VOCES entre VOCES
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LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES SIEMPRE LA VERDAD.

 
729 ES EL CÓDIGO COMERCIAL DE ISRAEL, TODOS LOS CÓDIGOS DE BARRAS DE LOS  PRODUCTOS QUE EXPORTAN EMPIEZAN POR ESE NÚMERO.
ADEMÁS, RECIENTEMENTE UN GRUPO FINANCIERO ISRAELÍ HA COMPRADO UNA GRAN PARTICIPACIÓN DE CARREFOUR.
LA CAUSA ÚLTIMA DE LAS GUERRAS SIEMPRE ES LA CODICIA, EL DINERO, NO COMPRES PRODUCTOS DE ISRAEL MIENTRAS SEA UN ESTADO GENOCIDA.
5
poemas de Los demonios de la melancolía, de Francisco Bejarano
09
Oct 2025
   Laura
di Verso
 
Francisco
Bejarano es uno de los poetas más importantes de la generación del
70, como sin duda está demostrando el paso del tiempo. De ahí que
la editorial Renacimiento publique esta antología en edición de
Fernando Taboada.
En
Zenda ofrecemos cinco poemas de Los
demonios de la melancolía (Renacimiento),
de Francisco
Bejarano.
***
SUMISIÓN
Sabe
el tigre la muerte y la respeta
porque alimenta su ancestral
codicia.
Conoce el mar, la selva, y me ha mirado.
No
lo conozco yo, pero lo intuyo
tras la cortina del salón. El
brillo
de sus ojos, el roce de su piel,
su leve paso siento si
se acerca.
No
sabe que le espero prevenido
–conoce su defensa cada vida–,
ni
en los días hermosos, ni en la luz
olvidaré el terror de su
existencia.
Volverá,
sé que un día volverá.
Las cicatrices hablan por mí desde este
lado.
***
AMAR
ES BIEN
Toda
la soledad acumulada
en el mundo interior, como un estanque
de
innumerables peces recorrido,
deja mucha ternura a mi cuidado.
Íntimos
paraísos, resonancias
graves, incertidumbres me poblaron,
cuando
mis ojos eran infinitos
fondos, donde tu ser permanecía.
Y
llegué a ti desde el dolor de otros,
de una tierra insegura.
Estoy aquí
de víctima admirada, aún no prevista
la claridad
que del placer emerge.
Pero
amar es un don. Me delimita
tu voz, en ti revivo. No me esperes
en
otra noche que cumplida clama.
Amar es bien y en ese bien resisto.
***
DESENCANTO
Es
cierta la nostalgia. Las distantes
historias recobradas nunca
extinguen
el deseo imposible de retorno.
La distancia jamás es
suficiente,
el tiempo pasa, eternamente pasa.
La muerte se
presenta a nuestros ojos
como absoluto olvido. Pero ¿dónde
los
minutos intensos que esperaba,
como un hálito vivo, como un
mundo
tenaz en no morir y sucederse?
No
es posible vivir sin lamentarlo.
***
LA
CASA
Una
dulce penumbra, un fino aroma
queda en la casa desde que te
fuiste.
Si tu presencia existe en los recuerdos
antes que la
diluya otro perfume,
lo sabré cuando el tiempo me consuele.
¡Qué
soledad cuando la luz apago!
Dijiste
adiós como si fuera tarde.
—¿Cierro la puerta? —Sí,
ciérrala, dije,
para que aires intrusos no destruyan
el suave
calor que me has dejado
y que los dos sabemos en secreto.
¡Qué
extraño es el silencio de la ausencia!
—Ya
nos veremos. —Sí, ya nos veremos.
Aquí me encontrarás, en la
penumbra,
confundido en las luces de la tarde.
Mañana de tu
voz quedará un eco.
Falta menos para morir, si muerte
no es
oír el silencio de la casa.
***
LOS
DÍAS DISTINTOS
Hay
una vida humana no exigente:
todos los días iguales y
distintos
disfrutamos del alma de las horas.
La rutina no es la
monotonía
ni el mal de pobres del aburrimiento.
Leemos a
diario, no lo mismo,
oímos luego música infrecuente,
después
tomar el sol, dar un paseo
y, ya al atardecer, una visita,
una
conversación inteligente,
quizá una confesión entre dos
luces.
Antes de ir a dormir, una película
donde aparezcan
muertos inmortales.
Tal
vez este poema sea un atajo
pero es la salvación particular.
***
ENCUENTRO
Cada
tarde aparece surgido de lo oscuro
o de algún resplandor que
desconozco.
Con sus ojos de humo pasa sobre las piedras.
Va
hacia bosques y ríos. Su hermosura
huyendo va de alcobas
solitarias
o de sucios desvanes sin espejos.
Busca
manos y rostros. Busca cuerpos que existen
al frescor de los
árboles.
Vagamente conoce; desde la soledad
todo fulgor es
único.
