hermanos, Cristóbal y Pedro, el que sería bisabuelo del gran médico e investigador del corazón Pedro Zarco Gutiérrez.
Poco tiempo después, como le iba bien el negocio de los botines, se compró la casa de la calle del Agua, donde vivían y le hizo unos arreglos. Pero toda su ilusión, que compartía conmigo, era hacerle una azotea, que no la hizo nunca. ¡Una azotea desde donde poder ver nuestra maravillosa sierra! ¡Contemplar las diferentes tonalidades de las piedras y los árboles según el color del cielo! ¡Desde las ventanas de nuestra vivienda costaba tanto ver asomarse el sol por las mañanas de invierno, que tanto tardaba en llegar! En Ubrique las vistas son limitadas por la geografía del lugar, ya lo sabéis, por esto a los que hemos nacido aquí nos gusta tanto mirar el cielo y soñar con horizontes infinitos...
Al poco tiempo, como su negocio fuera prosperando, se compró una viña, en la Cañada de los Olivares, esa extensión de tierra que rodea Ubrique por el Suroeste. Le gustaba el campo al abuelo Gaspar. Tener un lugar donde aislarse de los problemas cotidianos de la alcaldía y de sus hijos. Allí donde el contacto con la tierra le daba la energía para seguir tratando después con los hombres.
Más tarde se compró otra casita en calle Solanos, otra en calle Madera y otra en la Torre, que tenía alquiladas. Esto prueba que era un hombre laborioso, económico y administrador. Y hasta popular, sin chabacanerías. A uno de los gitanos más castizos de aquella época le bautizó un crío y otro a una de esas familias pobres del Carril, los Palmero, y unos y otros no sabían dónde poner a Don Gaspar.
Seguramente eran los años de su alcaldía en el pueblo. Esto nunca se lo dijo a su nieto de corta edad, como es natural pensarlo. Ahora con la distancia que da el tiempo, pienso en qué consistiría su función como alcalde, cómo fue elegido y cuanto tiempo estuvo al servicio de su pueblo. Según las Cortes de Cádiz, el alcalde era una institución electiva, radicando su legitimidad únicamente en el asentimiento de la propia comunidad vecinal. Y por otra parte era un órgano del Estado. Pero todos sabemos que las Cortes de Cádiz fueron un sueño de libertades que duró muy poco a principios del siglo XIX. Y mi abuelo fue alcalde durante la Restauración que promovió Cánovas del Castillo, este malagueño del Partido Conservador que alternaba en el Gobierno con el Partido Liberal de Sagasta y fue uno de los artífices de la Constitución española de 1876. El abuelo admiraba a Cánovas. ¿Qué le llamaría más la atención de su personalidad política? ¿El hecho de que fue el artífice de la Restauración de la Monarquía, consiguiendo que el hijo de la reina Isabel II, Alfonso XII, volviera a España para reinar? ¿O el hecho de que estuviera en desacuerdo con el sufragio universal, pues como manifestó Cánovas «ese sufragio universal engendraría de una manera natural, necesaria e inevitable el socialismo»? ¿O simplemente era una simpatía hacia un malagueño, andaluz como él, que había nacido el mismo año que él, 1828, y lo que nunca nadie podría saber es que morirían el mismo año y con muy pocos días de diferencia? Nunca hablé de esto con mi abuelo y mucho menos de política. ¿Cómo un niño de once años iba a tratar de esas cosas con nadie? El interés por la cosa pública nació en mí mucho después. Ahora con la distancia de los años recuerdo la época en la que vivimos y me reafirmo en la idea de que somos hijos de nuestra época.
Pero volviendo a los abuelos, Margarita, al contrario que su marido, quizás por la estricta educación recibida que le mandaba no mezclarse con la gente del pueblo, guardaba mucho las distancias con las personas con las que trataba.
Ya he dicho que pertenecía a una de las mejores familias de Ubrique y como esta era una familia numerosa, siete hermanos en total, no tuvo nunca la necesidad de tratarse con más gente que su familia. Especialmente con su melliza, con la que estuvo siempre muy unida, su hermana Fermina. Y es que en esta época, la mujer apenas podía decidir por ella misma. Tenía que hacer lo que la sociedad y sobre todo la religión mandara. Siempre me quedaré con las ganas de saber cómo llegaron a conocerse Gaspar y Margarita, y cómo decidió, seguramente la familia de ella, casarla con un hombre, hijo único, de cuyos padres no sabíamos nada. Pero lo que era indudable es que Gaspar era un hombre de ingenio y supo ganarse la aceptación de una de las mejores familias del pueblo. Y hasta podríamos decir, con gran sentido del humor. Lo cual indica gran inteligencia y que Margarita se enamorara de él.
Siendo alcalde, mucho después del casamiento, se hizo célebre en el pueblo una frase suya; un día que fueron a pedirle dinero para no sé qué cosa, y les contestó:
–«Las arcas municipales están tan vacías que, si cae un ratón en ellas, se rompe la tapa de los sesos».
Mi abuelo era mi mejor amigo. En las tardes de verano, como a las cuatro de la tarde, ¡qué tremendo calor!, me llamaba de la escuela e íbamos a la Viña con un canasto que traíamos lleno de frutas. Por el camino me hablaba mucho, era un buen conversador y a mí me gustaba escucharlo. Yo prefería su compañía a la de los niños traviesos de mi edad. Cuando subíamos las cuestas, a ratos se paraba porque ya le rondaba la enfermedad y en estos momentos me daba muchos consejos. El más reiterado y el que más se grabó en mi mente era este:
–«No te parezcas a tu padre; si te has de parecer a él, mejor que te mueras».
¡Pobre abuelo, como si los parecidos fueran por elección! Pero él respiraba por aquella herida. Nunca he sido padre, pero ahora con la sabiduría que dan los años reflexiono que tal vez mi inconsciente se negaba a que yo procreara habiendo visto el sufrimiento que mi abuelo, un hombre íntegro padeciera por el hijo, Prudencio, que había engendrado. Y es que mi pobre padre, siendo un hombre bueno, era un inútil, y aquellos accesos de cólera que lo ponían fuera de sí e intratable eran debidos, más que nada, al propio reconocimiento de su fracaso, a su impotencia. ¿De dónde le vendría esto? De su padre, como te digo, no. Al casarse lo estableció en la casa contigua con una tienda bien surtida de esos mismos artículos que ahora vende tu padre, pieles, hormas y todo el material necesario para los zapateros. Todo se lo llevó la trampa...
Tito Anselmo, el hermano de mi padre, aunque a veces se le iba el santo al cielo, era más calmado, más paciente, más culto, más sociable. Tenía buenos amigos que frecuentaba y le gustaba la poesía, así que me enseñó a mí, su primer sobrino, muchos versos. Todavía recuerdo el principio de uno de Carolina Coronado, escrito con motivo de la aparición de un cometa, que decía así:
«¿Lo oíste, Castelar?
Dicen los magos que esas luces
tan extrañas
son de un mundo
que ha muerto las entrañas».