Alcanzable
y bellísimo
atraviesa el invierno y la ciudad en sombras.
Nunca
podrá volver; pero su aliento
empaña los cristales.
Y
su aroma.
—————————————
Autor: Fernando
Bejarano. Título: Los
demonios de la melancolía. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos
tus libros.
BIO
Francisco
Bejarano nació en Jerez en 1945. Ha publicado los libros de
poesía Transparencia
indebida (1977), Recinto
murado (Renacimiento,
1980), Elogio
de la piedra (1981), Las
tardes (Renacimiento,
1988), Antología
(1929-1987) (1990), El
regreso (Renacimiento,
2002), Un
juego peligroso (Antología poética 1977-2002) (2011)
y Contra
el júbilo (Renacimiento,
2024). En prosa es autor de Las
estaciones (1998)
y Consolación
de melancólicos (2000).
Ha publicado la recopilación de artículos costumbristas de crítica
social La
torre de marfil (Renacimiento,
1991) y el ensayo Manual
del lector y escritor modernos (Renacimiento,
1999). Por Las
tardes obtuvo
el Premio
Nacional de la Crítica en
1989. Por sus artículos periodísticos ha recibido los premios
«Julio Camba» y «José María Pemán». Está incluido
en las más importantes antologías de poesía contemporánea y
ha sido traducido al
italiano, francés, inglés y alemán. Aparte de su labor creativa,
ha sido director de las revistas literarias Fin
de Siglo y Contemporáneos.
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-los-demonios-de-la-melancolia-de-francisco-bejarano/
TEMAS
TERTULIA   31-10-2025
OLVIDOS
HORMIGAS
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
TEXTOS
TERTULIA   24-10-2025
FAVORES
REALIDADES
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.
Colaboración
gráfica: Victoria Blanco. 
FAVORES
POR
FAVOR
Por
favor, habla bajo para que pueda escucharte, no me grites, me vuelvo
sordo.
Por
favor, no te pongas en mi lugar, no podrás, pero es muy bonito que
lo intentes.
Por
favor, cambia las duras certezas por las blandas dudas, obtendrás
más saber.
Por
favor, intenta comprender antes de condenar.
Por
favor, no me regales cosas, regálame ilusiones.
Por
favor, no degrades tu vida siguiendo líderes, todos tenemos algo que
aprender y enseñar.
Por
favor, no me vendas tus sueños, dime cuales podemos construir
juntos.
Por
favor, trátame con el respeto que quisieras recibir y dime sincera y
claramente cuando creas que yo no lo hago.
Por
favor, no te atormentes por aquello que no puedes cambiar, haz cuanto
puedas y respira tranquilo. Al final del viaje, el precio del billete
es el mismo para todos.
Por
favor, no creas verdades absolutas las fantasías y leyendas creadas
por otros, tú tienes tus propios mitos, ni mejores ni peores, pero
dignos de compartirse.
Por
favor, arranca una sonrisa de donde no la hay, así sabré apreciar
tu arte.
Por
favor, no sospeches que sospecho que puedes sospechar de mi, no te
creas que creo lo que tú crees que creo, simplemente, pregunta.
Por
favor, comparte lo que sabes, yo haré lo mismo y así ambos seremos
más grandes.
Por
favor, róbale un amanecer infinito a cada mañana, en lo que pueda,
te encubriré.
Por
favor, ponle la zancadilla a las prisas, no te llevarán a ninguna
parte.
Por
favor, vibra con la música, las letras, el juego, demuéstrale a la
vida que eres dign@ de estar aquí.
Por
favor, date, dame, démonos una oportunidad, todos la merecemos.
Por
favor, no vendas baratos tus sueños.
Por,
favor, vive y deja vivir.
Nekovidal
– nekovidal@gmail.com 
ARTES
LIBRES – www.arteslibres.net
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REALIDADES
¿Cómo
distinguir "qué soy" realmente, 
de "qué
creo que soy pero en realidad no soy"?
Con
esta pregunta me despedía en el último correo.
Seguro que
hay muchas opiniones, pero una primera respuesta bastante obvia es: a
través del autoconocimiento.
Bastante
obvio pero quizás menos frecuente de lo que nos
gustaría.
¿Qué ingredientes
más prácticos podrían
sernos de utilidad?
	
	Duda.
	
	Responsabilidad.
	
	Prueba
	y error: zona de (dis)confort.
	
	Beneficios
	ocultos.
	
	Paz.
Hoy
te desarrollo el primer punto con más detalle:
En primer
lugar, tenemos que entrenar
el músculo de la DUDA.
Esto
NO significa vivir continuamente en duda, en inseguridad, en
incertidumbre o la indecisión.
"Ponerlo
todo en duda" no
significa "vivir
en duda continua".
Yo
puedo dar por sentado que soy heterosexual, por ejemplo.
Pero
al menos una vez en la vida, podría preguntármelo realmente: "¿Soy
heterosexual, homosexual, bisexual (o cualquier otra
posibilidad)?"
Me
lo pregunto. Lo reflexiono. Valoro mi primera respuesta (si me nace
en menos de un segundo, probablemente sea más una reacción
automática que una respuesta libre), la dejo aparcada a un lado;
valoro las alternativas. Observo cómo me siento. Llego a una
conclusión.
Ésa es mi respuesta. Ésa es mi certeza, a día
de hoy.
¿Podrá cambiar en el futuro?
Puede.
Pero
al menos sabré que, a priori, NO será fruto de un patrón
automático, de algo que doy por hecho, de algo que quizás di por
sentado hace 30 años y luego nunca me he parado a pensar sobre
ello.
Quien habla de orientación sexual, habla de cualquier
otro tipo de creencia de identidad: cualquier frase que empiece
por "Yo
soy ..."
"Es
que siempre he sido así" no
es un buen argumento, por cierto.
"Siempre" puede
ser desde que tienes memoria. Pero eso NO es "siempre".
Por
otra parte, que algo "siempre" haya sido así (a escala de
una vida humana, o de la historia de la humanidad) puede ser un
factor a tener en cuenta.
Pero nunca es per
se una justificación
suficiente para
seguir perpetuando algo.
¿Qué
dudas nacen en tu interior
sobre las historias que te cuentas
acerca de ti mismo?
El
próximo día te hablo del segundo punto, un tema que me encanta.
Si
este texto ha resonado contigo y quieres recibir reflexiones y
anécdotas similares en tu correo, y además te interesa el ebook
gratuito "¿Por qué siempre me pasa lo mismo? 5 pistas para
cambiar la perspectiva"...
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REALIDADES
¿Y
si no fuera yo?
Y
si saliera de mi cuerpo
Y
si bañara mi cabello en lágrimas
¿Un
intercambio?
Las
muletas de mi infancia
Por
el único bastón de su senectud
No
hay negocios justos en la vida
La
justicia la inventó un hombre
Que
decidió creer en la ceguera
Que
decidió creer que el karma necesitaba ayuda
Que
decidió creer que el universo no se ordena solo
Este
es mi negocio:
¿Cuándo
voy a empezar a tallar su bastón?
¿Debo
pensar en mi muleta como referencia?
No
Dolor,
ojalá fuera de caminar
Dureza,
ojalá fuera la mirada
Pero
es el corazón, siempre el corazón
Otro
paso, otro pasito
Más
cerca de la tierra
Y
yo aquí, gubia en mano
-Mentira,
aún no la he comprado-
Y
yo aquí, mirando el bosque
Buscando
un árbol adecuado
Para
tallar su bastón 
Sara
Vi Ta
MICRORRELATOS,
AFORISMOS Y OTRAS COSAS DE LOS PAPALAGUI.

¿Estamos
viviendo en una era dorada de la estupidez?
	
	Desde
	los vídeos 'brain rot' hasta la inquietante inteligencia
	artificial, cada avance tecnológico parece dificultar el trabajo,
	la memoria, el pensamiento y el funcionamiento independiente
Al
entrar en el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT) en Cambridge, Estados Unidos, el futuro parece un poco más
cercano. Las vitrinas exhiben prototipos de creaciones extrañas y
maravillosas, desde diminutos robots de escritorio hasta una
escultura surrealista creada por un modelo de inteligencia artificial
al que se le pidió que diseñara un juego de té hecho con partes
del cuerpo. En el vestíbulo, un asistente de clasificación de
residuos con inteligencia artificial llamado Oscar te indica dónde
colocar tu taza de café usada. Cinco pisos más arriba, la
investigadora científica Nataliya Kosmyna ha estado trabajando en
interfaces cerebro-ordenador portátiles que espera que algún día
permitan a las personas que no pueden hablar, debido a enfermedades
neurodegenerativas como la esclerosis lateral amiotrófica,
comunicarse utilizando su mente.
Kosmyna
dedica gran parte de su tiempo a leer y analizar los estados
cerebrales de las personas. Otro proyecto en el que está trabajando
es un dispositivo portátil —un prototipo que parece unas gafas—
que puede detectar cuándo alguien se está confundiendo o perdiendo
la concentración. Hace unos dos años, comenzó a recibir correos
electrónicos inesperados de desconocidos que le contaban que habían
empezado a utilizar grandes modelos de lenguaje como ChatGPT y que
sentían que su cerebro había cambiado como resultado. Sus recuerdos
no parecían tan buenos, ¿era eso posible?, le preguntaban. A la
propia Kosmyna le había sorprendido lo rápido que la gente había
empezado a confiar en la IA generativa. Se dio cuenta de que sus
compañeros de trabajo utilizaban ChatGPT en el trabajo, y las
solicitudes que recibía de investigadores que esperaban unirse a su
equipo empezaron a parecer diferentes. Sus correos electrónicos eran
más largos y formales y, a veces, cuando entrevistaba a los
candidatos en Zoom, notaba que hacían pausas antes de responder y
miraban hacia otro lado. Se preguntaba, sorprendida, si estaban
utilizando la IA para ayudarse. Y si estaban utilizando la IA, ¿hasta
qué punto entendían las respuestas que daban?