Y terminaba así:
«Entretanto los átomos
rodaban por la esfera».
Fue la primera vez que yo oí hablar del átomo, palabra tan generalizada hoy. El sentido de esta poesía era que el pueblo supersticioso veía en aquello (un cometa) señales divinas que la ciencia no debía tratar de disuadirlos. Y con estos versos de Carolina empecé yo a amar la poesía y a preguntarme por la verdad de las cosas… si ésta residía en lo que la mayoría de la gente creía o en la ciencia, que solo unos pocos ya cultivaban en España.
El tío Anselmo me quería mucho y tenía grandes esperanzas en mí; hasta en mis defectos, yo, como niño tímido y criado entre faldas, era un poquito afeminado; pues hasta eso, para él, era un signo favorable. ¿Por qué tendría que ser como todos los niños de mi edad, a los que les gustaban los juegos violentos (añadir juegos de niños de finales del siglo XIX) y que se esforzaban en hacer travesuras cada vez mayores, en las que se ponía a prueba la hombría de cada muchacho?
El tío Anselmo me quería como yo era, porque él también era diferente a lo que la sociedad de finales del siglo XIX pedía de un hombre. Y esto era una pesadilla para su madre, la distinguida Margarita. Anselmo tocaba la guitarra y a mí trató también de enseñarme, pero yo no tenía dedos para organista. La música de la guitarra traía aparejado fiestas y trasnochadas, y como secuela bebidas y mujeres. Tenía amistades con gente baja y alegre de aquellos Toledos, Torres y Culitos8 Y ¿cómo una señora de alta sociedad de Ubrique iba a permitir que su hijo se saliera de los cánones de la sociedad establecida?
Más de una vez me señalaron una muchacha como hija suya, y en verdad se le parecía: aquellos grandes ojos verdes eran los de él y los de mamá Margarita. ¡Cuántas primas no reconocidas por la sociedad clasista de finales de siglo XIX tendría yo!
En un principio, en la adolescencia del tío Anselmo, mamá Margarita lo esperaba despierta a que llegara. Pero a medida que crecía, como las trasnochadas se hacían más largas y frecuentes, la abuela se acostaba y cuando él llegaba bajaba a abrirle. Hasta que una noche rodó por las escaleras. Desde entonces la puerta quedó abierta, es decir encajada; quiero creer que esto era ignorado por su padre, o al menos lo fingía.
A pesar de estas anomalías, nunca lo ví reñir ni discutir, ni malas palabras, ni gestos airados. ¿No veía el sufrimiento de su mujer por su hijo Anselmo? ¿O acaso pensaba que era lo mismo que él sufría por su otro hijo, Prudencio? Lo cierto era que el abuelo era el primero que se levantaba en la calle del Agua y ¡a trabajar! Él no preguntaba nunca a qué hora te acostaste. Lo que él sabía es que a su hora cada cual estuviera en su puesto.
La vida disoluta del tio Anselmo hizo que enfermera pronto, lo cual supuso mayor sufrimiento a su madre. Pero no fue por la enfermedad de su hijo en sí por lo que sufría Margarita, sino porque este era cuidado por una de sus muchas «amigas». Pero esto lo contaré en otro capítulo, pues el terrible desenlace sucedió más tarde, estando yo haciendo el servicio militar en Ronda.
Los abuelos habían tenido otro hijo, Enrique, del que no sé nada, porque en la casa se hablaba poco de él, solamente que murió muy joven.
Volviendo a mis recuerdos de niño, tengo siempre en la mente que cuando comíamos me decía que él, hablo de papá Gaspar, se levantaba siempre de la mesa con un poquito de hambre, cosa que a mí, en aquellos tiempos, no me entraba en la cabeza. Ya él sabía de higiene y de dietética, aunque esta ciencia, por aquellos tiempos era desconocida; sin embargo él la presentía. Los domingos, en el verano, iba conmigo a la plaza de abastos no a comprar el mejor pescado o la mejor carne, sino a comprar la mejor fruta: las mejores cerezas, el mejor melón, la mejor sandía.
También recuerdo que tenía un barómetro, quizás el único de la comarca, al que consultaba con frecuencia.
Ya te he dicho que mi mejor amigo era mi abuelo, pero también me juntaba con algunos niños de la escuela, como es natural. Yo era muy amigo de los 8 Calles del casco antiguo de Ubrique. «Polainas», Pedro y Félix, creo que Romero de apellido, gente campesina adinerada; cuando venían al pueblo, a la escuela paraban donde su abuela «señá» Juana Frías, que vivía más arriba de nosotros en la misma calle del Agua. A estos muchachos después los internaron en un colegio de Utrera (Sevilla), y cuando vinieron de vacaciones, contentos y felices, me ponderaban la vida del colegio y todo su afán era que yo fuera con ellos a Utrera. ¡Los niños lo ven todo fácil!
–Vamos a hablar con tu abuelo –me dijeron.
Y allá fuimos dispuestos a convencerlo. Nos recibió amable, como siempre, se interesó por el asunto, movía la cabeza, pensaba, pensaba...
–¡Pero, esto son palabras mayores! Estoy ya delicado, mis hijos no me secundan.
No dijo nada el abuelo. Estos son los pensamientos que yo, pasados muchos años, comprendí que tenía en su mente. Así que respecto al colegio no salí de Ubrique, es decir estuve en la escuela hasta los once años. Y ahora pienso ¿qué habría sido de mi vida si yo hubiera estudiado en el colegio de Utrera?
Sin embargo, yo aprendí mucho más que un niño de la época pues mi abuelo, hombre de inquietudes espirituales, tenía su pequeña biblioteca; en ésta pude yo leer El descubrimiento de América, La conquista de Méjico por Hernán Cortés y algunas obras de Victor Hugo. En la casa de mi abuelo se leía El Liberal9 diariamente, cosa rara en la época. La abuela, mamá Margarita, para leerlo se metía en el último rincón, para que no la viera nadie; tú dirás, ¿por qué? Muy sencillo, por coquetería; no quería que la vieran con gafas, como tampoco que la llamara yo abuela.
Todas las noches me llevaba a la iglesia; cuando había novena me distraía la música y el canto, pero el rosario era un suplicio; media hora oyendo aquel monótono run run, ¡era insoportable! Cuando volvíamos de la iglesia yo me quedaba, ella no, en casa del albardonero, padre de María Burgos (que luego se casaría con mi hermano Enrique, ¡quién me lo iba a decir!). En esta casa me festejaban mucho, y cuando había sermón en la iglesia, yo improvisaba un púlpito con las albardas, y les repetía el sermón que había oído. Tenía una memoria prodigiosa. ¡Lo que el viento se llevó! Nunca fue un problema para mí el estudio; aprendía las lecciones rápidamente y las repetía como una cotorra.
9 El Liberal fue un periódico matutino fundado en Madrid en 1879. Uno de los principales diarios del período conocido como la Restauración, mantuvo una orientación liberal republicana a lo largo de sus sesenta años de vida. Un estudio de María Dolores Sáiz lo cataloga entre los más leídos por el sector obrero «por su lenguaje claro y contundente, su preocupación por los problemas de los trabajadores, sus informaciones rigurosas y exhaustivas y un cierto sensacionalismo».