Junto
con algunos colegas del MIT, Kosmyna puso en marcha un experimento en
el que se utilizaba un electroencefalograma para monitorizar la
actividad cerebral de las personas mientras escribían ensayos, ya
fuera sin ayuda digital, con la ayuda de un motor de búsqueda en
Internet o con ChatGPT. Descubrió que cuanto más ayuda externa
tenían los participantes, menor era su nivel de conectividad
cerebral, por lo que aquellos que utilizaban ChatGPT para escribir
mostraban una actividad significativamente menor en las redes
cerebrales asociadas al procesamiento cognitivo, la atención y la
creatividad.
En
otras palabras, independientemente de lo que las personas que
utilizaban ChatGPT sintieran que estaba pasando dentro de sus
cerebros, los escáneres mostraban que no estaba ocurriendo gran
cosa.
A
los participantes en el estudio, todos ellos matriculados en el MIT o
en universidades cercanas, se les preguntó, justo después de
entregar su trabajo, si podían recordar lo que habían escrito.
«Casi nadie del grupo de ChatGPT pudo citar nada», dice Kosmyna.
«Eso era preocupante, porque acababas de escribirlo y no recordabas
nada».
Kosmyna
tiene 35 años, viste a la moda con un vestido camisero azul y un
collar grande y multicolor, y habla más rápido de lo que la mayoría
de la gente puede pensar. Según observa, escribir un ensayo requiere
habilidades que son importantes en nuestra vida en general: la
capacidad de sintetizar información, considerar perspectivas
contrapuestas y construir un argumento. Estas habilidades se utilizan
en las conversaciones cotidianas. «¿Cómo vas a lidiar con eso?
¿Vas a decir algo como: 'Eh... ¿puedo mirar mi teléfono?», dice.
El
experimento fue pequeño (54 participantes) y aún no ha sido
revisado por pares. Sin embargo, en junio, Kosmyna lo publicó en
línea, pensando que otros investigadores podrían encontrarlo
interesante, y luego siguió con su día, sin saber que acababa de
crear un frenesí mediático internacional.
Además
de las solicitudes de los periodistas, recibió más de 4000 correos
electrónicos de todo el mundo, muchos de ellos de profesores
estresados que sienten que sus alumnos no están aprendiendo
adecuadamente porque utilizan ChatGPT para hacer sus deberes. Les
preocupa que la IA esté creando una generación capaz de producir
trabajos aceptables, pero sin conocimientos útiles ni comprensión
de la materia.
Según
Kosmyna, el problema fundamental es que, tan pronto como aparece una
tecnología que nos facilita la vida, estamos evolutivamente
preparados para utilizarla. «A nuestro cerebro le encantan los
atajos, está en nuestra naturaleza. Pero el cerebro necesita
fricción para aprender. Necesita tener un reto».
Si
el cerebro necesita fricción, pero también la evita
instintivamente, es interesante que la promesa de la tecnología haya
sido crear una experiencia de usuario «sin fricciones», para
garantizar que, siempre que pasemos de una aplicación a otra o de
una pantalla a otra, no encontremos resistencia. La experiencia de
usuario sin fricciones es la razón por la que, sin pensarlo,
descargamos cada vez más información y trabajo en nuestros
dispositivos digitales; es la razón por la que es tan fácil caer en
los agujeros negros de Internet y tan difícil salir de ellos; es la
razón por la que la IA generativa ya se ha integrado tan
completamente en la vida de la mayoría de las personas.
Sabemos,
por nuestra experiencia colectiva, que una vez que te acostumbras a
la ciberesfera hipereficiente, el mundo real, lleno de fricciones,
resulta más difícil de manejar. Así que evitas las llamadas
telefónicas, utilizas las cajas automáticas, lo pides todo desde
una aplicación; recurres a tu teléfono para hacer los cálculos que
podrías hacer de cabeza, para comprobar un dato antes de tener que
rebuscarlo en tu memoria, para introducir tu destino en Google Maps y
viajar de A a B con el piloto automático. Quizás dejas
de leer libros porque
mantener ese tipo de concentración te parece una fricción; quizás
sueñas con tener un coche autónomo. ¿Es este el amanecer de lo que
la escritora y experta en educación Daisy Christodoulou denomina una
«sociedad
estúpida»,
un paralelo a una sociedad
obesógena,
en la que es fácil volverse estúpido porque las máquinas pueden
pensar por ti?
La
inteligencia humana es demasiado amplia y variada como para reducirla
a palabras como «estúpida», pero hay señales preocupantes de que
toda esta comodidad digital nos está costando muy cara. En los
países económicamente desarrollados de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las puntuaciones de
Pisa, que miden la lectura, las matemáticas y las ciencias de los
jóvenes de 15 años, tendieron a alcanzar su máximo alrededor de
2012. Si bien a lo largo del siglo XX las puntuaciones de CI
aumentaron a nivel mundial, quizás debido a un mejor acceso a la
educación y a una mejor nutrición, en muchos países desarrollados
parecen haber disminuido.
La
inteligencia humana es demasiado amplia y variada como para reducirla
a palabras como 'estúpida', pero hay señales preocupantes de que
toda esta comodidad digital nos está costando muy cara
La
caída de las puntuaciones en las pruebas y el CI es objeto de un
acalorado debate. Lo que es más difícil de discutir es que, con
cada avance tecnológico, profundizamos nuestra dependencia de los
dispositivos digitales y nos resulta más difícil trabajar,
recordar, pensar o, francamente, funcionar sin ellos. «Solo los
desarrolladores de software y
los traficantes de drogas llaman a la gente usuarios», murmura
Kosmyna en un momento dado, frustrada por la determinación de las
empresas de inteligencia artificial de impulsar sus productos al
público antes de que comprendamos plenamente los costes psicológicos
y cognitivos.
En
el mundo online,
en constante expansión y sin fricciones, tú eres ante todo un
usuario: pasivo, dependiente. En la era naciente de la desinformación
y los deepfakes generados
por la IA, ¿cómo mantendremos el escepticismo y la independencia
intelectual que necesitaremos? Cuando aceptemos que nuestras mentes
ya no nos pertenecen, que simplemente no podemos pensar con claridad
sin la ayuda de la tecnología, ¿cuántos de nosotros quedarán para
resistir?
Si
empiezas a decirle a la gente que te preocupa lo que las máquinas
inteligentes están haciendo a nuestros cerebros, corres el riesgo de
que, en un futuro no muy lejano, todo el mundo se ría de lo
anticuado que eres. Sócrates temía que la escritura debilitara la
memoria de las personas y fomentara solo una comprensión
superficial: no la sabiduría, sino «la presunción de sabiduría»,
un argumento que se asemeja mucho a muchas críticas a la IA. Lo que
ocurrió en cambio fue que la escritura y los avances tecnológicos
que le siguieron —la imprenta, los medios de comunicación, la era
de Internet— hicieron que cada vez más personas tuvieran acceso a
más información. Más personas podían desarrollar grandes ideas y
compartirlas más fácilmente, lo que nos hizo más inteligentes e
innovadores, tanto a nivel individual como colectivo.
Después
de todo, la escritura no solo cambió la forma en que accedemos y
retenemos la información, sino que también cambió nuestra forma de
pensar. Una persona puede realizar tareas más complejas con un
cuaderno y papel a mano que sin ellos: la mayoría de las personas no
pueden calcular 53.683 dividido por 7 en su cabeza, pero podrían
intentar hacer una división larga en papel. No podría haber dictado
este artículo, pero escribir me ayudó a organizar y aclarar mis
pensamientos. Como seres humanos, somos muy buenos en lo que los
expertos denominan «descarga cognitiva», es decir, utilizar nuestro
entorno físico para reducir nuestra carga mental, lo que a su vez
nos ayuda a realizar tareas cognitivas más complejas. Imagínese lo
difícil que sería funcionar cada día sin un calendario o
recordatorios en el teléfono, o sin Google para recordar todo por
usted. En el mejor de los casos, las personas inteligentes que
trabajan en colaboración con máquinas inteligentes lograrán nuevas
hazañas intelectuales y resolverán problemas difíciles: ya estamos
viendo, por ejemplo, cómo la IA puede ayudar a los científicos a
descubrir nuevos
medicamentos más rápidamente y
a los médicos a detectar el
cáncer de forma más temprana y eficaz.
La
complicación es que, si la tecnología realmente nos está haciendo
más inteligentes, convirtiéndonos en máquinas eficientes de
procesamiento de información, ¿por qué pasamos tanto tiempo
sintiéndonos tontos?
El
año pasado, «brain
rot» (pudrición
cerebral) fue nombrada palabra
del año por
Oxford University Press, un término que captura tanto la sensación
específica de estupidez que nos invade cuando pasamos demasiado
tiempo navegando por basura en Internet como el contenido corrosivo y
agresivamente tonto en sí mismo, los memes sin sentido y el
galimatías de la IA. Cuando sostenemos nuestros teléfonos, en
teoría tenemos la mayor parte del conocimiento acumulado del mundo
al alcance de la mano, así que ¿por qué pasamos tanto tiempo
arrastrando nuestros ojos por basura?