Otra cosa que la abuela Margarita no podía tolerar era que a su hermano le llamaran Pedro el chico, cosa que le decía todo el mundo. Sus hijas tenían una escuela y todos decían la Academia de Pedro el chico. Y la cosa era lo más tonto del mundo. Su abuela tenía dos nietos de distintos hijos, con el mismo nombre y apellido, ambos eran Pedro Bohórquez, y para distinguirlos, como uno era alto y el otro bajo, a uno le decía el grande y al otro el chico. Mientras la cosa fue familiar, todo fue bien, pero cuando saltó a la calle, el bando chico se molestó; lo bastante para que el mote tomara cuerpo. Ahora te diré que Pedro el grande era el bisabuelo de tu amigo Miguel Bohórquez. Y Pedro el chico, el bisabuelo de tu amigo Pedro Zarco Gutiérrez. ¡Cómo buscamos nuestras amistades en las personas que encontramos cosas en común!
Otra debilidad de mamá Margarita, y era lo que con más interés buscaba en el periódico, eran las noticias sevillanas del palacio de San Telmo, entonces habitado por los duques de Montpensier, padres de Mercedes y suegros de Alfonso, el de la canción:
«¿Dónde vas Alfonso XII,
dónde vas tú por ahí?
Voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi» 10 .
¡Felices y fáciles tiempos en que todavía aleteaba el romanticismo!
Papá Gaspar me inició también en el teatro, que ha sido para mí la más bella distracción de mi vida. Aquellas compañías dramáticas que en aquella época se aventuraban por los pueblos, sin carreteras ni más medios de locomoción que caballerías, compuestas de desechos, donde la dama joven pasaba de los cincuenta años y de los ochenta kilos, pero que para mí era algo exquisito, actuaban en la escuela de arriba, como entonces se le llamaba a la de San Pedro, y que tenía su contrapunto en la escuela de abajo. Cada espectador llevaba su silla; nosotros no, porque el casino las mandaba para sus socios. Con impaciencia y expectación esperaba yo que el telón se alzara para admirar aquel mundo maravilloso que en el escenario se desenvolvía. Luchaba contra el sueño que, al fin, me vencía. ¡Era tan chico! ¡Qué pena no haber visto en qué terminaban aquellos lances!
–¿Y qué pasó después, abuelo? –le preguntaba yo después de despertar de mi sueño infantil deseando saber siempre mucho más.
10 Canción que surgió tras la muerte de la primera esposa de Alfonso XII, su prima María de las Mercedes de Orleans, quien falleció de tifus cinco meses después de su boda.
Así llegó agosto de 1897, mes en que murió de angina de pecho mi querido abuelo. Aquella noche me acosté sin presentir la tragedia. Al acostarnos me dijo: «Rafael, mira si está nublado, tengo un dolorcillo en este brazo y me parece que va a llover».
Fueron las últimas palabras que le oí. Al alba me llamó tito Anselmo. –¡Tan temprano, tío, déjame dormir!
–Anda, levántate, ve a decirle a tu mamá que papá Gaspar ha muerto. –¿Cómo? ¿Qué dices? –me incorporé soñoliento y asustado.
Desde mi cama pude verlo tendido en una manta sobre el suelo, ya amortajado. ¿Cómo era posible que yo no hubiera sentido nada? Así era y así es el sueño de los niños. –Anda, ve a avisarle a tu mamá –me insistió el tío Anselmo. Ya mi papá estaba en San Fernando. Subí corriendo a la calle Real donde entonces vivíamos, donde nació tu padre11, la penúltima casa a la izquierda, subiendo, antes de llegar al callejón ese que sale a la calle Perdón, creo que se llama de las Ánimas.
–Mamá, papá Gaspar se ha muerto.
–¿Qué estás diciendo, chiquillo? –dijo mi madre, que estaba muy atareada con seis de sus siete chiquillos.
A los pocos días asesinaron a Cánovas12 y yo me acordaba de mi abuelo, el golpe tan grande que para él habría sido; era su ídolo, militaba en su partido.
Rafael Cabezas Vegazo.
11 Francisco Cabezas Vegazo nació en diciembre de 1896.
12 Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, fue asesinado el 8 de agosto de 1897. 14
Prudencio Cabezas Calvo
"Memoria inacabada" Editorial Tréveris.
CARTAS Y MEMORIA
CARTA A UN BANQUERO.
"Calamidad de los tiempos cuando los locos guían a los ciegos"
(W. Shakespeare, El rey Lear)
Muy Sr. mío:
Usted no me conoce personalmente, soy uno de sus miles de clientes, una de esas personas que le entrega sus ahorros de toda la vida o del último mes, si los hay, de forma que con ellos, unido a los de miles de ciudadanos más, puede usted crear y mantener su negocio.
Al ser usted una persona cuyo elevado nivel de formación se da por hecho, seguro que tendrá conocimiento de que su profesión ha sido, a lo largo de la historia, y en muy diferentes culturas, una de las más despreciadas, considerándose en Grecia o China a los banqueros y prestamistas los penúltimos en la escala social, sólo por delante de los esclavos. Nuestros antepasados, inmersos en un mundo duro y hostil, donde sobrevivir suponía un tremendo esfuerzo diario, despreciaban profundamente a quien vivía del trabajo ajeno, y como posiblemente también sabrá, durante siglos, a lo largo de la Edad Media europea, la usura fue de los delitos más duramente castigados. Me dirá usted, con cierta lógica, que eran otros tiempos, el mundo era más primitivo, más simple y el ser humano poco más que un animal luchando por su supervivencia.
No será necesario que le recuerde tampoco, desde mi modesta posición de historiador, cómo aquellos primeros banqueros, muchos de ellos clandestinos al principio, fueron transformando su lucrativo negocio en poderosas organizaciones que acababan decidiendo, incluso, quién habría de reinar o gobernar, o qué pueblos habrían de padecer una guerra o genocidio a fin de mantener y aumentar el poder de dichas organizaciones. Así llegamos, como usted sin duda sabe, al presente, donde los componentes de su gremio se permiten decidir, ya sin disimulo, quienes habrán de ser los presidentes o primeros ministros de turno, sin pasar por el trámite de unas elecciones supuestamente democráticas. El método es tan simple como eficaz: los partidos políticos deben tener deudas con ustedes, las suficientes para que, en el supuesto de que apareciera un elemento díscolo o heterodoxo en cualquier partido se pueda neutralizar a éste e impedirle ganar cualquier elección por el simple método de reclamar la deuda. En España, por ejemplo, sólo hay dos partidos que no tienen deuda con la banca: Los Verdes y Unidas Podemos, no es casualidad que sean constantemente atacados por los medios de comunicación, el setenta por ciento de los cuales se encuentran en manos de la misma banca.