Una
de las cuestiones es que nuestros dispositivos digitales no han sido
diseñados para ayudarnos a pensar de forma más eficiente y clara;
casi todo lo que encontramos en Internet ha sido diseñado para
captar y monetizar nuestra atención. Cada vez que coges el teléfono
con la intención de realizar una tarea sencilla, discreta y
potencialmente enriquecedora, como consultar las noticias, tu cerebro
primitivo de cazador-recolector se enfrenta a una industria
tecnológica multimillonaria dedicada a desviarte de tu objetivo y
mantener tu atención, pase lo que pase. Para ampliar la metáfora de
Christodoulou, del mismo modo que una de las características de una
sociedad obesogénica son los desiertos alimentarios —barrios
enteros en los que no se puede comprar comida saludable—, gran
parte de Internet son desiertos informativos, en los que el único
alimento disponible para el cerebro es basura.
Del
mismo modo que en una sociedad obesogénica hay desiertos
alimentarios —barrios enteros en los que no se puede comprar comida
saludable—, gran parte de Internet son desiertos informativos, en
los que el único alimento disponible para el cerebro es basura
A
finales de los años 90, la consultora tecnológica Linda Stone, que
trabajaba como profesora en la Universidad de Nueva York, se dio
cuenta de que sus alumnos utilizaban la tecnología de forma muy
diferente a sus colegas de Microsoft, donde también trabajaba.
Mientras que sus colegas de Microsoft eran disciplinados a la hora de
trabajar con dos pantallas —una para el correo electrónico, por
ejemplo, y otra para Word o una hoja de cálculo—, sus alumnos
parecían intentar hacer 20 cosas a la vez. Acuñó el término
«atención parcial continua» para describir el estado estresante e
involuntario en el que a menudo nos encontramos cuando intentamos
alternar entre varias actividades que exigen un gran esfuerzo
cognitivo, como responder a correos electrónicos mientras estamos en
una llamada de Zoom. Cuando oí por primera vez este término, me di
cuenta de que, como la mayoría de las personas que conozco, vivo la
mayor parte de mi vida en un estado de atención parcial continua, ya
sea mirando con culpa mi teléfono cuando debería estar jugando con
mis hijos, o distraída incesantemente por mensajes de texto y
correos electrónicos cuando intento escribir, o tratando de
relajarme mientras veo Netflix y simultáneamente hago la
compra online, preguntándome
por qué me siento tan relajada como una cena recalentada en el
microondas.
La
multitarea digital nos hace sentir productivos, pero a menudo es una
ilusión. «Tienes la falsa sensación de estar al tanto de todo sin
llegar nunca al fondo de nada», me dice Stone. También te hace
sentir permanentemente nervioso: un estudio que realizó reveló que
el 80% de las personas experimentan «apnea de pantalla» cuando
revisan sus correos electrónicos: se quedan tan atrapadas en las
interminables notificaciones que se olvidan de respirar
correctamente. «Tu sistema de lucha o huida se regula al alza,
porque estás constantemente tratando de estar al tanto de todo»,
dice, y esta hipervigilancia tiene un coste cognitivo: nos hace más
olvidadizos, peores a la hora de tomar decisiones y menos atentos.
La
multitarea digital te da una falsa sensación de tener todo bajo
control sin llegar nunca al fondo de nada
Linda
Stone — profesora en la Universidad de Nueva York
La
atención parcial continua ayuda a explicar tanto el deterioro
cerebral como el estado mental —porque ¿qué es sino una
sobrecarga cognitiva, el punto en el que dejas de resistirte al
aluvión de distracciones digitales y permites que tu cerebro
descanse en las cálidas y turbias aguas de Internet?— como la
existencia misma de la basura online. Al
fin y al cabo, lo que importa a las empresas tecnológicas desde el
punto de vista financiero no es que quieras leer lo que estás
leyendo, o que te encante lo que escuchas o lo que estás viendo,
sino que no quieras o no puedas alejarte. Por eso los servicios
de streaming como
Netflix producen películas insulsas y formulistas que se etiquetan
eufemísticamente como «visionado casual» y están diseñadas
literalmente para espectadores que
no están realmente viendo,
y las listas de reproducción de Spotify están llenas de música
genérica de archivo de
artistas falsos, para proporcionar música de fondo, ambientes «Chill
Out» o «Party», para oyentes que no están realmente escuchando.
En resumen, el Internet moderno no te convierte necesariamente en un
idiota, pero sin duda te prepara para actuar como tal.
En
este clima es donde ha llegado la IA generativa, con una oferta
totalmente novedosa. Hasta hace poco, solo se podía externalizar el
recuerdo y parte del procesamiento de datos a la tecnología; ahora
se puede externalizar el propio pensamiento. Dado que pasamos la
mayor parte de nuestra vida sintiéndonos sobreestimulados y
agotados, no es de extrañar que muchos hayan aprovechado la
oportunidad de dejar que un ordenador haga más cosas que antes
hacíamos nosotros mismos, como escribir informes de trabajo o
correos electrónicos, o planificar unas vacaciones. A medida que
pasamos de la era de Internet a la era de la IA, lo que consumimos no
solo es información cada vez más de bajo valor y ultraprocesada,
sino también información que está esencialmente predigerida,
presentada de una manera diseñada para eludir funciones humanas
importantes, como evaluar, filtrar y resumir información, o
considerar realmente un problema en lugar de limitarse a la primera
solución que se nos presenta.