Pero es de otra forma como me quiero dirigir a usted, no desde el reproche o la confrontación, sino buscando cuanto, como humanos, tenemos en común, de forma que, si lo hacemos desde un punto de vista pragmático y dialogante, redundará, sin duda, en un beneficio mutuo, por extraño que pueda parecer a simple vista.
Usted, como yo, y como todos nuestros semejantes, por el hecho de nacer en este planeta está supeditado a la vida del mismo, la salud del planeta no es ya un asunto de jóvenes ecologistas, es un asunto serio cuyo desenlace, por mucha información que creamos tener, se nos escapa. Ya hemos conseguido identificar todas las extinciones habidas en nuestro planeta desde su formación y sabemos, sin lugar a dudas, que ha habido algunas peores que la que estamos provocando nosotros, pero ninguna a un ritmo tan acelerado. Nos encontramos en una encrucijada, y si se cumplen las peores previsiones, de poco servirán las disculpas que cada uno alegue llegado el momento, será una condena sin apelación. Por el poder que usted ostenta, muy por encima de muchos gobernantes, su responsabilidad es también mayor, y tal vez lo que menos llegue a imaginar es que algunas de sus decisiones pueden dar lugar en un futuro más o menos cercano, a la muerte de millones de personas, entre los que pueden encontrarse sus mismos descendientes. Por favor, reflexione.
Usted posiblemente sea una persona de ideas conservadoras, pues bien es sabido que la banca siempre ha tenido esa tendencia natural a ponerse del lado de ideologías que pretenden mantener las cosas como están o incluso volver a lo más tradicional si cabe. Esa es una actitud, señor mío, sumamente llamativa en usted, porque si algo ha caracterizado a la banca a lo largo de los siglos es el aprender de los errores cometidos y adaptarse a los cambios.
Le invito a echar un vistazo a la historia: La banca apoyó a las monarquías europeas contra las ideas de las revoluciones que se dieron en los actuales Estados Unidos y Francia pero, con el tiempo, ese modelo fue el adoptado por la mayoría de los países: apostaron ustedes por los perdedores.
Ustedes se opusieron a la abolición de la esclavitud, que consiguieron retrasar, pero fue abolida a lo largo de dos siglos.
Se opusieron también a la igualdad racial, pero es, al menos teórica y legalmente, un hecho en casi todo el mundo.
Se opusieron al derecho a voto de las mujeres, la mitad de la Humanidad, pero ya es una realidad incuestionable en casi todo el mundo.
Se opusieron, de la mano de estamentos religiosos, al divorcio, que no sólo se instituyó, sino que es, estadísticamente hablando, más practicado actualmente por personas neofóbicas (conservadoras) que por parejas neofílicas (progresistas).
Puede dar la impresión de que han apostado siempre a caballo perdedor, pero no es el objeto de este escrito hacer reproches, sino invitarle a comprender que, desde un punto de vista histórico, el cambio es una condición permanente.
Ahora una nueva idea, un movimiento ciudadano nuevo, la llamada democracia directa o democracia participativa, está surgiendo en el Primer Mundo, y posiblemente se irá extendiendo, de una forma u otra, con el tiempo. La idea es tan simple como extender la toma de decisiones de una pequeña élite política actualmente está demostrado que cuanto mayor es el número de personas que participan en la toma de una decisión menor es la posibilidad de error.
Básicamente los directistas o demócratas directos hacen dos propuestas que son, de hecho reformas constitucionales aplicables a cualquier carta magna: Declaraciones de guerra siempre supeditadas a referendums vinculantes : sólo entrará en guerra un país si lo deciden así la mayoría de sus ciudadanos. La segunda propuesta es la gran temida por la clase política: Los presupuestos Generales del Estado que hasta ahora son votados en los parlamentos pasarán a ser refrendados por todos los ciudadanos puesto que suya es esa enorme cantidad de dinero ya que proviene de sus impuestos. El método sería tan simple como escribir al lado de cada partida del presupuesto + o – X%. Haciendo la media de todos los ciudadanos saldría la corrección en más o en menos a aplicar para ese año, con los aumentos o disminuciones en cada partida presupuestaria.
Usted se opone, piensa que esos ciudadanos son sus enemigos, pero olvida que no es un odio personal el que sienten hacia usted, tan sólo exigen un mínimo de justicia, que no arruinen sus vidas para poder aumentar apenas unas décimas su porcentaje de beneficio anual. Pero por encima de eso, esas personas reclaman un sistema social más avanzado, más evolucionado, que antes o después ha de llegar, como llegaron todos los cambios anteriores, permitiendo decidir a todos los ciudadanos los asuntos más importantes que les afectan, como declaraciones de guerra o presupuestos del estado y, en general, cuanto condiciona su vida social. Si usted admite el derecho a voto, ¿por qué no admitir que ese derecho se practique más a menudo a través de sistemas informatizados? Seguro que se tomarán decisiones que le perjudicarán, pero a cambio, por ser como somos, una especie social, las decisiones de la mayoría, si no se manipula la información a la que tiene acceso, serán siempre beneficiosas para la mayoría, y eso le incluye a usted y sus familiares. Si lee con detenimiento la historia y la experiencia que nos transmite, se convencerá sin la menor duda de que esa idea saldrá adelante y se convertirá en una realidad, y ante eso tiene usted dos opciones: navegar al ritmo de la historia u oponerse a ella, por el primer camino posiblemente podrá conservar usted parte de su fortuna y varios privilegios, por el segundo, forzará a un cambio más radicalizado que a nadie beneficiará, no hay nada más peligroso que la desesperación, especialmente para quienes ostentan el poder. Por favor, reflexione.
Usted, como yo, tiene hijos, y posiblemente nietos, para los que deseará, sin duda, el mejor futuro posible. Como sin duda sabrá, en los últimos años se está dando en el mundo un fenómeno de acumulación de riqueza que nos ha hecho retroceder a índices de los años veinte del siglo pasado. Puede pensar que si esa acumulación se da en usted y su familiares supondrá algo beneficioso para ustedes, pero la historia nos demuestra irrefutablemente que ése es un proceso sumamente peligroso que origina tensiones que desembocan, antes o después, inevitablemente, en cambios sociales drásticos, sangrientos en muchas ocasiones, ¿es ése el futuro que desea?
Una suma de diez millones de euros es más que suficiente para garantizar no sólo la supervivencia, sino un verdadero bienestar material a cualquier ser humano. Si, a partir de ahí, seguir acumulando riqueza crea esas peligrosas tensiones sociales, no parece muy acertado continuar por ese camino.
Me dirá que desconozco los mecanismos reales por los que se mueve el mundo, que el hombre es un lobo para el hombre, etc., etc., pero yo le hablo desde la experiencia histórica, algo concreto, mientras que usted me habla de la supervivencia de un sistema que es, matemáticamente hablando, insostenible, porque eso que llamamos crecimiento económico tiene como frontera el mismo planeta, y antes o después habremos de cambiar a otro modelo, cualquiera, pero sostenible. Por favor, reflexione.