Michael
Gerlich, director del Centro de Prospectiva Corporativa Estratégica
y Sostenibilidad de la SBS Swiss Business School, comenzó a estudiar
el impacto de la IA generativa en el pensamiento crítico porque
observó que la calidad de los debates en el aula había disminuido.
A veces proponía a sus alumnos un ejercicio en grupo y, en lugar de
hablar entre ellos, se quedaban sentados en silencio, consultando sus
ordenadores portátiles. Habló con otros profesores, que habían
observado algo similar. Gerlich realizó recientemente un estudio en
el que participaron 666 personas de diferentes edades y descubrió
que quienes utilizaban la IA con más frecuencia obtenían
puntuaciones más bajas en pensamiento crítico. (Como él mismo
señala, hasta la fecha su trabajo solo proporciona pruebas de una
correlación entre ambos: es posible que las personas con menor
capacidad de pensamiento crítico sean más propensas a confiar en la
IA, por ejemplo).
Al
igual que muchos investigadores, Gerlich cree que, si se utiliza de
la manera adecuada, la IA puede hacernos más inteligentes y
creativos, pero la forma en que la mayoría de la gente la utiliza
produce trabajos insulsos, poco imaginativos y cuestionables desde el
punto de vista factual. Una de las preocupaciones es el llamado
«efecto de anclaje». Si se plantea una pregunta a la IA generativa,
la respuesta que da lleva al cerebro por un camino mental determinado
y hace que sea menos probable que se consideren enfoques
alternativos. «Siempre utilizo el ejemplo siguiente: imagina una
vela. Ahora, la IA puede ayudarte a mejorar la vela. Será la más
brillante que haya existido jamás, durará más tiempo, será muy
barata y tendrá un aspecto increíble, pero nunca se convertirá en
una bombilla», afirma. Para pasar de la vela a la bombilla se
necesita a una persona con capacidad de pensamiento crítico, alguien
que pueda adoptar un enfoque caótico, desestructurado e impredecible
para resolver problemas. Cuando, como ha ocurrido en muchos lugares
de trabajo, las empresas implementan herramientas como el chatbot
Copilot sin ofrecer una formación adecuada en IA, corren el riesgo
de crear equipos de fabricantes de velas aceptables en un mundo que
exige bombillas de alta eficiencia.
También
existe la cuestión más importante de que los adultos que utilizan
la IA como atajo se han beneficiado al menos de haber pasado por el
sistema educativo en los años anteriores a que fuera posible
conseguir un ordenador que escribiera los deberes por ellos.
Una reciente
encuesta británica reveló
que el 92%
de los estudiantes universitarios utilizan
la IA y que alrededor del 20% la han utilizado para escribir toda o
parte de una tarea. En estas circunstancias, ¿cuánto están
aprendiendo? ¿Siguen las escuelas y universidades estando preparadas
para formar pensadores creativos y originales que construyan
sociedades mejores y más inteligentes, o el sistema educativo va a
producir autómatas sin mente, crédulos y escritores de ensayos de
IA?
Hace
algunos años, Matt Miles, profesor de psicología en un instituto de
Virginia (Estados Unidos), fue enviado a un programa de formación
sobre tecnología en las escuelas. A los profesores se les mostró un
vídeo en el que una estudiante es sorprendida mirando su teléfono
durante las clases. En el vídeo, ella levanta la vista y dice:
«Creéis que solo estoy en TikTok o jugando. En realidad, estoy en
una sala de investigación hablando con un investigador del agua de
Botsuana para un proyecto».
«Es
ridículo. Se lo enseñas a los niños y todos se ríen, ¿verdad?»,
dice Miles. Alarmados por la desconexión entre la visión que tienen
los responsables políticos de la tecnología en la educación y lo
que los profesores veían en las aulas, en 2017 Miles y su colega Joe
Clement, que enseña economía y gobierno en el mismo instituto,
publicaron Screen
Schooled,
un libro en el que se argumentaba que el uso excesivo de la
tecnología está embruteciendo a los niños. Desde entonces, se han
prohibido los teléfonos inteligentes en sus aulas, pero los alumnos
siguen trabajando con sus ordenadores portátiles. «Un niño nos
dijo algo que me pareció muy perspicaz: 'Si me veis con el teléfono,
hay un 0% de posibilidades de que esté haciendo algo productivo. Si
me veis con el ordenador portátil, hay un 50% de posibilidades»,
cuenta Miles.