Usted, y en eso tal vez no nos parezcamos todos los seres humanos, posiblemente se sentirá atraído por la idea de pasar a la historia, de ser recordado no sólo como un banquero más, uno entre cientos, uno del montón, por poderoso que llegue a ser, sino como alguien merecedor de ser conservado en la memoria colectiva de nuestra especie a lo largo de los siglos. Ese puesto lo ocupará el banquero o banqueros que sepan adelantarse a la historia, que no se queden encerrados en la acumulación de riqueza, sino que sepan plantear, con imaginación e inteligencia, un modelo de convivencia que redunde en bienestar social. No le hablo, supongo que ya lo sabrá, de repartir generosamente su riqueza, de poco serviría a largo plazo, sino de crear mecanismos que aseguren la paz, el bienestar y la cultura entre los seres humanos. Mantenemos en la memoria los miles de años de hambre y miseria de nuestra especie pero actualmente tenemos, por primera vez, todas las herramientas tecnológicas necesarias para crear un verdadero paraíso en la tierra. Pensamos con esquemas grabados en nuestra mente a lo largo de miles de años de hambre y sufrimiento y no parecemos preparados para comprender que ya no necesitamos padecer esos miedos, ya hay, por primera viz en la historia, alimento y cultura para todos, ahora debemos empezar a educar como libre a ese cerebro esclavo. Por favor, reflexione.
Nuestros mundos y nuestras vidas pueden parecer muy alejados y diferentes, pero compartimos mucho más de lo que imaginamos. Usted o yo podemos caer víctimas de una enfermedad, y tal vez nos espere una muerte evitable si determinado laboratorio, tal vez incluso uno cercano financiado o dependiente de su banco, no ha fabricado ese medicamento que nos podría curar porque no es rentable por ser demasiado efectivo, el mejor cliente es el enfermo crónico, sin duda sabe que esas cosas suceden a diario. Ambos podríamos morir víctimas de la codicia, o nuestros familiares y de poco le serviría su enorme fortuna, no se podría desarrollar ese medicamento en semanas. Usted, como yo, puede ser víctima de cualquier acto delictivo, y nos puede costar también la vida. Como sabrá, la delincuencia es endémica donde campa la pobreza y la frustración, y son las llamadas sociedades del bienestar las más seguras en ese sentido. Por supuesto, usted puede pagar escoltas y hasta ejércitos, pero el rencor que millones de personas van acumulando hacia usted y su profesión es tan peligroso como imprevisible.
Usted, como yo, toma a diario alimentos envasados en recipientes que ya sabemos que son tóxicos a medio y largo plazo, posiblemente conocerá el resultado de los análisis hechos a eurodiputados hace unos años, en los que detectaron en sus cuerpos hasta setenta componentes tóxicos, a pesar de ser todos ellos personas que habían llevado una vida materialmente acomodada. No contamos todavía con la tecnología para eliminar esos tóxicos, ni se dedican apenas medios a investigarlos, hay quien considera que no son rentables dichos estudios. Esos venenos que circulan por su sangre y la mía nos condenan a ser las primeras generaciones de un ser humano tan consumido como consumista, y da como resultado que ya el 40% de los hombres europeos tengan problemas de fertilidad, y que vayan naciendo generaciones de seres débiles y condenados a la extinción. Exactamente el mismo porcentaje padece algún tipo de alergia hoy en día en Europa, hace setenta años era apenas el 4%. No deja de haber una cierta justicia poética en el hecho de que seamos los ciudadanos del Primer Mundo los más intoxicados por nuestra forma de vida. También sucedió antes entre los patricios, la aristocracia de la antigua Roma, víctimas de las lujosas y carísimas tuberías de plomo para canalizar el agua a sus viviendas. Los plebeyos, que bebían el agua directamente de los pozos, sobrevivieron.
Como ve, tenemos en común mucho más de lo que, en principio, podríamos pensar. Por ello le invito a cambiar, aunque sea levemente, su punto de vista, que sin duda condicionará sus acciones. En unos años usted, como yo, no seremos más que el recuerdo de nuestros actos, nada más, poco importará que nuestra tumba sea de mármol, simple tierra o cenizas al viento. No tiene sentido acumular cuanto ni podremos disfrutar ni hará que sobreviva de nosotros un recuerdo amable en quienes nos den sepultura. Muy posiblemente no recordará usted el nombre de ningún gobernador británico de la India mientras fue colonia británica, pero Gandhi está en su memoria, en la mía y estará también en la de nuestros descendientes. Ese es el destino humano, y no lo digo en un sentido idealista o metafórico, a través de la ciencia ya hemos podido demostrar matemáticamente, mediante la Teoría de Juegos, y neurológicamente con el descubrimiento de las neuronas espejo, la importancia de la sociedad en nuestra especie. Hoy en día sabemos que una decisión, del tipo que sea, tomada por todos los ciudadanos, en vez de por una élite, sin importar su ideología, es siempre la que tiene menos posibilidad de error. Nada somos los unos sin los otros, y llegados al punto de desarrollo en que nos encontramos, sólo los que lo comprendan sabrán navegar en la historia futura. Quienes se opongan, las llamadas personas neofóbicas, conseguirán retrasarlo, tal vez unas décadas, tal vez un siglo, pero no podrán detenerlo, nunca pudieron antes. El resto de la Humanidad seguirá su camino, antes siervos, súbditos, después ciudadanos que delegaban las decisiones en la clase política, quieren ahora ser ciudadanos que tomen las decisiones que les afectan, y lo conseguirán, porque han elegido el camino que está en la misma estructura de su especie, una especie social: la colaboración y el apoyo mutuo.
El motivo de la presente no es otro que invitarle a que se informe, a que reflexione, y pueda participar de ese cambio, de ese paso evolutivo, que espero sepa comprender y del que depende nuestro futuro y el de de nuestros descendientes.
Sin otro particular, le saluda atentamente;
Un ciudadano.
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MAGIA
Miras la vida mientras el azar te regala un tiempo, un tiempo aparentemente vacío, pero nunca perdido.
Miras los mundos que, brotando en tu mente, pasan a formar parte de ti, como los juegos forman la infancia, como los recuerdos forman la existencia, como cada ladrillo de la memoria . . .
Mientras lees, miras la vida a través de la magia de un libro.
Nunca recibirás tanto a cambio de tan poco: el regalo de la ilusión y curiosidad por la vida . . . mientras lees.
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MICRORRELATOS, AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
El síndrome del tercer hombre: ¿qué son las extrañas presencias que nos asisten en momentos de vida o muerte?
En situaciones de extremo peligro, muchos aseguran sentir una figura que reconforta y guía. Hay poca evidencia científica, y, si se descarta la superstición, parece que todo conduce a un mecanismo de emergencia que se activa en el cerebro para sobrevivir
El
escalador italiano Reinhold Messner recorriendo un glaciar.Paul
HANNY (Gamma-Rapho via Getty Images)
Barcelona
- 18 ENE 2025
- 05:27 CET
El escalador
italiano Reinhold Messner (Bresanona,
80 años) está considerado como uno de los mejores alpinistas del
mundo. Messner fue la primera persona de la historia en escalar sin
oxígeno las 14 cumbres de más de 8.000 metros que existen en la
Tierra y por ello ha recibido multitud de premios y reconocimientos,
entre ellos el premio
Princesa de Asturias del Deporte en 2018.
Era 1970, siendo entonces un joven de tan solo 25 años, cuando se
enfrentó a su primer ochomil, el
monte Nanga Parbat,
en Pakistán. Pretendía ascender en solitario por la pared Rupal, la
vertical más alta del planeta con 4.500 metros. Messner había
dejado en el campamento base
a su hermano Günther,
de 24 años, con otro compañero, pero en una de las frecuentes
paradas que se veía obligado a realizar en su ascenso divisó a lo
lejos la figura de Günther, que había decidido acompañarlo. Tras
una ardua ascensión, los hermanos consiguieron llegar a la cumbre,
pero el estado de Günther no era óptimo, presentaba un
fuerte mal de altura,
lo que preocupó mucho a Reinhold. Poco después emprendieron el
descenso por otro camino, en teoría más sencillo; la vertiente
Diamir.
Günther
se encontraba cada vez peor y se quedaba rezagado. Reinhold iba
abriendo camino y a menudo le perdía de vista. Sus fuerzas también
flaqueaban. Entonces, según describe el alpinista en su libro La
montaña desnuda (2018),
comenzó a pasar algo extraño: “De repente, noté que un tercer
alpinista se encontraba cerca de mí. Descendía con nosotros,
manteniendo una distancia regular unos pasos a mi derecha, lo que
hacía que quedara fuera de mi campo de visión. No podía intentar
ver esa figura y, al mismo tiempo, mantener la concentración, pero
tenía la certeza de que allí había alguien. Podía sentir su
presencia, sin necesidad de prueba alguna”. El acompañante no
hablaba. Tampoco le asustaba. Aunque sabía que no era posible que
hubiera alguien más allí, esa presencia lo ayudó a sobrevivir a
una experiencia en la que su hermano acabó perdiendo la vida.
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El
relato de Messner no es único. En el libro El
tercer hombre (Ariel,
2009), el historiador y divulgador científico John Geiger recopila
varias decenas de testimonios similares. Todos tienen en común una
cosa: ocurren en momentos de desesperación, de soledad extrema, en
los que la proximidad de la muerte es casi segura. Muchos tienen que
ver con el alpinismo, pero también con naufragios o travesías en
desiertos cálidos o territorios helados. En el momento en el que
parece que todo está ya perdido, aparece ese “tercer hombre”
—que puede ser segundo o cuarto, dependiendo de los implicados,
hombre o mujer, joven o viejo—, que suele ser callado y distante,
pero que en otras ocasiones es más cercano, parlanchino o dueño de
una extraña sabiduría. Siempre ayuda y reconforta. Como es obvio,
esta esquiva figura parece la inspiración para el concepto del ángel
de la guarda pero, ¿qué es exactamente?
El
escalador italiano Reinhold Messner recorriendo un glaciar.Paul
HANNY (Gamma-Rapho via Getty Images)
Barcelona - 18 ENE 2025 - 05:27 CET
El escalador italiano Reinhold Messner (Bresanona, 80 años) está considerado como uno de los mejores alpinistas del mundo. Messner fue la primera persona de la historia en escalar sin oxígeno las 14 cumbres de más de 8.000 metros que existen en la Tierra y por ello ha recibido multitud de premios y reconocimientos, entre ellos el premio Princesa de Asturias del Deporte en 2018. Era 1970, siendo entonces un joven de tan solo 25 años, cuando se enfrentó a su primer ochomil, el monte Nanga Parbat, en Pakistán. Pretendía ascender en solitario por la pared Rupal, la vertical más alta del planeta con 4.500 metros. Messner había dejado en el campamento base a su hermano Günther, de 24 años, con otro compañero, pero en una de las frecuentes paradas que se veía obligado a realizar en su ascenso divisó a lo lejos la figura de Günther, que había decidido acompañarlo. Tras una ardua ascensión, los hermanos consiguieron llegar a la cumbre, pero el estado de Günther no era óptimo, presentaba un fuerte mal de altura, lo que preocupó mucho a Reinhold. Poco después emprendieron el descenso por otro camino, en teoría más sencillo; la vertiente Diamir.
Günther se encontraba cada vez peor y se quedaba rezagado. Reinhold iba abriendo camino y a menudo le perdía de vista. Sus fuerzas también flaqueaban. Entonces, según describe el alpinista en su libro La montaña desnuda (2018), comenzó a pasar algo extraño: “De repente, noté que un tercer alpinista se encontraba cerca de mí. Descendía con nosotros, manteniendo una distancia regular unos pasos a mi derecha, lo que hacía que quedara fuera de mi campo de visión. No podía intentar ver esa figura y, al mismo tiempo, mantener la concentración, pero tenía la certeza de que allí había alguien. Podía sentir su presencia, sin necesidad de prueba alguna”. El acompañante no hablaba. Tampoco le asustaba. Aunque sabía que no era posible que hubiera alguien más allí, esa presencia lo ayudó a sobrevivir a una experiencia en la que su hermano acabó perdiendo la vida.
El relato de Messner no es único. En el libro El tercer hombre (Ariel, 2009), el historiador y divulgador científico John Geiger recopila varias decenas de testimonios similares. Todos tienen en común una cosa: ocurren en momentos de desesperación, de soledad extrema, en los que la proximidad de la muerte es casi segura. Muchos tienen que ver con el alpinismo, pero también con naufragios o travesías en desiertos cálidos o territorios helados. En el momento en el que parece que todo está ya perdido, aparece ese “tercer hombre” —que puede ser segundo o cuarto, dependiendo de los implicados, hombre o mujer, joven o viejo—, que suele ser callado y distante, pero que en otras ocasiones es más cercano, parlanchino o dueño de una extraña sabiduría. Siempre ayuda y reconforta. Como es obvio, esta esquiva figura parece la inspiración para el concepto del ángel de la guarda pero, ¿qué es exactamente?
Perdidos en el Polo Sur
Aunque
probablemente el llamado síndrome del tercer hombre se ha dado desde
los inicios de la humanidad, el primer caso extensamente documentado
que existe —y al que debe su nombre— es el ocurrido en 1916 y que
tiene al explorador
Ernest Shackleton y
a dos de sus compañeros como protagonistas. Shackleton estaba al
mando de la Expedición Imperial Transantártica Británica, que
pretendía cruzar
la Antártida desde Vahsel,
en el mar de Weddell, hasta la isla de Ross, al otro extremo del
continente. Pero, debido a las gélidas temperaturas de la zona, el
barco en el que viajaban se quedó atrapado en el hielo. Se vio
obligado a emprender, junto con Frank Worsley y Tom Crean, una marcha
suicida a pie por las montañas de la Antártida en busca de ayuda.