Hasta
la pandemia, muchos profesores se mostraban «acertadamente
escépticos» sobre los beneficios de introducir más tecnología en
las aulas, observa Faith Boninger, investigadora de la Universidad de
Colorado, pero cuando los confinamientos obligaron a las escuelas a
pasar a la enseñanza online, se
creó una nueva normalidad y las plataformas tecnológicas educativas
como Google Workspace for Education, Kahoot! y Zearn se hicieron
omnipresentes. Con la difusión de la IA generativa surgieron nuevas
promesas de que podría revolucionar la educación y marcar el
comienzo de una era de aprendizaje personalizado para los
estudiantes, al tiempo que se reducía la carga de trabajo de los
profesores. Sin embargo, casi todas las investigaciones que han
encontrado beneficios en la introducción de la tecnología en las
aulas están financiadas por la industria de la tecnología
educativa, y la mayoría de las investigaciones independientes a gran
escala han descubierto que el tiempo que se pasa frente a la pantalla
obstaculiza el rendimiento.
Ser
capaz de buscar algo en Google y dar la respuesta correcta no es
conocimiento
Joe
Clement — profesor de economía en un instituto y
coautor de 'Screen Schooled'
Por
ejemplo, un estudio global de la OCDE reveló que cuanto más
utilizan los estudiantes la tecnología en las escuelas, peores
son sus resultados.
«Simplemente no hay pruebas independientes a gran escala de la
eficacia de estas herramientas... En esencia, lo que está ocurriendo
con estas tecnologías es que estamos experimentando con los niños»,
afirma Wayne Holmes, profesor de estudios críticos de inteligencia
artificial y educación en el University College de Londres. «La
mayoría de las personas sensatas no entrarían en un bar y se
encontrarían con alguien que les dijera: «Oye, tengo una nueva
droga. Es muy buena para ti», y la probarían sin más. Por lo
general, esperamos que nuestros medicamentos se sometan a pruebas
rigurosas y que nos los receten profesionales. Pero, de repente,
cuando hablamos de tecnología educativa, que aparentemente es muy
beneficiosa para el desarrollo del cerebro de los niños, no sentimos
la necesidad de hacer eso».
Lo
que preocupa a Miles y Clement no es solo que sus alumnos estén
permanentemente distraídos con sus dispositivos, sino que no
desarrollen habilidades de pensamiento crítico y conocimientos
profundos cuando las respuestas rápidas están a solo un clic de
distancia. Antes, Clement solía hacer a su clase preguntas como «¿En
qué lugar creéis que se encuentra Estados Unidos en términos de
PIB per cápita?» y guiaba a sus alumnos mientras estos se devanaban
los sesos buscando la solución. Ahora, alguien habrá buscado la
respuesta en Google antes incluso de que él haya terminado la
pregunta. Saben que los alumnos utilizan ChatGPT constantemente y se
molestan si no se les proporciona una copia digital de sus tareas,
porque entonces tienen que escribir en lugar de copiar y pegar las
preguntas relevantes en un asistente de IA o en la barra de búsqueda
de Google. «Ser capaz de buscar algo en Google y dar la respuesta
correcta no es conocimiento», afirma Clement. «Y tener
conocimientos es increíblemente importante para que, cuando escuches
algo cuestionable o tal vez falso, pienses: «Un momento, eso
contradice todos los conocimientos que tengo que dicen lo contrario,
¿no?». No es de extrañar que haya un montón de idiotas por ahí
que piensan que la Tierra es plana. Si lees un blog sobre la Tierra
plana, piensas: 'Ah, eso tiene mucho sentido', porque no tienes
ningún conocimiento ni comprensión». Internet ya está inundado de
conspiraciones y desinformación, algo que solo empeorará a medida
que la IA alucine y produzca falsedades plausibles, y le preocupa que
los jóvenes no estén preparados para navegar por él.
Durante
la pandemia, cuenta Miles, encontró a su hijo pequeño llorando
sobre la tableta que le había dado el colegio. Su hijo estaba
haciendo un ejercicio de matemáticas online y
en él le pedían sumar seis usando el menor número posible de
fichas de uno, tres y cinco. Él seguía sugiriendo usar dos tres, y
el ordenador le decía que estaba equivocado. Miles probó con uno y
cinco, y el ordenador lo aceptó. «Es el tipo de pesadilla que se
tiene con una IA no humana, ¿verdad?», observa Miles: los
estudiantes a menudo abordan los temas de formas inesperadas e
interesantes, pero las máquinas tienen dificultades para lidiar con
la idiosincrasia. Sin embargo, al escuchar su historia, me llamó la
atención otro tipo de pesadilla. Quizás el amanecer de la nueva era
dorada de la estupidez no comience cuando nos sometamos a máquinas
superinteligentes, sino cuando entreguemos el poder a las máquinas
tontas.
https://www.eldiario.es/era/viviendo-dorada-estupidez_1_12713417.html