La travesía, que duró 36 horas a temperaturas imposibles y con un
equipamiento muy deficiente, les llevó hasta Stromness, una estación
ballenera en la costa norte de Georgia del Sur, donde recibieron la
ayuda necesaria para rescatar al resto de sus compañeros.
De
izquierda a derecha, Günther Messner, Toni Hiebeler, Reinhold
Messner y Fritz Maschke, en una expedición en el Eiger (Suiza), en
1968.ullstein
bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)
Semanas
después, los tres hombres confesaron algo extraño que les había
ocurrido durante la marcha: la sensación de que “a menudo había
cuatro, no tres” hombres en su viaje. El cuarto expedicionario no
hablaba, pero los acompañó hasta su salvación y había sido
percibido por todos. El relato impactó de forma extraordinaria en
los medios de comunicación británicos, aunque Shackleton, siguiendo
al pie de la letra lo esperable de un héroe adusto y victoriano,
decidió ahogar sus pensamientos en whisky escocés y prácticamente
se negó a hablar de aquel extraño fenómeno hasta su fallecimiento
en otra expedición en 1922. No obstante, su historia inspiró nada
menos que un pasaje del mítico poema La tierra baldía de
T.S. Eliot: “¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado?
Cuando cuento, solo somos dos, tú y yo, juntos pero cuando miro
delante de mí sobre el blanco camino siempre hay otro que marcha a
tu lado deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado no sé
si es un hombre o una mujer — ¿Pero quién es ese que va a tu
lado?”. Aunque en el relato de Shackleton el extraño acompañante
no es el tercero, sino el cuarto, fue el poema de Eliot el que acabó
bautizando al fenómeno.
Aunque probablemente el llamado síndrome del tercer hombre se ha dado desde los inicios de la humanidad, el primer caso extensamente documentado que existe —y al que debe su nombre— es el ocurrido en 1916 y que tiene al explorador Ernest Shackleton y a dos de sus compañeros como protagonistas. Shackleton estaba al mando de la Expedición Imperial Transantártica Británica, que pretendía cruzar la Antártida desde Vahsel, en el mar de Weddell, hasta la isla de Ross, al otro extremo del continente. Pero, debido a las gélidas temperaturas de la zona, el barco en el que viajaban se quedó atrapado en el hielo. Se vio obligado a emprender, junto con Frank Worsley y Tom Crean, una marcha suicida a pie por las montañas de la Antártida en busca de ayuda. La travesía, que duró 36 horas a temperaturas imposibles y con un equipamiento muy deficiente, les llevó hasta Stromness, una estación ballenera en la costa norte de Georgia del Sur, donde recibieron la ayuda necesaria para rescatar al resto de sus compañeros.
De
izquierda a derecha, Günther Messner, Toni Hiebeler, Reinhold
Messner y Fritz Maschke, en una expedición en el Eiger (Suiza), en
1968.ullstein
bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)
Semanas después, los tres hombres confesaron algo extraño que les había ocurrido durante la marcha: la sensación de que “a menudo había cuatro, no tres” hombres en su viaje. El cuarto expedicionario no hablaba, pero los acompañó hasta su salvación y había sido percibido por todos. El relato impactó de forma extraordinaria en los medios de comunicación británicos, aunque Shackleton, siguiendo al pie de la letra lo esperable de un héroe adusto y victoriano, decidió ahogar sus pensamientos en whisky escocés y prácticamente se negó a hablar de aquel extraño fenómeno hasta su fallecimiento en otra expedición en 1922. No obstante, su historia inspiró nada menos que un pasaje del mítico poema La tierra baldía de T.S. Eliot: “¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado? Cuando cuento, solo somos dos, tú y yo, juntos pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino siempre hay otro que marcha a tu lado deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado no sé si es un hombre o una mujer — ¿Pero quién es ese que va a tu lado?”. Aunque en el relato de Shackleton el extraño acompañante no es el tercero, sino el cuarto, fue el poema de Eliot el que acabó bautizando al fenómeno.
¿Por qué se produce el síndrome del tercer hombre?
Según cuenta
Geiger en su libro, existen numerosas teorías para explicar por qué,
cuando nos enfrentamos a situaciones extremas en las que nuestra vida
está en serio peligro, aparece esta esquiva figura que transmite
calma, sangre fría e incluso aporta el sentido común que puede
comenzar a faltarnos. Puede ser “una ilusión o alucinación
sensorial causada por los esfuerzos físicos extremos o por la
monotonía; una condición médica atribuible a niveles bajos de
glucosa en la sangre; un edema cerebral provocado por grandes
altitudes o por el estrés por frío; una aparición fantasmal o una
experiencia paranormal; la manifestación de un ángel de la guarda;
o una psicológica ‘figura compensatoria’ que contiene
‘los recursos internos a los que la persona en apuros no es capaz
de apelar en situaciones normales”, afirma el autor.
Nadie ha
podido todavía demostrar de forma inequívoca las razones por las
que se produce este fenómeno. El número de estudios científicos
dedicados al tema son, más bien, escasos, debido posiblemente a lo
específico de su aparición y a la dificultad de replicar las
excepcionales condiciones en las que se produce. De todos modos, si
se descarta la superstición, parece que todo conduce a nuestro
interior, a un mecanismo de emergencia del cerebro que se activa
cuando nos enfrentamos a un gran peligro.
El
estudio más interesante realizado hasta el momento es el dirigido
por el profesor Olaf
Blanke y otros científicos de la Escuela Politécnica de Lausana.
En su experimento, el equipo consiguió provocar artificialmente la
sensación del tercer hombre en una joven estudiante que padecía
epilepsia mediante la estimulación eléctrica de la unión
parietotemporal izquierda, una zona del cerebro que se encarga de la
organización de la información sensorial. Cada vez que estimulaban
esa parte concreta, la mujer sentía de forma clara que la presencia
aparecía. Cuando detenían el procedimiento, la aparición se
esfumaba de forma repentina. Esa zona del cerebro parecía por tanto
actuar como interruptor de la llegada del tercer hombre.
El
explorador Ernest Shackleton, en el barco de regreso tras la
expedición por el Polo Sur en 1909.Spencer
Arnold Collection (Getty Images)
Según cuenta Geiger en su libro, existen numerosas teorías para explicar por qué, cuando nos enfrentamos a situaciones extremas en las que nuestra vida está en serio peligro, aparece esta esquiva figura que transmite calma, sangre fría e incluso aporta el sentido común que puede comenzar a faltarnos. Puede ser “una ilusión o alucinación sensorial causada por los esfuerzos físicos extremos o por la monotonía; una condición médica atribuible a niveles bajos de glucosa en la sangre; un edema cerebral provocado por grandes altitudes o por el estrés por frío; una aparición fantasmal o una experiencia paranormal; la manifestación de un ángel de la guarda; o una psicológica ‘figura compensatoria’ que contiene ‘los recursos internos a los que la persona en apuros no es capaz de apelar en situaciones normales”, afirma el autor.
Nadie ha podido todavía demostrar de forma inequívoca las razones por las que se produce este fenómeno. El número de estudios científicos dedicados al tema son, más bien, escasos, debido posiblemente a lo específico de su aparición y a la dificultad de replicar las excepcionales condiciones en las que se produce. De todos modos, si se descarta la superstición, parece que todo conduce a nuestro interior, a un mecanismo de emergencia del cerebro que se activa cuando nos enfrentamos a un gran peligro.
El estudio más interesante realizado hasta el momento es el dirigido por el profesor Olaf Blanke y otros científicos de la Escuela Politécnica de Lausana. En su experimento, el equipo consiguió provocar artificialmente la sensación del tercer hombre en una joven estudiante que padecía epilepsia mediante la estimulación eléctrica de la unión parietotemporal izquierda, una zona del cerebro que se encarga de la organización de la información sensorial. Cada vez que estimulaban esa parte concreta, la mujer sentía de forma clara que la presencia aparecía. Cuando detenían el procedimiento, la aparición se esfumaba de forma repentina. Esa zona del cerebro parecía por tanto actuar como interruptor de la llegada del tercer hombre.
El
explorador Ernest Shackleton, en el barco de regreso tras la
expedición por el Polo Sur en 1909.Spencer
Arnold Collection (Getty Images)
No es un ángel, aunque lo parece
A pesar de
que la actuación de estas apariciones responde casi a la perfección
con la definición del ángel de la guarda, la mayoría de los
entrevistados por Geiger para su libro no lo sintieron así. Por
ejemplo, Reinhold Messner se mostró muy claro en este sentido: “No,
no, no. A mi juicio, es un fenómeno bastante natural, y creo que
todos los seres humanos podrían tener las mismas o similares
sensaciones si se expusieran a ese tipo de situaciones extremas. El
cuerpo busca modos para que la persona logre sobrevivir”. Por su
parte, el también montañero Greg Child le explicó: “No fue una
sensación aterradora, la que cabe esperar al enfrentarse a algo
sobrenatural. Sentí que su origen se hallaba dentro de mí, no
fuera”.
Otra
de las cosas asombrosas de este tipo de experiencias es que, en
ocasiones, como el caso de Shackleton y de otros muchos, son
compartidas. “Posiblemente, lo más increíble fue que Robert y yo
tuviésemos [esa sensación] al mismo tiempo”, explicó el
alpinista polaco Voytek
Kurtyka refiriéndose
a su compañero de escalada Robert Schauer, cuando ascendieron el
monte Gasherbrum IV en 1985. “La sensación de que allí había una
tercera persona fue tan asombrosa, tan tangible, que en un momento
dado, traté de hablar con Robert, pero era incapaz de expresarme, y
me limité a decir:
—Robert,
me gustaría contarte algo, pero es muy extraño.
—Sé
a qué te refieres —contestó—. Tú la sientes, la tercera
persona.
—Sí.
¿Tú también?
—Sí”.
Náufragos
que sobreviven durante días en el mar, situaciones extremas en el
espacio exterior, presos que escapan de prisiones imposibles,
hambrunas prolongadas… Esos son los momentos en los que el tercer
hombre suele aparecer. Cuando todo está perdido, nuestro cuerpo
parece tirar del tercer hombre como último recurso para superar las
adversidades. Una confirmación de que, tal y como afirmó el
psicólogo húngarocanadiense Peter Suedfeld, los homo
sapiens somos “la especie indomable”.
En
las reflexiones finales de su libro, Geiger plantea una idea
fascinante. Si todos, en situaciones extremas, tenemos acceso a ese
“interruptor” que activa el tercer hombre. ¿Qué ocurriría si
pudiéramos recurrir a él voluntariamente en momentos complicados?
¿Sería posible generar una presencia siempre fiel, siempre presente
y nunca ajena para que nos acompañase? ¿Podríamos superar épocas
de angustia gracias a una presencia infinitamente comprensiva y
reconfortante generada por nosotros mismos? La idea, aunque pueda
parecer algo distópica y descabellada, quizá no lo es tanto. ¿No
tienen muchos niños un amigo imaginario?
¿No conversan las personas que han perdido a su pareja con ella
tiempo después de su fallecimiento? Quizá una clave para acabar con
la soledad está ahí, dormida en nuestro interior.
A pesar de que la actuación de estas apariciones responde casi a la perfección con la definición del ángel de la guarda, la mayoría de los entrevistados por Geiger para su libro no lo sintieron así. Por ejemplo, Reinhold Messner se mostró muy claro en este sentido: “No, no, no. A mi juicio, es un fenómeno bastante natural, y creo que todos los seres humanos podrían tener las mismas o similares sensaciones si se expusieran a ese tipo de situaciones extremas. El cuerpo busca modos para que la persona logre sobrevivir”. Por su parte, el también montañero Greg Child le explicó: “No fue una sensación aterradora, la que cabe esperar al enfrentarse a algo sobrenatural. Sentí que su origen se hallaba dentro de mí, no fuera”.
Otra de las cosas asombrosas de este tipo de experiencias es que, en ocasiones, como el caso de Shackleton y de otros muchos, son compartidas. “Posiblemente, lo más increíble fue que Robert y yo tuviésemos [esa sensación] al mismo tiempo”, explicó el alpinista polaco Voytek Kurtyka refiriéndose a su compañero de escalada Robert Schauer, cuando ascendieron el monte Gasherbrum IV en 1985. “La sensación de que allí había una tercera persona fue tan asombrosa, tan tangible, que en un momento dado, traté de hablar con Robert, pero era incapaz de expresarme, y me limité a decir:
—Robert, me gustaría contarte algo, pero es muy extraño.
—Sé a qué te refieres —contestó—. Tú la sientes, la tercera persona.
—Sí. ¿Tú también?
—Sí”.
Náufragos que sobreviven durante días en el mar, situaciones extremas en el espacio exterior, presos que escapan de prisiones imposibles, hambrunas prolongadas… Esos son los momentos en los que el tercer hombre suele aparecer. Cuando todo está perdido, nuestro cuerpo parece tirar del tercer hombre como último recurso para superar las adversidades. Una confirmación de que, tal y como afirmó el psicólogo húngarocanadiense Peter Suedfeld, los homo sapiens somos “la especie indomable”.
En las reflexiones finales de su libro, Geiger plantea una idea fascinante. Si todos, en situaciones extremas, tenemos acceso a ese “interruptor” que activa el tercer hombre. ¿Qué ocurriría si pudiéramos recurrir a él voluntariamente en momentos complicados? ¿Sería posible generar una presencia siempre fiel, siempre presente y nunca ajena para que nos acompañase? ¿Podríamos superar épocas de angustia gracias a una presencia infinitamente comprensiva y reconfortante generada por nosotros mismos? La idea, aunque pueda parecer algo distópica y descabellada, quizá no lo es tanto. ¿No tienen muchos niños un amigo imaginario? ¿No conversan las personas que han perdido a su pareja con ella tiempo después de su fallecimiento? Quizá una clave para acabar con la soledad está ahí, dormida en nuestro interior.
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